Saturday, 26 December 2009

MJALDUR DE DELPHINUS



APIS DE MUSCA



Tuesday, 8 December 2009

Kumari Kandam de Aries






Bi'an de Libra





Berenice de Aquila


Monday, 7 December 2009

XX

XX.
Águilas



“¡Detente!” exclamó Abel preocupado al ver cómo el Santo de Musca hacía gritar de dolor a Kalós mientras le apretaba fuertemente el puño aprisionado en su mano. “Esta será una valiosa lección para todos ustedes” musitó Apis al hacerle girar el brazo a Kalós hasta luxarle las articulaciones de la muñeca y luego soltarlo. El joven cayó de rodillas, tomándose la mano herida con la otra mano. Intentaba contener las lágrimas y de parecer fuerte ante los demás, pero no fue capaz de resistir el dolor que el Santo de Musca le había causado en la muñeca y todo el brazo. El adulto entonces se le acercó y le puso una mano en la cabeza.

-APIS: (Sonriendo) Eso está mejor, que te arrodilles mientras hablo. Ahora ya son dos los inmovilizados; parece que los próximos días sólo tendré que ocuparme de dos aprendices.

-ABEL: (Acercándose un poco al Santo) ¿Por qué está haciendo esto? Se supone que los Santos Atenienses son hombres sabios y valientes, que luchan por la justicia. Esto que usted está haciendo no es ni sabio ni valiente. Usted no es un hombre justo. No sé cómo lo hice, pero desde que lo vi a lo lejos percibí que usted era un hombre malvado…

-APIS: (Dejando a Kalós atrás y acercándose a Abel) ¿Y a ti quién te enseñó a hablar así? Puesto que soy tu maestro me debes respeto, mocoso. ¿Qué acaso también quieres comenzar tu entrenamiento lesionado?

Abel entonces miró fijamente a los ojos de Apis, quien se sintió un poco intimidado ante la mirada desaprobadora del muchacho. Había algo extraño que no comprendía bien pero que lo había hecho estremecer. No era la mirada de un niño inexperto de 11 años; había algo maduro e imponente en ella, que lo desafiaba y le hacía sentir que habían numerosos ojos a su alrededor que lo estaban observando. Apis se sintió inquieto y su sexto sentido comenzó a fallarle. Algo en el aire se había tornado pesado, y ese algo provenía de la mirada de Abel. “¡Tonterías!,” pensó el Santo, y en milésimas de segundos golpeó a Abel en el estómago. El jovencito cayó al suelo y, al igual que lo había hecho Delíades hacía pocos minutos, comenzó a retorcerse de dolor y a intentar recuperar el aire que había escapado de su cuerpo por el golpe.

Ganímedes, quien ayudaba a su hermano gemelo a ponerse de pié, observó como su maestro lastimaba a sus compañeros y sintió que toda su emoción por llegar al Santuario y convertirse en Santo de Atenea junto a su hermano se desvanecía cada vez más. Pensó en las palabras que Abel le había dirigido a Apis y estuvo de acuerdo con ellas, ¡qué diferente y buen maestro fue Próetus a comparación de este mal llamado Santo de Atenea! ¿En verdad serían demasiado débiles y aun no estaban preparados para el entrenamiento del Santuario? “¡No!,” pensó Ganímedes, “sobreviviremos al entrenamiento en el Santuario a como dé lugar.”

Cuando Delíades estuvo de pie, Ganímedes no lo pensó dos veces y se lanzó nuevamente a defender a Abel, quien iba a ser pateado por Apis mientras estaba acurrucado en el suelo fangoso. A diferencia de su hermano, que había desarrollado una gran fuerza en los brazos, Ganímedes había concentrado su entrenamiento en las piernas, y al ser más liviano y veloz que su hermano, era capaz de dar unas patadas que todos en la palestra de Pirene le habían celebrado.

Ganímedes concentró en su patada las fuerzas que le quedaban y las ganas que poseía de convertirse en un gran guerrero. Entonces, lanzándose como un ave cazando a su presa, dirigió su golpe hacia la espalda de Apis, quien se divertía pateando al acurrucado Abel en el suelo. Delíades, manteniéndose en pie con dificultad, vio a su hermano volar en una maniobra que nunca antes le había visto intentar, y vio cómo Apis una vez más evitó fácilmente la patada de su hermano. “¡Nunca más vuelvas a atacarme por la espalda!,” gritó Apis mientras agarraba de la pierna izquierda a Ganímedes.

Luego de azotarlo fuertemente contra el suelo, Apis alzó a Ganímedes de la pierna y lo comenzó a balancear en movimiento circular ante la mirada atónita de Delíades y de Kalós. Abel aun estaba acurrucado en el suelo, protegiéndose con los brazos de las patadas que le había estado dando Apis, cuando Ganímedes fue lanzado por los aires con fuerza sobrehumana. Delíades vio cómo su hermano fue arrojado al cielo por el Santo de Musca, y el pánico lo invadió cuando se percató que Ganímedes caería directo en el centro de una de las lagunas que se encontraban en aquel lugar. Olvidándose de sus costillas fracturadas y de que nunca había aprendido a nadar, comenzó a correr desesperadamente hacia el estanque donde su hermano aterrizaría.

Ganímedes, semiinconsciente al golpearse la cabeza cuando Apis le azotó contra el suelo, abrió los ojos por un breve momento mientras estuvo en el aire. Con la espalda hacia el cielo y su cara reflejada en la laguna, vio a sus padres sumergidos en ésta, y sus rostros ondulantes llenos de alegría. Los brazos de su madre, hechos de agua, emergieron para recibirlo y abrazarlo una vez más. Al tiempo que Ganímedes era recibido por sus padres en el estanque, Abel, atónito ante los hechos, percibió como una luz blanca en forma de ave ascendía al cielo después de emerger del estanque donde su compañero había caído. Mientras el ave de luz desaparecía entre las nubes, Abel escuchó el grito de Delíades, quien se lanzaba impetuosamente a la laguna donde flotaba su hermano gemelo.

El tiempo pareció detenerse por breves segundos. Los colores del paisaje desaparecieron y Abel vio todo en escala de grises. Vio a Kalós arrodillado en el suelo, con su mano herida y su rostro cubierto de lágrimas. Vio a Apis observando a Delíades lanzándose al agua, aun sonriente por su victoria contra unos niños y con los brazos en su cintura. Y vio al alto Delíades adentrándose en la oscura laguna. Entonces recordó que ninguno de los dos gemelos sabía nadar; recordó que ambos le tenían pavor al agua y que Ganímedes había dicho que sus padres habían muerto en una inundación.

Repentinamente, los colores de Delíades regresaron a su cuerpo, y entonces Abel pudo sentir la desesperación que lo inundaba al haber visto a su hermano caer herido al estanque. También sintió el propio pavor que el agua le inspiraba Delíades, y comenzó a ver a través de sus ojos y a apropiarse de sus recuerdos. En la mente de Abel se incrustaron las imágenes del mar fluyendo bajo el galope de los caballos que los llevaron hasta Rodorio. También se filtraron por sus oídos las historias de Próetus, aquellas que contaba en los días soleados en las fuentes de Pirene, pero únicamente se filtraron aquellas historias sobre monstruos marinos y demás sirvientes de Poseidón. Y finalmente, los recuerdos de los padres de los gemelos, siendo arrasados violentamente por una corriente de agua y escombros, inundaron poco a poco el alma de Abel.

Al ser invadido por las emociones de Delíades, Abel se intentó poner de pie para ir en su ayuda. Sin embargo las energías lo habían abandonado y el daño producido por las patadas de Apis hizo que cayera nuevamente al suelo. Sin entender por qué podía sentir tan claramente la desesperación y el temor de Delíades, cerró los ojos y apretó los puños con fuerza; pensó en Beler y deseó que estuviera allí para que socorriera a sus compañeros que se ahogaban en el estanque. De repente la concentración de Abel fue interrumpida por el chillido de un águila cuya sombra observó desplazarse rápidamente por el terreno fangoso hasta el estanque donde estaban sus amigos.

Delíades por su parte, pretendiendo ignorar el pavor que sentía hacia el agua, movía con fuerza sus extremidades intentando no ahogarse y avanzar hasta llegar a su hermano. Su peso no lo ayudaba mucho y se lamentó el no haber superado su miedo y no haber aprendido a nadar cuando tuvo la oportunidad en Pirene. “Moriré ahogado junto a mi hermano,” pensó mientras el agua entraba por su boca y su nariz, y escuchaba a Kalós gritando algo que no pudo entender desde la orilla del estanque. “¡Ayúdelos! ¡Los gemelos no saben nadar!,” gritó Kalós a Apis, quien simplemente se limitó a observar la escena en el estanque sin moverse siquiera un poco. Al ver que el Santo continuó con las manos en la cintura, Kalós se dirigió corriendo al agua a pesar del agudo dolor que sentía en su mano derecha.

Justo antes de que Kalós se lanzara a la laguna, una sombra alada pasó por encima de él. Cuando el joven miró hacia arriba para identificar al ave, descubrió que una persona muy delgada de cabellos rojos y trenzados posaba silenciosamente un pie sobre la superficie del agua y se deslizaba velozmente por ella como si estuviera volando. No había dudas, se trataba de una mujer que se dirigía rápidamente hacia Delíades dejando tras ella varios hilos de lágrimas que poco a poco se convertían en neblina. Y no estaba sola, pues un águila sobrevolaba la laguna mientras la mujer con sorprendente facilidad sacaba a Delíades del agua agarrándolo por un brazo e impidiendo que muriera ahogado.

A continuación y con Delíades colgando de su mano izquierda, se dirigió en pocos segundos hasta el lugar donde había caído Ganímedes. Allí se sumergió en el agua para tomarlo de las ataduras de cuero de su armadura y sacarlo del estanque. Inmediatamente, con ambos niños pendiendo de sus brazos, se dirigió a la orilla más cercana, a un lado de Kalós, y descargó cuidadosamente a los gemelos. Kalós, aun con la cara húmeda por las lágrimas, miró impresionado el bello rostro de la mujer, por el cual se deslizaban gotas de agua. Una ráfaga de viento recorrió el lugar y el águila continuó planeando sobre las lagunas.

-BERENICE: (Enjugándose la cara y mirando a Kalós) Lo siento mucho, no he llegado a tiempo…

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XIX

XIX.
El Santo de Musca


Aldebarán condujo a los cuatro niños a través de varios caminos y trechos. Pasaron cerca de las residencias de los soldados y guerreros novatos, y atravesaron lugares áridos dispuestos para crueles pruebas físicas que algún día los jóvenes tendrían que soportar. Pronto llegaron a una armería donde Aldebarán hizo que los cuatro jovencitos fueran vestidos con armaduras de bronce, cobre y cuero, las que los identificarían como aprendices de Santo de ese momento en adelante. Sus nuevas vestimentas les recordaron lo pesado de los escudos que Próetus les había hecho llevar en los últimos años de entrenamiento en Pirene. Cuando salieron de la armería se encontraron inundados por una espesa nube blanca que había aparecido de repente. “¡No os quedéis ahí como estatuas! ¡Seguidme y apurad el paso!” los llamó Aldebarán mientras se alejaba a grandes zancadas rumbo al suroeste del Santuario.

Pronto llegaron a un pequeño valle que ofrecía una vista singular y que no estaba cubierto por neblina como la mayoría de las zonas del Santuario. Repleto de ruinas y columnas rotas de tiempos remotos, el valle poseía varios estanques y lagunas oscuras, muchas de ellas pantanosas y malolientes. También se divisaba el comienzo de un bosque de árboles frondosos de maderas retorcidas, y a lo lejos sumergida en la espesura del bosque, sobresalía una colina grisácea que se elevaba hasta el cielo como una columna colosal, rodeada de otras colinas menores.

-ALDEBARÁN: (Señalando la oscura floresta) El comienzo de ese boque que veis allá será un límite para vosotros, espero que os quede claro. No sólo porque esté prohibido desertar, sino porque aquella colina rocosa que veis allí en medio del bosque es un lugar casi sagrado, reservado únicamente para el Patriarca. Le llamamos Star Hill.

-GANÍMEDES: Igual, con todos esos estanques pútridos no creo que muchas personas se acerquen a este lugar.

-ALDEBARÁN: Numerosos han sido los atrevidos que han osado escalar Star Hill en busca de los secretos del Patriarca, pero que yo sepa nadie ha salido con vida de esa empresa hasta el día de hoy.

-KALÓS: ¿Y qué se encuentra más allá del bosque?

-ALDEBARÁN: Al salir del bosque estarás muy cerca de Atenas, la gran polis de Attica. Pero si estás pensando en huir nuevamente, déjame advertirte algo si aun nadie te lo ha dicho. El Patriarca ha ordenado darles muerte a los desertores, y todos los límites del Santuario están protegidos por guardias y Santos que vigilan día y noche. De hecho, el Santo que será su futuro maestro, fue asignado desde hace mucho tiempo como el guardia de esta zona.

Entonces, señalando al bosque, Aldebarán les mostró a los cuatro jóvenes un individuo que aparecía poco a poco entre las sombras y que se les comenzaba a acercar a pasos largos, dejando atrás los estanques. Era un guerrero de estatura media, de cabello negro como el de Aldebarán pero corto, y vestía una armadura plateada similar a la del Santo de Sagitta, que brilló intensamente con los rayos del sol de la tarde que se filtraban a través de las nubes que cubrían el Santuario.

-ALDEBARÁN: (Dirigiéndose a Apis con mucha seriedad) Estos son tus nuevos aprendices. Vienen de Pirene, una ciudad cerca a Éfira y han sido bien entrenados en su infancia.

-APIS: (Mirando a los jóvenes con un gesto de disgusto) Es verdaderamente una mala noticia. Convertirme en Santo de Plata para ser tutor de unos mocosos. ¿Por qué no fui enviado como los demás a librar la guerra en el Norte?

-ALDEBARÁN: El que hayas sido nombrado tutor de estos jovencitos no ha sido decisión mía. Si fuera por mí ya sabes que te mandaría en primera línea de guerra a morir congelado en el Norte; aunque considero que es más noble ser maestro de los futuros Santos de Atenea a andar librando las guerras del Patriarca.

-APIS: (Sonriendo ásperamente) Ten cuidado con lo que dices, Aldebarán. En estos tiempos hay que cuidarse de no abrir la boca más de lo necesario en el Santuario.

-ALDEBARÁN: Tienes razón, no diré más al respecto. Si tienes alguna duda habla con Phaetón o con el mismo Patriarca. (Dirigiéndose a los cuatro jovencitos) Bueno niños, aquí os dejaré con Apis de Musca, vuestro maestro. Espero que entrenéis fuertemente y podáis lograr vuestro objetivo de convertiros en Santos de Atenea. Más tarde vendré a llevaros al lugar que os ha sido asignado para dormir.

Con estas palabras Aldebarán se marchó del lugar dejando a los jovencitos confundidos y decepcionados, especialmente Abel, al sentir el desprecio y la actitud del que sería su maestro en el Santuario. Los cuatro miraron a los ojos a Apis, quien se había quedado observándolos como quien mira a una pesada roca que obstaculiza el camino. “¡Y ahora qué se supone que hay qué hacer!” exclamó en voz alta el Santo de Musca, mirando al suelo fangoso y apretando los puños. Los nuevos aprendices de Santo se quedaron petrificados, mirándose los unos a los otros. Los gemelos sintieron que las expectativas de convertirse en magníficos guerreros se desvanecían poco a poco como las nubes que los cobijaban en aquel momento.

-APIS: (Frunciendo el seño) ¡No me miren así, mocosos! Es la primera vez que tengo aprendices y no es una idea que me entusiasme. Preferiría incluso quedarme de guardia por muchos años más en este bosque de muerte.

-DELÍADES: Sólo enséñenos a luchar, señor Santo de Musca. Es lo único que hemos venido a hacer a este lugar. Queremos convertirnos en Santos de Atenea como usted.

-APIS: (Mirando a Delíades a la cara) ¿Santos como yo, dices? Está bien. Sólo conozco una manera para que se conviertan en grandes guerreros.

Al decir estas palabras, Apis abrió un poco los brazos y las piernas, y repentinamente la armadura de plata que portaba cayó al suelo. “Ahora recojan mi armadura y llévenla a ese rincón” les dijo a Abel y a Ganímedes, quienes obedecieron la orden de su nuevo maestro sin entender lo que se proponía. Luego de esto llamó de regreso a los dos chicos y adoptó una posición defensiva ante la mirada sorprendida de sus nuevos aprendices.

-APIS: ¡Vamos, mocosos! El entrenamiento comienza en este mismo instante. Para darles ventaja no portaré la armadura de Musca, y ustedes me podrán atacar los cuatro al mismo tiempo. ¡Vamos! ¿Qué esperan? ¡No usaré todo mi poder!

Los gemelos tomaron entonces posición ofensiva, mientras que Abel y Kalós, sin saber bien qué hacer, miraban al sonriente Apis de pies a cabeza. A pesar de que no llevaba ningún tipo de protección ambos sabían que era imposible vencer a un Santo en el Santuario, así lucharan los cuatro juntos. Y algo en la expresión de Apis indicaba que estaba dispuesto a lastimarlos fuertemente, sin importarle que se tratara de un entrenamiento con jóvenes inexpertos. Kalós y Abel seguían pensando en eso cuando el impetuoso Delíades con un alarido se lanzó en dirección a Apis para golpearlo con su puño derecho.

El Santo lo esquivo con increíble facilidad, con un movimiento que los otros tres aprendices no pudieron seguir con sus ojos. A continuación, Delíades dio media vuelta rápidamente para intentar una vez más golpear a su oponente, y esta vez su hermano Ganímedes saltó al mismo tiempo para intentar propinarle una patada a Apis por la espalda. Una corriente de viento sopló en aquel lugar, y los gemelos creyeron que habían asestado sus golpes sincronizados. La realidad era que la patada de Ganímedes había sido bloqueada con sólo el brazo derecho de Apis, y el dedo índice de su brazo izquierdo había detenido el puño de Delíades. Mientras Ganímedes caía al suelo, Apis agarró a Delíades de la mano que había lanzado el puño y lo lanzó por los aires, cayendo ruidosamente cerca de donde estaba la armadura de Musca. Al ver a su hermano volar por los aires, Ganímedes desde el suelo intentó patear la pierna derecha de Apis para hacerlo caer, pero fue esquivado y tomado de la pierna que lanzó la patada. En fracciones de segundo, Apis levantó a Ganímedes por la pierna y le asestó un puño en el estómago que lo hizo aterrizar cerca de Abel.

-APIS: ¡Vamos! Atáquenme los cuatro juntos. (Mirando a Abel y a Kalós) ¿Qué están esperando ustedes dos? ¿Qué acaso tienen miedo, mocosos? Deben ser valientes como sus lentos compañeros.

Cuando Abel se dispuso a ayudar al adolorido Ganímedes a ponerse de pie, Apis apareció repentinamente a su lado. “¿Qué no me escuchaste, mocoso?” le dijo a Abel antes de darle un fuerte bofetón que lo hizo rodar violentamente por el suelo. Tomando a Ganímedes por el cuello con su mano derecha, retó a Delíades y a Kalós con su otra mano y con su mirada. “¡Vamos! Daré este primer encuentro por terminado cuando alguno de ustedes me dé tan siquiera un golpe. Tendrán que trabajar en equipo para lograrlo, supongo que ya saben trabajar en equipo, ¿no?”

Abel se levantó lentamente del suelo, con su túnica y su armadura enlodadas por completo. En su mirada expresaba la rabia que sentía por el ataque a traición de Apis y, tocándose la mejilla adolorida por el bofetón que acababa de recibir, vio como el Santo apretaba el cuello de su compañero. No sólo él, sino Kalós y Delíades se prepararon para lanzarse contra Apis. A los pocos segundos los cuatro se vieron en el suelo y levemente golpeados sin haber podido siquiera tocar a su ágil oponente, que con sus manos en la cintura se reía a carcajadas al ver a los jóvenes sometidos y embarrados.

-APIS: Supongo que no han entrenado lo suficiente. Me pregunto bajo qué criterios los habrá aceptado Aldebarán como aprendices de Santo… ¡Son lentos! ¡Muy lentos y débiles! No tienen lo que se necesita para convertirse en un Santo de Atenea. Muertos serán más útiles para el Santuario… (Acercándose lentamente a Kalós) ¿Por qué me miras de esa forma? ¿Tienes rabia? ¿Te sientes humillado, ahí, con la cara en el barro? ¿Por qué no utilizas esa rabia para darme un golpe con todas tus fuerzas?

Apretando sus puños, Kalós intentó hacer lo que le había indicado Apis. Lleno de furia intentó lanzarse hacia el Santo de plata y golpearle la cara, sin lograr su cometido. Sin embargo, esta vez Apis se encontró con algo que sus reflejos no le advirtieron. Dos brazos musculosos aparecieron de repente entre los suyos mientras esquivaba el golpe de Kalós. Era Delíades, quien aprovechando que era casi tan alto como su rival e incluso poseía más masa muscular, intentó agarrar a Apis por la espalda e inmovilizarlo. En su sorpresa, el Santo sintió como el joven intentaba incapacitarle los brazos presionándoselos con toda fuerza hacia atrás. En milésimas de segundos, Delíades intentó alzar a su nuevo maestro y ubicarse de tal forma que su hermano Ganímedes, quien ya se dirigía a toda velocidad con una patada, pudiera dar en el blanco.

A pesar de que intentó atacar con toda la rapidez que pudo, Ganímedes no logró dar su patada ya que el Santo de Musca, con un ligero movimiento, se elevó por los aires junto con Delíades para evitar el golpe en un despliegue de habilidades físicas que los jóvenes nunca habían presenciado. Kalós y Abel se quedaron boquiabiertos viendo como Apis había saltado tan alto llevando a cuestas el peso de Delíades. En el aire, en cuestión de segundos, vieron también cómo Apis se libraba de los brazos del joven con una rápida maniobra y luego, después de propinarle un puntapié, lo lanzaba como una roca al suelo.

Tal como una roca sonó Delíades cuando cayó de espaldas al suelo enlodado, a diferencia de Apis, quien cayó elegantemente y sin hacer ruido. Entonces, sintiendo el daño causado en varias de sus costillas, Delíades comenzó a gritar de dolor. Sus tres compañeros se quedaron paralizados, escuchando los alaridos del muchacho que se retorcía de dolor en el lodo. Su hermano corrió a su lado, asustado y olvidando la batalla en la que se encontraban. Abel no sabía qué hacer o qué pensar; nunca había imaginado que el primer día en el Santuario de Atenea, el templo de los Santos que luchan por la justicia, fuera tan terrible y doloroso. Apis, con las lagunas y el bosque a sus espaldas, sonreía y se sentía satisfecho al no haber sido aun golpeado por ninguno de sus nuevos aprendices.

-APIS: (Mirando con una sonrisa burlona a Delíades) ¿Qué acaso esperabas que me quedara sin mover un dedo? Debo admitir que ya lo están haciendo mejor. Y que esta sea su primera lección, el enemigo no se quedará de manos cruzadas mientras ustedes atacan. (Soltando una carcajada) Y otra cosa, mocosos, deben aprender a caer; porque no es una sensación agradable sentir que los huesos se rompen, y se demoran mucho tiempo en sanarse. Supongo que ahora estarás inmovilizado por varios días y eso afectará tu entrenamiento; pero la buena noticia es que los huesos de los niños sanan más rápido, y siéntete agradecido de que la que crujió no fue tu columna vertebral...

Apis no había terminado de hablar cuando Kalós, cada vez más furioso con la situación, se lanzó nuevamente al ataque. Su golpe lleno de rabia fue bloqueado de frente por el Santo, quien en un parpadeo agarró firmemente el puño del muchacho con su mano y no se movió del lugar donde se encontraba.

-APIS: (Dejando de sonreir) ¿Qué haces, mocoso? Aun me sigues mirando de esa forma que tanto detesto. Te gustaría darme una paliza, ¿no? Luego te daré la oportunidad de hacerlo, pero mientras yo esté hablando no vuelvas a intentar interrumpirme.

Abel, con los rayos del sol a sus espaldas, se sintió inútil, débil, y desafortunado. Pensó en su amigo Beler y esperó que las estrellas lo llevasen a mejores manos que las de aquel Santo cruel que sería su maestro los próximos años, que nada tenía que ver con la imagen que había desarrollado en su mente de los valientes Santos Atenienses. “Espero que te haya quedado claro y no vuelvas a arriesgar tu mano de esta forma tan tonta” le dijo Apis a Kalós, mirándolo fijamente mientras le apretaba el puño al jovencito, quien sintió que los huesos de su mano y sus dedos iban a astillarse…
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Saturday, 5 December 2009

Esto es una pequeña presentación sobre algunas criaturas mitológicas y fantásticas de algunas mitologías, especialmente la griega. No es exhaustiva.

Las siguientes son algunas ilustraciones que he hecho sobre mi fic Saint Seiya: Génesis



AGARES DE ROC, Estrella Infernal de la Voluntad







RAHAB DE LEVIATÁN, Estrella Infernal de la Prudencia









XVIII

XVIII.
SEPARACIÓN


Los niños se miraron unos a otros inquietos con la noticia de Aldebarán. Uno de ellos tendría que dejar a los otros, después de que juntos habían entrenado y vivido día tras días por más de cinco años: había llegado la hora de separarse. “Es hora de decidirse, jóvenes, quién de vosotros será el que entrene con otro maestro,” les decía Aldebarán, con la seriedad que lo había caracterizado hasta el momento.

-GANÍMEDES: (Dirigiéndose a Kalós) Creo que a ti no te importará separarte de nosotros. Siempre nos has despreciado y te gusta la soledad. ¿Por qué aun no te has ofrecido para entrenar con otro Santo?

Kalós no pronunció palabra ante la propuesta de Ganímedes. Era cierto que no le hubiera importado mucho separarse de sus compañeros anteriormente, pero ahora estaban en el Santuario; las cosas eran diferentes, y Kalós sabía que estar solo en aquel lugar le significaría una gran desventaja. Al ver la expresión de terror en la cara de Kalós, Abel habló.

-ABEL: (Con la frente en alto) Señor Aldebarán, yo seré el que entrene alejado de mis amigos.

-BELER: (Sobresaltado con la decisión de su amigo) ¡¿Qué?! ¿Por qué siempre tienes que hacer esto? Yo pensé que nos íbamos a cuidar el uno al otro. ¡Yo le prometí a Eirene que cuidaría de ti!

-ABEL: (Sonriendo) No hay por qué preocuparse, Beler, aquí estaremos bien. Hemos entrenado por más de cinco años, estoy seguro que sobreviviremos al entrenamiento en el Santuario. (Mirando a Sham y a Aldebarán) Los Santos son hombre gentiles y estaremos seguros en sus manos como sus aprendices. (Entregándole la capa verde a Aldebarán) Aquí está su capa señor; muchas gracias, en verdad me fue de mucha utilidad.

Aldebarán recibió su capa verde, sonriendo por primera vez en frente de los niños. Beler seguía consternado, disgustado con la actitud de su amigo, quien resignado al cambio miraba melancólicamente hacia la estatua de Atenea en lo alto del Santuario. Los otros tres niños miraban a Abel sin saber qué pensar de él, y se preparaban para decirle adiós cuando Sham se aproximó a Beler y le puso una mano en su hombro derecho.

-SHAM: (Mirando a Aldebarán) Antes de que se tome cualquier decisión, quisiera intervenir en esta situación tan incómoda para los futuros aprendices de Santo. Debo decir que tengo un interés particular por este joven; quisiera que se uniera al entrenamiento que le estoy dando a Índika. Beler tiene un talento especial, sé que bajo mi tutoría se convertirá en un arquero excelente. ¿Qué dices, muchacho? Apis de Musca sería el maestro de tus amigos y yo, el Santo de Sagitta, sería el tuyo.

Beler y Abel se miraron el uno al otro. Los gemelos no se separarían, y Kalós al parecer tampoco quería entrenar apartado de los demás. Por lo visto ambos amigos se separarían, de una manera u otra. Beler sabía que Abel era el más frágil de los niños físicamente. Pensó que aceptar la propuesta de Sham sería lo más adecuado para cuidar de una forma indirecta de su amigo. Además, el Santo de Plata había causado una gran impresión en Beler desde la primera vez que lo había visto en Pirene, de seguro lo convertiría en un gran guerrero.

-BELER: (Mirando a Abel mientras comunicaba a todos los presentes su decisión) Está bien, señor Santo de Sagitta; quiero ser su aprendiz.

-SHAM: Decidido entonces, de ahora en adelante entrenarás al lado de Índika. Despídete de tus amigos por ahora, seguro muy pronto los verás. Quizás vuelvas a luchar contra ellos una vez más mientras dure tu entrenamiento en el Santuario.

-ALDEBARÁN: (Dirigiéndose a los demás niños) Ahora vosotros debéis venir conmigo. ¡Seguidme!

Los cuatro jóvenes se despidieron de su compañero con la mirada. “Pronto nos volveremos a ver,” le dijo Beler a Abel en voz baja, quien tampoco fue capaz de decir alguna palabra de despedida antes de seguir a Aldebarán. Beler se quedó mirando cómo sus amigos se desvanecían poco a poco en los caminos de piedra que llevaban a la zona oeste del Santuario. Las gotas de una leve lluvia comenzaron a caer de pronto y una niebla espesa comenzó a bajar desde la cima de la colina donde se encontraba la estatua de Atenea.

-SHAM: Ahora los voy a dejar solos por un rato, tengo algo qué hacer. (Dirigiéndose a Beler) Índika se encargará de mostrarte las zonas del Santuario donde normalmente llevaremos a cabo nuestro entrenamiento y de platicarle sobre muchas cosas que te serán útiles los siguientes años de tu vida en este lugar.

Sham desapareció de repente y ambos jóvenes se quedaron solos viendo cómo la niebla los alcanzaba y los sumergía poco a poco en una laguna blanca. Beler se sentía paralizado, lleno de preguntas sin respuesta y perdido en un lugar desconocido. “Este será mi nuevo hogar” se dijo a sí mismo melancólicamente antes de partir con su nuevo compañero por el mismo camino por donde antes habían transitado Aldebarán y los otros niños.

Índika lo condujo por diversos senderos de piedra y a través de varios cerros desolados con construcciones en ruinas. Poco a poco la niebla fue retrocediendo y el sol de la tarde se filtró a través de las nubes que cubrían el Santuario. Después de caminar por un largo período de tiempo llegaron a un lugar elevado, donde encontraron a un par de guerreros practicando el tiro con arco.

-ÍNDIKA: Aquí pasarás mucho tiempo, no sólo entrenando con arco y flecha sino con todo tipo de armas, e incluso combate cuerpo a cuerpo. Hoy hay otros individuos practicando, pero por lo general este lugar se mantiene desolado. (Mirando la expresión de resignación en la cara de Beler) ¡No hagas esa cara de tragedia! Eres muy afortunado; que tengas a Sham de Sagitta como tu maestro es prueba de que tienes una estrella de suerte.

-BELER: (Mirando al horizonte) Ya me han dicho eso antes… no sé qué tan afortunado sea… ¿Y cuándo comenzará mi entrenamiento? ¿Por qué nos ha dejado solos el señor Sham?

-ÍNDIKA: (Sonriendo burlonamente) ¿Acaso pensaste que por ser tu maestro iba a estar siempre acompañándote? Normalmente los Santos de Plata son enviados por el Patriarca a otras regiones en largas campañas de guerra. Quizás ahora que tiene a un novato como aprendiz permanezca más tiempo en el Santuario, pero no es algo seguro. La base del entrenamiento es tu estadía en este lugar. Comenzarás observando la lucha de otros, y cuando creas que tienes el coraje y la experiencia suficiente podrás batirte en duelos con otros guerreros; así comencé yo.

-BELER: No creo que con sólo observar las batallas pueda aprender mucho…

-ÍNDIKA: Por eso tendrás que probar suerte también y luchar en las contiendas que se te puedan presentar para probar tus capacidades. Aquí sólo los fuertes sobreviven. No creas lo que tu amigo rubio dijo; no todos los Santos son hombres gentiles. Aquí en el Santuario te encontrarás con verdaderos demonios y seres despiadados que no les importará humillarte y destrozarte para demostrar sus habilidades y obtener la atención para ser merecedores de alguna armadura o ser asignados en alguna misión especial. (Tensando su arco y alistando una flecha) Yo mismo te perforaría con estas flechas si te llegaras a interponer en mi camino.

Las palabras de Índika no intimidaron a Beler, a quien no le importó mucho que su nuevo compañero de ojos rojizos y apariencia foránea le estuviese apuntando al corazón con dos flechas de madera. En cambio, se sintió aliviado al haber decidido que Abel no entrenara separado de sus compañeros. Definitivamente el Santuario sería un peligro para su mejor amigo, y sería más fácil sobrevivir al entrenamiento si él estaba acompañado por Kalós y los gemelos.

De repente el chillido de un águila atravesó el cielo, llamando la atención de Beler e Índika que divisaron al ave planeando cerca de donde se encontraban. Índika entonces dirigió sus saetas hacia el águila templando aun más el arco. “¿Sabes, Beler? No le digas a mi maestro, pero soy superior a él en técnicas con arco y flecha, y ya es mucho decir porque mi maestro es fenomenal. Pero yo soy el mejor del Santuario. Te demostraré mis capacidades y mi puntería, ¡observa!” y mientras Índika decía estas palabras, Beler horrorizado observaba cómo en el rostro de su compañero se dibujaba una fría expresión que reflejaba su intención de dar muerte al águila. Entonces recordó el episodio con Abel y los caracoles cuando se aproximaban a las puertas del Santuario.

-BELER: (Agarrando el brazo izquierdo de Índika) ¡Espera! ¡¿Qué vas a hacer?! ¿Por qué le vas a disparar?

Entonces, con solamente tocar la piel del joven, Beler sintió una vez más la terrible presencia agresiva que antes había percibido en Índika cuando en el viaje hacia el Santuario Kalós había intentado huir. Pero esta vez no sólo sintió la agresividad del joven guerrero, sino que sintió algo más, como un grito ahogado en su mente. Era algo que sentía por primera vez y que no era capaz de explicar, pero que demandaba toda su atención. Sintió un nudo en la garganta y un vacío en el estómago, y al concentrarse más en la sensación pudo finalmente sentir la desesperación de alguien, ¡la desesperación y el dolor de Abel! Otro chillido del águila lo despertó del trance momentáneo al que había llegado.

-ÍNDIKA: (Soltando una carcajada y cambiando su posición ofensiva) ¿Y por qué no he de hacerlo? Bueno, te acabas de perder una demostración de mis habilidades. Desde esta colina y con estas flechas astilladas podría asesinar si quisiera a varios de los guerreros que ves allí (señalando al valle que tenían en frente); tú también los logras divisar ¿no? Pero a esa águila no la puedo tocar, mi maestro me lo ha prohibido. (Observando al alterado Beler) Oye ¿qué te ocurre? ¿Por qué tienes esa cara? No me digas que en verdad te…

Índika no había terminado de formular sus preguntas cuando Beler, con una expresión de gran preocupación, de un salto dio media vuelta y salió corriendo velozmente colina abajo.
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XVII

XVII.
BIENVENIDOS AL SANTUARIO


A pesar de las preguntas de los niños, Sham e Índika continuaron inmóviles y en silencio mirando hacia la floresta por donde Kalós había huido. La expresión en sus rostros comunicaba que estaban a la expectativa de algo. De repente, todos vieron como alguien surgía de entre las sombras del bosque y se les acercaba lentamente. Era Aldebarán, cargando sobre sus hombros a un Kalós inconsciente.

-ALDEBARÁN: (Descargando al muchacho sobre el suelo) ¡No me mires así, Sham! Sólo le he dado una palmadita en la espalda. Pronto recobrará el conocimiento, pero seguro intentará escapar nuevamente. ¡Índika! Asegúrate de amarrarlo bien, supongo que traes soga contigo. ¡Y no le quites los ojos de encima la próxima vez!

-íNDIKA: Si intenta escapar de nuevo le quebramos los pies y asunto arreglado.

-SHAM: (Dirigiéndose a su aprendiz) Ésa no es decisión tuya. Seguro que después de su encuentro con Aldebarán no volverá a escapar, al menos en lo que nos queda de recorrido.

-ABEL: (Dirigiéndose a Aldebarán) Seguramente esto es suyo (mostrando la capa verde con la que se había estado arropando). ¡Muchas gracias!

-ALDEBARÁN: Quédate con ella, seguro te será útil para cobijarte esta noche también. Cuando estemos todos en el Santuario me la devuelves. Ahora deben proseguir con su camino, han perdido mucho tiempo descansando.

-BELER: Usted ha sido quien nos ha estado siguiendo, ¿cierto? ¿Por qué no nos ha acompañado en el viaje a caballo?

-íNDIKA: (Contestándole a Beler) Porque es más rápido ir a pié. Si sobrevives al entrenamiento en el Santuario, lo comprenderás. Hemos decidido utilizar caballos esta vez para facilitarles el viaje a ustedes cinco. Además, el señor Aldebarán es muy pesado para un caballo, le dañaría la columna vertebral al animal.

Cuando menos pensaron, Aldebarán desapareció adentrándose en la floresta por dónde Kalós había huido. Al niño escapista lo amarraron de pies a cabeza y su caballo fue atado a la brida del corcel negro de Sham. Durante las siguientes horas del trayecto, los niños se quedaron pensando en Aldebarán, en su tamaño, y en aquello que dijo Índika sobre que era más rápido para él ir a pié que en caballo. Con la puesta del sol, Kalós abrió finalmente los ojos, pero no quiso hablar ni esa noche ni al día siguiente.

Los cinco caballos y sus siete jinetes continuaron su viaje con un galope lento pero constante, hasta entrar al territorio de Áttica. Habían pasado ya dos días desde que Kalós había intentado escapar, y cinco desde que habían dejado Pirene. Se estaban adentrando en un terreno un tanto más frío, repleto de colinas, con menos vegetación y bastante rocoso. Aunque la mayoría del tiempo habían estado cabalgando en silencio, de vez en cuando los gemelos discutían entre ellos o le hacían preguntas a Sham sobre el territorio o sobre otros Santos de plata. Abel y Beler se limitaron a escuchar las respuestas de Sham y a observar los territorios de Áttica, del que sólo sabían por los libros y por Próetus. “Qué feliz sería Eirene si pudiera ver tantos lugares junto a nosotros”, pensaban ambos niños frecuentemente. A veces, susurrándole al oído, Abel le comentaba a su amigo sobre la posición de Aldebarán; si éste se encontraba cerca, si se había adelantado, o si alejándose se había adentrado en algún poblado. Aunque cerraba los ojos e intentaba escuchar algún ruido diminuto, o sentir algún aroma sutil en el aire, Beler no entendía cómo era que su amigo sabía de la presencia de Aldebarán; sin embargo le creía completamente. Lo que Beler sí pudo lograr agudizando su mirada de águila fue divisar a lo lejos un pequeño poblado emplazado al lado de una colina rocosa.

-BELER: ¡Señor Sham! Si seguimos por este camino llegaremos a un pueblo.

-SHAM: (Volviendo su rostro hacia Beler) ¡Qué vista la que tienes, muchacho! De seguro esos ojos tuyos nos serán muy útiles en el Santuario. Ése poblado que divisaste se llama Rodorio, y allí desmontaremos y comeremos para luego dirigirnos a pie hasta el Santuario, que está detrás de la colina que vez allí.

Efectivamente llegaron a Rodorio, villa que no tendría más de veinte casitas de pastores y granjeros, un pequeño mercado, y algunos establos. El suelo de piedra del poblado estaba húmedo por las lluvias de primavera y los niños, bajándose de sus fatigados caballos para dejarlos en un establo, saltaban de charco en charco, felices de haber terminado con su tediosa travesía. Kalós fue liberado de sus ataduras, que le dejaron llagas en las muñecas y los tobillos de lo apretadas que estaban, y luego de que todos comieran y reposaran, se pusieron en marcha y se alejaron del pueblo en dirección norte, vadeando la rocosa colina que estaba al pie de Rodorio.

El cielo estaba nublado, el suelo agrietado y húmedo, y el panorama gris. Legiones de caracoles transitaban por el camino que llevaba al Santuario, y sus conchas eran aplastadas ruidosamente por Beler y Delíades, que se divertían pisando a los animalitos. Abel, molesto por la acción de sus compañeros, rompió el silencio en el que había estado desde que llegaron a Rodorio.

-ABEL: Por favor no sigas, Beler. ¿Por qué los tienes que matar?

-BELER: ¿Pero cuál es el problema? ¡Si es muy divertido! (Aplastando un caracol) Mira como crujen cuando los piso.

-ABEL: ¿Qué dirías si yo hiciera lo mismo con los caballos que te gustan tanto?

-BELER: No puedes comparar un caballo con un caracol; los caballos son más grandes, y son muy bellos y rápidos; y muy útiles para los hombres.

-ABEL: Según esa idea tuya, los hombres, que somos tan insignificantes a los ojos de los dioses, deberíamos ser también aplastados por ellos, ¿no? Qué importamos si somos unos bichitos diminutos e indefensos que no se comparan ante el poder y la presencia de los dioses. ¿Para qué nos protege entonces la diosa Atenea de la ira de Poseidón o de los otros Olímpicos?

-DELÍADES: (Aplastando otro caracol) ¡No me gusta que me digas lo que debo o no debo hacer!

-íNDIKA: (Dirigiéndose a Delíades) ¡Vaya! El que seas el más grande de los cinco no indica que seas el más inteligente. Deberías escuchar las palabras de tu compañero, niño estúpido, o aquí mismo te aplastaré como lo has estado haciendo con los caracoles.

-SHAM: (Volviendo su cabeza hacia los demás) Controlen sus impulsos, jóvenes; ya casi llegamos al Santuario y no quiero que lleguen discutiendo. (Mirando a Delíades) De una forma u otra el rubiecito tiene razón. Traer sufrimiento a los animalitos y a otros seres frágiles por puro placer y sin necesidad es algo que no tiene ninguna justificación; está mal hecho.

Aunque Delíades lo siguió haciendo de vez en cuando ante la mirada recriminadora de Índika y los demás, Beler se quedó pensando en las palabras de su disgustado amigo y le dio la razón. Se sintió diminuto e insignificante ante la grandeza de Gea, los poderes de los dioses, y la cantidad abrumadora de personas que habitaban en Grecia. Venía pensando en esto cuando se vio frente a un inmenso muro de piedra que se elevaba a la derecha del camino. “Hemos llegado” les dijo Sham, y continuaron caminando a lo largo de la elevada muralla. En los alrededores no había más que bloques inmensos de piedra, columnas rotas, y restos de los materiales con lo que alguna vez había sido construido el Santuario.

Después de un largo recorrido a la sombra de la imponente muralla, llegaron a un gran arco, la puerta principal del Santuario que miraba hacia el Norte, custodiada por varios soldados posicionados a cada lado del arco y en atalayas. Cuando éstos se percataron de la presencia del Santo de Sagitta y sus seis acompañantes, se irguieron para saludarlos y a continuación abrieron ruidosamente la gigantesca puerta de madera y metal. Los niños se miraron entre sí, pensando que para entrar al Santuario no había necesidad de puertas cuando ellos eran capaces de saltar y escalar muros incluso más altos que esos. Al atravesar el arco, Abel y Kalós se sintieron entrando a una prisión, mientras que Beler y los gemelos se llenaron de emoción imaginándose las cosas que se encontrarían tras las murallas. Pero se sorprendieron cuando no encontraron más que afiladas empalizadas de madera a cada lado del arco, y dos torres de piedra desde las cuales los miraban algunos arqueros con ropajes extraños. Más allá de las torres se extendía un camino de tierra erosionada y húmeda por las lluvias, con algunas casuchas de piedra mal construidas a los lados y peñascos por doquier; y al fondo del camino no veían más que sombrías colinas rocosas.

-SHAM: ¿Y esa cara de decepción? ¿Qué era lo que estaban esperando encontrar en el Santuario?

-BELER: (Mirando al nublado horizonte) ¡Esperen! Al fondo hay más que esto.

-SHAM: (Riendo) Efectivamente. Estas murallas son sólo para alejar a pastores curiosos y a visitantes de otras tierras que no han sido invitados. No significan un verdadero obstáculo para intrusos.

-KALÓS: (Mirando a los guardias en las torres) Ni tampoco para desertores.

-ÍNDIKA: En eso te equivocas. Cruzar estas puertas ha sido un privilegio para ustedes, pues han sido aceptados para recibir el entrenamiento en el Santuario. Pero sólo podrás salir de aquí cuando te sea permitido por tus superiores. El Patriarca ha dado la orden de dar muerte a los aprendices que intenten huir del Santuario por cobardía.

-SHAM: (Seriamente) Lo que Índika les dice es la verdad. (Mirando a Kalós) Así que no intentes comprobar el cumplimiento de los mandatos del Patriarca, quien después de Atenea es la mayor autoridad en el Santuario, y ten cuidado con los pensamientos que están rondando tu mente en estos momentos. (Volviendo su mirada al horizonte) ¡Bienvenidos al Santuario!

Luego de estas palabras, Sham guió a los niños hacia el Sur. A la derecha del camino, tras algunos cerros y barrancos, les señaló las edificaciones donde los aprendices de Santo y otros guerreros pasaban las noches. Más adelante, a la izquierda, les señaló una extensa planicie recubierta por ruinas y columnas, con caminos y escalones hechos de piedra. Allí pudieron divisar algunos guerreros combatiendo violentamente, de una forma muy diferente a la que estaban acostumbrados a ver en la palestra en Pirene. Sorprendido, Beler distinguió a varias mujeres entre los luchadores.

-BELER: (Señalando a las mujeres) Señor Sham, ¿por qué esas mujeres están allí?

-SHAM: ¿Qué quieres decir? ¿Qué acaso esperabas que sólo hubiera hombres en este lugar? Esto no es Pirene, niños. Aquí hay todo tipo de guerreros. Hay hombres y mujeres de diferentes partes del mundo. Todos los humanos tienen la capacidad de convertirse en Santo de Atenea. A las mujeres que entrenan en el Santuario les llamamos Amazonas y muy seguramente lucharan con algunas de ellas en su entrenamiento. Y les aconsejo, niños, que no las subestimen. Son iguales de temerarias y fuertes que cualquier otro guerrero.

Beler y Abel se miraron sonriendo, pensando en lo feliz que sería Eirene si hubiera estado allí presenciando la lucha de las Amazonas y escuchando las palabras de Sham. Los otros niños también estaban sorprendidos, no sólo por ver a las mujeres guerreras sino también por la destreza y rapidez con la que se entrenaba en aquel lugar.

-GANÍMEDES: ¿Y por qué hay ruinas por todas partes?

-SHAM: Son los restos del Santuario antes de que fuera destruido hace muchos años en la guerra contra Poseidón y fuera sumergido bajo el agua; han leído sobre Gran Diluvio, ¿cierto? Pero ahora son otros tiempos, y el Santuario de Atenea ha sido reconstruido por sus Santos, y será reconstruido siempre que haga falta.

El escuchar nombrar a Poseidón hizo que los gemelos se estremecieran. Siguieron su camino hacia el Sur, acercándose cada vez más a una colina bajo numerosas nubes oscuras, donde pronto pudieron distinguir emplazadas varias construcciones tan imponentes como el mismo templo de Atenea en Pirene. Sobre la cima de la colina pudieron observar una enorme escultura con forma humana.

-SHAM: ¡Ésa es la estatua de la diosa Atenea! Allí en la cumbre se encuentra la diosa resguardada en su cámara, y también allí reside el Patriarca. Los otros templos que pueden ver alrededor de la colina son las 12 casas del zodiaco. Allí residen los Santos más poderosos: los Santos de oro.

-BELER: (Con los ojos bien abiertos, sorprendido con la noticia) ¡Santos de oro!

-ÍNDIKA: ¡Por supuesto! Si hay Santos de bronce y de plata lo más lógico es que hayan Santos de oro, ¿no?

-SHAM: Como dije, son 12 y son la élite del Santuario, cobijados por cada una de las constelaciones que adornan el camino que el sol recorre cada día. Este primer templo que ven allí es el templo de Aries, y es la verdadera muralla del Santuario. (Mirando a la cumbre, hacia la estatua de Atenea) Los Santos de oro son los más fieles a Atenea, son los Santos que mejor conocen las capacidades del ser humano, los que mejor dominio tienen del cosmos…

-ABEL: ¿Cosmos?

De repente una potente y profunda voz los llamó, interrumpiendo a Sham y atrayendo la atención no sólo de los niños sino de otros centinelas que se encontraban patrullando el lugar. Era Aldebarán, que se les acercaba poco a poco desde lo que parecía ser un anfiteatro.

-ALDEBARÁN: ¿Por qué han demorado tanto? Ya el patriarca sabe de nuestra llegada. Espero que hayan comido bien en Rodorio y hayan recargado sus energías, porque esta misma tarde comenzará su entrenamiento. Apis de Musca, un Santo de Plata, les ha sido asignado como maestro. Sin embargo, no se acostumbra en el Santuario que un Santo tenga tantos aprendices a la vez, siendo el número máximo permitido cuatro, por lo que uno de vosotros tendrá que separarse de sus compañeros. A aquel que tome la decisión de dejar a sus amigos le será asignado como maestro algún otro Santo, por supuesto.
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XVI

XVI.
UN GIGANTE ENTRE LOS ÁRBOLES


Ya llevaban varias horas de cabalgar hacia el este, deteniéndose sólo para dejar descansar y darle de comer a los equinos. El horizonte se abría hacia los niños mostrándoles tierras nuevas y paisajes extraños, aunque el cansancio y la falta de sueño opacaban la emoción del viaje. A la cabeza del grupo iba cabalgando Sham, quien se detenía en diferentes lugares para revisar que no estuviera equivocando el camino mediante técnicas que los niños no comprendieron pero que definitivamente involucraban al viento y la posición del sol. Al lado de Sham cabalgaba Kalós, quien además de saber dominar a la perfección a su caballo, quería estar a la cabeza del escuadrón. Tras ellos, venían los otros cuatro niños en sus dos caballos. A los gemelos les había sido dado el caballo más fuerte del Palacio de Polyeidos, pero debido al peso de Delíades tuvieron que parar más a menudo para que el fatigado animal pudiera retomar sus alientos y descansar de su terrible carga. Abel y Beler cabalgaban contiguamente sin pronunciar palabra; Beler apreciando el nuevo panorama, y a su espalda Abel, ojeroso y lánguido, mirando pensativo hacia el suelo que dejaban atrás a toda velocidad. Por último venía el joven aprendiz de Santo, Índika, supervisando silenciosamente que los niños tuvieran a sus animales bajo control y que no se desviaran mucho de la ruta.

Aunque la mayor parte del viaje todos habían estado en silencio, de vez en cuando los niños, sobre todo los gemelos, le hacían preguntas a Sham sobre el Santuario, la nueva tierra que visitarían, y los Santos de Atenea. Beler se mantuvo en silencio por mucho tiempo, admirando el imponente porte de Sham y su plateada armadura, y pensando en la actitud de Abel, con quien no había cruzado una sola palabra desde la noche anterior.

-BELER: (Con tono de voz muy bajo, mientras cabalgaban) ¿Te encuentras bien, Abel? Te siento muy frío; tus manos están heladas.

-ABEL: (Susurrándole) No te preocupes, es que anoche no pude dormir y me siento muy fatigado; pero no podemos detenernos sólo por mí.

-BELER: Pero sería muy malo que enfermaras antes de llegar al Santuario… si quieres puedo pedirle al señor Sham que nos detengamos pues pronto caerá la noche. Seguro los demás estarán de acuerdo.

-ABEL: No, ya te dije que no te preocupes. Me encuentro bien, no voy a enfermar. Pero sí estoy inquieto por otra cosa. Hay alguien que nos está siguiendo desde hace muchas horas.

-BELER: (Volviéndose hacia Abel para mirar atrás) ¿Qué? ¿Por qué piensas que nos están siguiendo? Yo no he sentido nada extraño. Quizás sea un jabalí o algún otro animal.

-ABEL: No es un animal, alguien nos está siguiendo…

De repente, Sham se detuvo y se bajó rápidamente de su caballo, comunicándoles a sus acompañantes que pasarían la noche en ese lugar. Después de juntar algunos leños, los niños observaron impresionados cómo Índika encendió la hoguera con sólo tocar uno de los maderos.

-ÍNDIKA: (Sonriendo, con el brillo de la fogata en sus rojizos ojos) No es gran cosa. ¡Sé trucos más interesantes que ése!

-SHAM: (Quitándose su capa y colocándola a un lado mientras se sentaba cerca a la hoguera) Debes ser más modesto con tus habilidades, Índika.

Entonces, los cinco niños pudieron ver a la luz del fuego el fulgor de la armadura de plata de Sagitta, totalmente diferente a las armaduras que habían visto en los soldados y los guardias griegos. Además de su hermoso color plateado, su diseño era especial y su apariencia liviana. Consistía en corazas finamente moldeadas para la protección de los brazos, el pecho, las tibias, las rodillas, y los hombros; y un delgado y ceñido cinturón. Todos se sentaron alrededor de la fogata admirando la armadura de Santo de Atenea, y Beler y los gemelos se imaginaron cómo se verían ellos mismos portando la armadura de Pegaso.

-SHAM: (Dirigiéndose al embelesado Beler) ¿Qué estás mirando tanto, jovencito?

-BELER: (Volviendo en sí) Disculpe, señor Sham. Sólo pensaba en la armadura de Pegaso, y si se vería igual de brillante que la que usted lleva consigo.

-íNDIKA: Tengo entendido que la armadura de Pegaso es de bronce. La que mi maestro lleva es la armadura de plata de Sagitta. El rango de los Santos con armadura de plata es mayor que de aquellos con armaduras de bronce.

-KALÓS: ¡Vaya! La armadura por la que hemos entrenado tanto en Pirene es de baja categoría. Eso no nos lo dijo el anciano Polyeidos…

-SHAM: (Con una mirada desaprobadora hacia Kalós) Sin embargo niños, no porque una armadura sea de bronce o de plata tiene que ver con el triunfo en una batalla o con el valor del hombre que la porta. Todos los elegidos para Santos de Atenea son importantes para la diosa y cada uno de ellos puede hacer la diferencia en este mundo. Lo importante es que ustedes conozcan su propio potencial y el límite de sus facultades. Sólo así brillarán las estrellas de las constelaciones que residen como un alma en cada armadura. (Apretando el puño y sonriendo a los niños) Por eso deben dar lo mejor de sí mismos en el Santuario, para poder usar adecuadamente la túnica de Pegaso y estar al nivel de los demás Santos.

-GANÍMEDES: ¿Y cuántos Santos de Atenea hay en el Santuario?

-SHAM: No sé el número exacto, pero se dice que hay tantas armaduras como constelaciones en el cielo. No todas las armaduras han sido asignadas a un portador digno, como es el caso de la de Pegaso, que aguarda por ustedes en Pirene, y no todos los Santos de Atenea se encuentran en el Santuario. Muchos de ellos se encuentran en diferentes partes de Gea, llevando a cabo encomiendas especiales. Pero también deben saber, niños, que en el Santuario hay más que sólo Santos. Allí hay guerreros grandiosos de muchas partes del mundo que entrenan día tras día y dan lo mejor de sí mismos aunque no lleven las armaduras de los Santos.

-KALÓS: (Observando los rasgos físicos de Sham y de su aprendiz) Ustedes dos no son de Grecia, ¿cierto?

-SHAM: Somos de tierras lejanas, de un cálido lugar donde abunda la arena y el árbol dátil, y los hombres no montan caballos sino camellos y elefantes. Pero a pesar de que no somos griegos, encomendamos nuestras energías al servicio de la diosa Atenea porque creemos en sus ideales.

-BELER: Sí, el señor Polyeidos nos ha dicho que los Santos provienen de lugares diversos y que todos se unen para luchar por el bien de la humanidad. Y también nos ha dicho que la diosa Atenea se encuentra en el Santuario. ¿Alguna vez la podremos ver?

-ÍNDIKA: No, la diosa Atenea nos protege desde su cámara en el Santuario, custodiada por el Patriarca. Él es el puente entre la diosa y sus Santos. Nosotros no la podemos ver, ni si quiera los Santos más poderosos y leales.

-DELÍADES: ¿Y quién es ese tal Patriarca y por qué es él el único que la puede ver?

-SHAM: Se dice que es el hombre más justo y sabio de entre los Santos de Atenea, elegido para ser el vocero del mensaje de la diosa. También es quien otorga las armaduras que se encuentran en el Santuario, y ha sido la persona que me ha enviado al templo de Atenea en Pirene, donde me he topado con ustedes cinco por primera vez.

Continuaron hablando por mucho rato de lo que sería su nueva vida en el Santuario, y también los niños le contaron al Santo sobre sus entrenamientos con Próetus en Pirene. Antes de dormir, Beler le comunicó a sus compañeros la sensación de su amigo de que los estaban siguiendo, a lo que Sham no prestó mucha importancia y le contestó sonriendo que seguro se trataba de un venado o un jabalí, para después cerrar los ojos y dormirse. Los demás siguieron a Sham, excepto Abel, quien se quedó tiritando por el escalofrío y mirando al cielo nocturno. A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, todos se levantaron para proseguir con su viaje luego de comer algunos alimentos que traían desde Pirene. Abel despertó cubierto por una capa verde oscura, que nadie sabía de dónde había salido. Ante la confusión de los niños, Sham simplemente sonrió y le dijo a Abel que cuidara muy bien de la capa, por lo que los demás asumieron que Sham había sido quien había cobijado al niño en la noche.

A la tercera mañana del viaje pasaron por un territorio conocido por Beler, pues por esos lugares había huido de Próetus cuando éste le encontró abandonado después de la destrucción de Aleion. Muchos recuerdos vinieron a la mente del niño, pero así como el lugar fue rápidamente dejado atrás con el ágil galope de los caballos, las imágenes dolorosas de su pasado fueron hechas a un lado para dar espacio a las imágenes de los nuevos paisajes que el viaje le presentaba cada segundo. Pronto divisaron la ciudad de Megara, y dieron un rodeo hacia el sureste de varios kilómetros para evitar toparse con cualquier jinete o habitante de aquella polis. Los cinco niños y los caballos comenzaban a sentirse realmente fatigados por lo que Sham decidió tomar varios descansos en el día, escogiendo lugares cercanos a los vados de los ríos para dejar beber libremente a los equinos.

Aunque evitaron los caminos principales, cabalgaron por muchos valles y praderas, buscando territorios fáciles de recorrer a caballo. También cabalgaron junto al mar, siendo una revelación magnifica para los niños ver tanta agua reunida en un solo punto por primera vez. A Delíades y a Ganímedes nos les hizo mucha gracia sentir el poder de las abundantes aguas saladas tan cerca de ellos, por lo que se alejaron un poco del grupo, acompañados de Índika que nunca les quitaba los ojos de encima. A diferencia de los gemelos, Abel se sintió arrullado al ver el movimiento de las olas y el azul sublime del mar. Sin darse cuenta se quedó profundamente dormido sobre la espalda de Beler, a pesar de la incomodidad de estar sentado sobre un corcel que cabalgaba a toda velocidad.

Cuando retomaron el rumbo hacia el noreste, algo que nadie se esperaba ocurrió. Aprovechando que habían desmontado por orden de Sham para elegir mejor el trayecto, Kalós dirigió a su caballo a toda prisa hacia una floresta para la sorpresa de sus acompañantes. Abel entonces despertó al sentir una presencia amenazadora a sus espaldas, la más agresiva que había sentido en su vida. Beler y los gemelos, sin comprender qué ocurría, también la pudieron sentir, y cuando miraron hacia atrás descubrieron que se trataba de Índika, quien sobre su caballo templaba en su arco dos flechas de madera y esperaba por el consentimiento de su maestro para dejar ir los proyectiles en busca del fugitivo. “¡No lo hagas, Índika!” gritó Sham, mientras veía con indiferencia cómo Kalós desaparecía huyendo entre los árboles.

La sangre de Kalós fluía a toda velocidad por su cuerpo mientras huía. Sabía que no lo estaban siguiendo, y se sintió libre y realizado. Ya no tendría que ir al Santuario, o regresar a Pirene y ver al viejo aristócrata y a su nieta. Ya no estaría atado a las reglas de nadie y sería dueño de sí mismo una vez llegase a Megara. Con las habilidades que había adquirido con el entrenamiento de Próetus podría labrarse una vida luchando como mercenario, o simplemente tomaría lo que necesitara por la fuerza. Cuando creciera un poco más podría regresar a Éfira y allí, investigaría el nombre de la persona que había ordenado la destrucción de su casa real y que lo había dejado como el único sobreviviente de su linaje. Luego podría llevar a cabo su venganza y calmar el deseo que oprimía su alma.

Kalós continuaba pensando en lo que haría de su vida con la recién libertad adquirida, cuando de pronto una figura gigante entre los árboles apareció frente a él y asustó a su corcel, el cual se detuvo de inmediato. Kalós también se asustó con la aparición, más cuando al observar mejor a la figura se dio cuenta que era el tercer enviado del Santuario, aquel que Sham había llamado Aldebarán en el templo de Atenea en Pirene. Parado allí entre dos árboles como un obstáculo infranqueable, llevaba ropas curtidas atadas con varios cinturones de cuero alrededor de la cintura y el pecho. Llevaba protección de bronce y cuero en las rodillas y en los brazos. También llevaba una coraza en el hombro izquierdo del mismo material, de la cual sobresalía un cuerno ocre que parecía afilado. El cabello largo lo llevaba trenzado y le caía sobre el hombro derecho. La mirada que le dirigía a Kalós le había helado la sangre al niño, quien no supo qué hacer ante la monumental figura de Aldebarán.

Cuando pudo reaccionar, Kalós intentó redirigir a su caballo hacia la izquierda para escapar del gigante, pero en un parpadeo se sintió agarrado de su túnica por las manos de Aldebarán y fue lanzado al suelo lejos de su corcel. Cuando abrió los ojos y vio al inmenso hombre parado frente a él sólo a algunos pasos, sintió miedo al dolor físico por primera vez en su vida. Sin embargo, intentando ignorar el dolor que la caída había generado en su espalda, se puso de pié.

-KALÓS: (Colocándose en posición de ataque) ¡No me puedo rendir! Si me tengo que enfrentar a un grandulón como usted para alejarme de aquí, ¡lo haré! Ya no seré nunca más un esclavo.

-ALDEBARÁN: (Con los brazos cruzados y sonriendo) Aunque te falta respeto tienes la actitud y el potencial para convertirte en un gran guerrero. Sin embargo de aquí no pasarás. Abandonar el camino que ya han trazado para ti no es una opción disponible.
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XV

XV.
PROMESAS


Los tres hombres eran de estaturas diferentes. El más alto de ellos asombró a los niños por su aspecto de gigante de brazos cruzados y su expresión de pocos amigos. Su piel era bronceada, su barba oscura y prominente, y sus cabellos negros y largos caían libremente sobre sus fornidos hombros. Otro de ellos, el más bajo, era el menor en edad de los tres, aparentando tener alrededor de 15 años; pero en su mirada se reflejaba una madurez y una seriedad que no eran propios de un adolescente. De tez cobriza y ondulados cabellos rojizos, era un joven que parecía proceder de tierras lejanas, al igual que el último de los visitantes, el de estatura media que hablaba con Polyeidos cuando los niños llegaron. Este hombre fue el que más les llamó la atención a los niños, ya que bajo su capa azul oscura pudieron observar el brillo del metal de una armadura diferente a las que usaban los soldados griegos.

-POLYEIDOS: Este caballero que ven a mi lado se llama Sham, y es un Santo de Atenea.

Al escuchar las palabras del anciano los niños quedaron estupefactos. Era la primera vez que veían a un Santo de Atenea, y que aquel hombre estuviera a unos metros de ellos les pareció una mentira. Con un rápido movimiento, Sham envió la capa que lo cubría hacia su espalda, y dejó relucir su coraza, que deslumbró a los niños con su plateado brillo y con su diseño tan diferente a todo lo que habían conocido en materia de armaduras.

-SHAM: (Acercándose a los niños y mirándolos fijamente a los ojos) Con que estos son los famosos hijos de Polyeidos… (Dirigiéndose a su gigantesco acompañante) Qué dices, Aldebarán; en sus miradas puedo ver el sinnúmero de cualidades que han adquirido con el entrenamiento que han recibido. ¿Será correcto admitirlos a todos cinco?

El otro hombre, a quien Sham llamó Aldebarán, no pronunció palabra y frunció el seño, continuando con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Sham continuó caminando alrededor de los cinco niños, mirándolos desconfiadamente a los ojos uno por uno. Cuando estuvo frente Abel, se detuvo y volvió la mirada hacia sus acompañantes y Polyeidos.

-SHAM: Éste es diferente. Parece un niño frágil, no creo que haya llevado un entrenamiento adecuado. ¿Crees que sobreviva en el Santuario?

-ALDEBARÁN: (Abriendo sus ojos, luego de una pausa, hablando con un vozarrón grave que asustó a los niños y resonó en el recinto) Tienes razón en que es diferente a los demás. Pero aunque no aparenta una gran fuerza, creo que está lleno de sorpresas y de otro tipo de talentos. Hay que darle una oportunidad al muchacho.

-SHAM: (Después de mirar a Abel detenidamente por otro rato) Muy bien, así será. Entonces mañana partiremos antes del medio día. Señor Polyeidos, procure que sus niños duerman bien esta noche y cenen como nunca antes lo han hecho, porque mañana emprenderemos un largo viaje a caballo hasta el Santuario de la diosa Atenea.

Polyeidos y los niños salieron del templo hacia el Palacio, dejando atrás a los visitantes del Santuario. Diversos sentimientos invadieron a los niños en aquel momento. Para los tres menores, el estar a punto de emprender un viaje a una tierra nueva los llenó de emoción. Especialmente Beler se sentía lleno de expectativas, pensando en la posibilidad de encontrar al hermano que había partido de su lado hace tanto tiempo. Ni Abel ni Kalós supieron qué sentir o qué pensar. Ya se habían acostumbrado a la vida en Pirene, y aunque Kalós no aceptaba aun su destino como esclavo de Polyeidos, había aprendido a esperar el momento en que su situación cambiara. Abel por su parte no quería abandonar las personas que se habían convertido en su familia. Él, con habilidades de percepción más agudas que las de sus compañeros, sentía que la vida les podría jugar sucio en un lugar como el Santuario. Sin embargo, como los otros cuatro niños, guardó silencio y observó como en el Palacio terminaban los preparativos para el viaje del día siguiente.

Eirene, que a los once años se había convertido en una doncella muy bonita, envidiada y cortejada por igual en toda la ciudad, esperaba a los niños vestida de azul claro y blanco en el balcón de su habitación, tal como lo había hecho en el pasado. Viendo en la cara de los huérfanos la emoción por el tan anunciado viaje sintió que su corazón se quebrara; y la expresión de su cara se tornó melancólica, sentimiento del que sólo se percataron su abuelo, Abel, y Beler. Este último, que durante todo el camino del templo al Palacio estuvo ansioso pensando en las sorpresas que la vida le traería en el Santuario, al ver la cara de Eirene en el balcón se dio cuenta que no volvería a ver a la niña en mucho tiempo. Entonces, con un gesto de sus cejas y la mirada, le indicó a Eirene que ese día tendrían una cita de noche en el huerto. Ella comprendió a la perfección el gesto de Beler, luego de haber convivido tantos años con el muchacho mediante encuentros nocturnos secretos.

Como la vez en que Eirene los esperó para ir a la cisterna subterránea, Abel y Beler llegaron con mucho retraso de la hora en que normalmente se encontraban. La noche primaveral estaba hermosa, con una luna azul adornada por millones de diminutas estrellas que miraba a los tres niños muy de cerca. Eirene, envuelta en un manto azul claro, miró a Beler un poco decepcionada, pues había pensado que la cita en el huerto era solo para dos. Abel se dio cuenta inmediatamente del disgusto de Eirene.

-ABEL: (Dirigiéndose a Beler con una sonrisa y dando algunos pasos hacia atrás) Bueno, creo que la señorita Eirene quiere hablarte a solas…

-BELER: No, Abel, hoy debemos ir a las Fuentes juntos, tal cual lo hicimos la primera vez. Los tres somos amigos, por favor no te vayas.

-ABEL: Pero creo que la señorita Eirene…

-BELER: (Interrumpiendo a Abel) No te incomoda que Abel venga con nosotros a las Fuentes, ¿cierto, Eirene?

-EIRENE: (Luego de un silencio) No, Abel puede venir también.

En su interior, a pesar de los celos de Abel que había sentido en numerosas ocasiones por el afecto que su abuelo y Beler le tenían, lo reconocía como un niño gentil y bondadoso, y sabía que era incluso más que un hermano para Beler. A pesar de lo mucho que quería estar a solas con el muchacho, accedió a que Abel fuera con ellos. Así al menos Beler estaría muy contento y lo vería sonreír toda la noche. Fue así que los tres se encaminaron una vez más a las Fuentes de Pirene en busca de una lluvia de estrellas. Como siempre, Beler llevó a Eirene abrazada a su espalda; sin embargo, aquella noche Abel no contó relatos y se mantuvo en silencio mirando a las estrellas. Ya estando en la plataforma acuática en las Fuentes, los tres, en silencio, dedicaron mucho tiempo a contemplar el firmamento y a pensar en el camino que sus vidas estaban siguiendo. Entonces Eirene se decidió a romper el silencio, agobiada al pensar en la soledad a la que estaría sometida en los años venideros.

-EIRENE: (Con su mirada perdida en la profundidad de los colores de la noche) ¿Por cuánto tiempo estarán en el Santuario de Atenea?

-ABEL: (Cerrando los ojos) Alrededor de 7 años, pero quizás sea diferente para cada uno de nosotros…

-BELER: ¿Cómo lo sabes, Abel? ¿Te lo ha dicho el señor Polyeidos?

-ABEL: (Abriendo los ojos y mirando a las estrellas con lágrimas en los ojos) Digamos que simplemente lo sé.

-EIRENE: ¿Por qué estás tan triste, Abel?

-ABEL: No estoy triste…

-BELER: (Dirigiéndose a Eirene) Desde hace varias semanas ha estado así, extraño; muy serio, y siempre mirando hacia el cielo…

-EIRENE: Deberías estar emocionado. Imagina cuantas aventuras esperan por ustedes fuera de esta ciudad. ¡Cuánto quisiera ir con ustedes!

-ABEL: (Sonriendo) Proponle a tu abuelito que te mande en mi lugar. Con gusto me quedaría en Pirene en medio de esta paz y prosperidad.

-EIRENE: No creas que no se lo he propuesto… (Suspirando) Definitivamente parece que nuestras visitas a las Fuentes terminan hoy. ¡Quién sabe cuando nos volveremos a ver!

-BELER: Bueno, ya basta; no estén tan tristes que aun no hemos partido. Nos queda esta noche para estar juntos, ¡debemos disfrutarla! Con esa actitud de ustedes ninguna estrella se va a dejar ver caer. Ya verán que el tiempo pasará rápidamente y pronto nos reuniremos de nuevo, ya como hombres libres y con la armadura de Pegaso.

-EIRENE: Yo no soy hombre, Beler… Pero tienes razón, deberíamos prometer en voz alta que nos veremos nuevamente. Así, seguramente las estrellas nos escucharán y se encargarán de escribir en el destino que nos reunamos pronto y que seamos felices juntos.

-ABEL: ¡Eso no va a pasar!

-EIRENE: (Sorprendida con las palabras de Abel, levantándose de la plataforma para mirarlo) ¿Por qué dices eso, Abel?

-ABEL: (Levantándose también, un poco agitado) Perdónenme, amigos, no me siento bien… Beler, nos vemos en el dormitorio. Hasta mañana, señorita Eirene.

-EIRENE: ¿Qué te pasó? Y por qué me vuelves a llamar “señorita”…

La niña no había terminado de decir sus palabras cuando Abel salió corriendo cabizbajo hacia la ciudad. Beler y Eirene se quedaron entonces confundidos, mirando al joven desde la Fuente, sin entender qué le había ocurrido, y sin saber qué hacer a continuación. Cuando Abel desapareció en la lejanía, Beler se levantó y comenzó a caminar buscando la salida de la Fuente para ir tras su amigo, pero Eirene lo detuvo cogiéndole el brazo izquierdo. La niña había encontrado finalmente el momento a solas con Beler que tanto había esperado.

-EIRENE: ¡Espera, por favor! No te vayas aun.

-BELER: (Dándose la vuelta, mirando a Eirene) Pero Abel… algo le ocurrió.

-EIRENE: Sabes mejor que yo qué le sucede… lo asusta la incertidumbre ante el futuro, y se siente impotente al no poder luchar contra una decisión, que aunque lo afecta a él, fue tomada por mi abuelito. De la misma manera me siento yo…

-BELER: (Sin comprender a cabalidad las palabras de la niña) Pero no entiendo, ¡mañana vamos a Santuario de la diosa Atenea! Para eso es que hemos estado entrenando día tras día, ¿no? Estaremos dando el primer paso para convertirnos en Santos.

-EIRENE: Pero él es diferente a ti. Tú lo debes conocer más que yo, ustedes dos son hermanos. Y por eso, lo debes cuidar mucho allí en el Santuario; mi abuelo me ha dicho que es un lugar muy peligroso para los jóvenes. Y tú también te debes cuidar mucho Beler… te voy a extrañar mucho.

Con estas palabras, la niña no pudo contener las lágrimas, invadida por la nostalgia de los momentos que había compartido con los niños, y de aquello que no podría vivir con ellos los próximos años. Beler, con el pasar de los días, se había convertido en aquel muchacho con el que ella fantaseaba tan a menudo desde su claustro en el Palacio. El saber que al día siguiente Beler partiría hacia un lugar lejano y peligroso le oprimía el corazón y la llenaba de un dolor que nunca antes había experimentado. Ya no le quedaban más palabras para expresarse y lo único que hacía era mirar con los ojos llorosos al muchacho. Beler, como en tantas ocasiones similares que había vivido con la niña, no supo qué hacer o decir. Se sintió tonto e inútil; no resistió la mirada melancólica de la niña y miró hacia el agua cristalina que los rodeaba reflejando la luna y las estrellas. Entonces Eirene, llorando incontrolablemente, se tapó los ojos con sus blancas manos, y fue en ese instante que Beler decidió abrazar a la niña para consolarla. Así se quedaron unos minutos, hasta que la niña se calmó y pudo hablar de nuevo.

-EIRENE: Siempre había sido yo la que se abrazaba a tu espalda. Esta es la primera vez que me abrazas… que bueno sería que mañana no tuvieran que partir para que pudiéramos regresar juntos a este lugar y me pudieras abrazar nuevamente.

-BELER: (Sonriendo) Como les dije hace un rato, seguro que nos volveremos a reunir. No sé si en este lugar, pero estaremos juntos nuevamente, y seremos libres. Cuando eso suceda te abrazaré una vez más, te lo prometo.

-EIRENE: También debes prometerme que regresarás completito, sin ninguna herida. Así, cuando regreses, podremos partir a otro lugar lejos de aquí y tener muchos hijos que puedan tener padres que los amen. Ellos no serán huérfanos como nosotros, ni estarán encerrados en un Palacio.

-BELER: (Pensando en sus padres asesinados y en el hermano que debía estar en el Santuario) Y tampoco serán esclavos de nadie, y podrán vivir felices y en paz…

-EIRENE: (Mirándolo fijamente a los ojos) Por eso debes prometerlo. Debes regresar sano y salvo.

-BELER: Te lo prometo. Y te prometo que cuando regrese obtendré la armadura de Pegaso y me convertiré en Santo de Atenea.

Antes de regresar al Palacio, Eirene le dio a Beler un pañuelo blanco donde había bordado cuidadosamente a Pegaso con sus alas blancas extendidas. Le dijo que no la olvidara y que iba a rezar todos los días y a hacerle ofrendas a la diosa Atenea para que ganara todos los combates y lo protegiera de las heridas. Beler la abrazó una vez más y, con ella a sus espaldas, regresaron lentamente al Palacio. Esa noche, ninguno de los niños, a excepción de los gemelos, pudo dormir ante la expectativa del siguiente día y los siguientes años.

Ya de día, todos los esclavos, incluido Próetus, acompañaron a los huérfanos a la salida del Palacio, luego de un gran banquete de despedida. Eirene, inundando la mañana en su llanto, no quiso salir a despedirlos una vez más, aunque luego tocó melodías melancólicas con el arpa por varios días para llevar a cabo su luto. Polyeidos había conseguido tres caballos para facilitarles el viaje a los niños. Los gemelos montaron a uno de los caballos; Beler y Abel el otro, uno marrón con manchas blancas; y Kalós, que quería ir lo más cómodo posible, montó solo. El anciano y algunos guardias del Palacio acompañaron a los cinco jóvenes hasta el lugar donde habían quedado de encontrarse con los enviados del Santuario. Allí los esperaban sólo dos de ellos, montados también a caballo; el más grande de los visitantes, el llamado Aldebarán, no se encontraba presente. El más joven del par de jinetes portaba un arco de madera colgado a su espalda, y el otro, Sham, vestía su reluciente armadura de Santo de Atenea.

-SHAM: Muy bien niños, espero que estén preparados para el viaje y para el entrenamiento. Soy el Santo de Plata Sham de Sagitta, y este que ven aquí a mi lado es mi joven aprendiz de Santo, Índika. Ambos nos encargaremos de llevarlos hasta el Santuario de la diosa Atenea. El vivir allí no será algo fácil, pero deben hacer gala de su valía y coraje. ¡Demuéstrennos que no nos hemos equivocado al aceptarlos en el Santuario!
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XIV

XIV.
EL FINAL DE UNA ETAPA


Los niños se quedaron en silencio por un momento, apreciando el cofre de bronce encadenado a las columnas del templo. Se preguntaban a sí mismos qué era la armadura de Pegaso y trataban de fundir en sus mentes el arca que tenían en frente con la imagen del caballo alado del que tanto hablaban con Próetus en las Fuentes de Pirene. Entonces Kalós, escéptico ante las palabras de Polyeidos y sus promesas, habló con la intención de disgustar al anciano y de obtener la verdad para él y sus compañeros huérfanos.

-KALÓS: ¿Lo que usted nos quiere decir, señor Polyeidos, es que el caballo Pegaso se encuentra al interior de ese cofre?

-POLYEIDOS: (Notando la desconfianza del niño) Así es, pero no en la forma que todos ustedes tienen en sus mentes. La armadura que resguarda este templo es una de las túnicas de los Santos de Atenea. Ustedes saben, niños, que Pegaso fue convertido en constelación y llevado a cielo por los dioses Olímpicos, y que allí ha estado desde la Era Mitológica. Mediante el poder y la sabiduría otorgados por Atenea, sus herreros forjaron con bronce y polvo de estrellas esta armadura que tenemos aquí, concentrando la esencia del caballo alado que ayudó a Perseo y a Belerofón en sus empresas. Como ven niños, esta armadura de Pegaso no es una armadura ordinaria y está reservada sólo para los mejores guerreros al servicio de la diosa Atenea.

-ABEL: Pero entonces hay más armaduras. ¿Dónde están las demás?

-POLYEIDOS: En efecto, Abel, la armadura de Pegaso no es la única. Desde el diluvio universal diversas armaduras, representando cada constelación que hay en el firmamento, fueron forjadas para los Santos de Atenea.

-DELÍADES: (Pensando en el interior del arca) ¡Pero ésta de Pegaso debe ser la mejor de entre todas ellas!

-POLYEIDOS: Al menos es la armadura de bronce que se reguarda en esta región. Y es el galardón para aquel de ustedes cinco que se convierta en un gran hombre y guerrero. Será la túnica que lo confirme como Santo de Atenea.

-ABEL: Pero he leído que los Santos de Atenea se encuentran concentrados en el Santuario Ateniense, al este de Grecia. ¿Por qué entonces esta armadura se encuentra aquí en Pirene?

-POLYEIDOS: El Santuario es el lugar donde se encuentra la diosa Atenea, resguardada por sus leales Santos. Pero muchas de las armaduras esperan por su portador en lugares diversos, incluso fuera de Grecia. Los Santos de Atenea no sólo nacen en esta región; hay Santos que vienen de las heladas tierras del Norte, del lejano Oriente, o de lugares aun más remotos. Ellos son jóvenes de diferentes lugares y pueblos, con idiomas y costumbres también diferentes. Pero aquello que tienen en común es que luchan en nombre de la diosa de la sabiduría por el bien de la humanidad. Son verdaderos héroes, herederos de la valentía y la sangre de los héroes de antaño que fueron convertidos por los dioses en brillantes astros por sus hazañas memorables. Es por eso, niños, que ustedes tendrán que demostrar con mucho esfuerzo que ustedes son herederos de las virtudes heroicas y merecedores de esta armadura.

-ABEL: Pero ¿por qué justamente nosotros, señor Polyeidos? Yo ni siquiera he conocido a mis padres, he sido abandonado en esta ciudad. ¿Cómo puedo ser descendiente de grandes héroes? Las estrellas que rigen nuestros destinos nos han traído la desdicha desde nuestros primeros años de vida.

-KALÓS: (Recordando con desazón el cómo llegó a ser esclavo en Pirene) Abel tiene razón, somos unos huérfanos insignificantes, esclavos en un Palacio en una ciudad también insignificante.

-POLYEIDOS: Recuerden, niños, que ni el más sabio de los hombres conoce todos los finales de la historia. Sus vidas pudieron haber comenzado de una forma desdichada, pero aun desconocen lo que los dioses tienen preparado para ustedes. Por eso deben entrenar duro y seguir mis consejos. Mi intención es que ustedes se conviertan en grandes hombres que puedan proteger aquello que la diosa Atenea ama: la humanidad y la paz. Y Kalós, ustedes no son insignificantes, no lo vuelvas a decir; a pesar de ser reconocidos como esclavos por otras personas en la polis, ustedes saben que la vida que llevan en el Palacio no corresponde a esa categoría.

-KALÓS: (Con amargura) Aunque recibamos la educación que reciben los hijos de los ciudadanos, estamos condenados a servirle a usted por siempre. No tenemos la libertad. Somos unos simples esclavos.

-POLYEIDOS: Pero ya anteriormente te lo he dicho Kalós, a ti y a los demás. A diferencia de la armadura de Pegaso, reservada sólo para uno de ustedes, a los cinco les otorgaré la libertad. (Riendo) Ha sido una petición especial de mi nieta, quien desde hace mucho me dijo que ella, la doncella del Palacio, no podía tener hijos con un esclavo y que por ello les tenía que dar a ustedes la libertad… (Luego de una pausa, en la que rió a carcajadas ante la mirada confundida de los niños) Escuchen bien, los cinco: todos ustedes serán hombres libres cuando regresen del Santuario.

-GANÍMEDES: (Estupefacto, al igual que los demás niños al escuchar la nueva y sorpresiva noticia) ¿Cuando regresemos del Santuario? ¿Iremos al Santuario de Atenea?

-POLYEIDOS: No te emociones aun, Ganímedes. Como escucharon, irán al Santuario de Atenea si mis planes marchan a la perfección. Allí recibirán el entrenamiento para convertirse en Santos de Atenea, y conocerán a otros guerreros como ustedes, y a los Santos más poderosos. Pero antes de eso tendrán que seguir rigurosamente la educación y el entrenamiento de Próetus por algunos años más, pues se dice que sólo los jóvenes más fuertes y talentosos logran tener éxito en los arduos entrenamientos del Santuario. En otras palabras, si no son lo suficientemente fuertes podrían morir en el Santuario.

A pesar de que Beler no había pronunciado palabra desde que había pisado el templo de Atenea, la expresión de sus ojos daba cuenta del interés que tenía por la armadura de Pegaso y por los Santos de Atenea. Lo que no le había contado a nadie, ni siquiera a su mejor amigo Abel, era que su hermano Pyramus, aquel que se había marchado de su lado antes de que Aleion fuera destruido, había sido reclutado por hombres del Santuario. Que el destino le presentara a Beler una oportunidad para buscar a su hermano desaparecido en el Santuario de Atenea fue para el niño la sorpresa más grande que la vida le había presentado hasta ese día. Por ello escuchó la conversación entre el anciano y los niños invadido por muchas emociones, fijándose con muchas expectativas la meta de calificar para Santo de Atenea.

Los niños y Polyeidos continuaron hablando sobre los Santos de la diosa Atenea y la armadura de Pegaso por muchas horas más, hasta que la luz del sol que entraba por la abertura cuadrada en el techo de la habitación disminuyó y el cielo se llenó de nubarrones de lluvia. Cuando regresaron al Palacio, se sorprendieron mucho y se miraron entre sí extrañados ya que, aunque esta vez tampoco salió Eirene a su balcón a recibirlos, escucharon su voz que cantaba una dulce y melancólica melodía de bienvenida acompañada por las notas de su lira. Por boca de otros esclavos la niña se había enterado de los planes que Polyeidos tenía reservados para los cinco huérfanos lejos de Pirene, y esto le había causado una gran tristeza.

Los días comenzaron a transcurrir como antes. Kalós había vuelto a unirse a los entrenamientos de Próetus y retomaba poco a poco su rutina. Si bien su actitud seguía siendo la misma de siempre, después de su escape fallido los comentarios ofensivos y mordaces a los que tenía a sus compañeros acostumbrados se habían reducido notablemente. Sin embargo, a pesar de la humillación y el castigo a los que el muchacho había sido sometido, no escarmentó e intentó volverse a fugar del Palacio en varias ocasiones. Con cada nuevo castigo su odio y rencor hacia Polyeidos y su nieta aumentaban, y con más ganas quería huir de su vida en Pirene. Kalós intentó huir del Palacio cuatro veces en cinco años, y por ello, recibió castigos físicos tan severos que dejaron numerosas cicatrices en su piel y los recuerdos del dolor de numerosos huesos fracturados, convirtiéndolo en una persona más silenciosa y rencorosa.

Los gemelos Delíades y Ganímedes con cada día que pasaba se diferenciaban físicamente más y más el uno del otro. A pesar de llevar el mismo entrenamiento y tomar con el mismo entusiasmo los combates y las competencias, el cuerpo de Delíades creció demasiado a comparación del de su hermano. Su altura llegó incluso a sobrepasar al mismo Kalós, quien antes se jactaba de ser el más alto de los cinco, y su musculatura asustaba a los más fornidos atletas en el gimnasio de la Polis. Pronto alcanzó los hombros del mismo Próetus, que no era un hombre bajo, y con su tamaño aparentó la edad de un joven finalizando la pubertad, cuando en realidad ni siquiera había comenzado esa etapa. Por los demás rasgos físicos, ambos gemelos se parecían en algo. El color negro brillante de sus cabellos era el mismo, incluso llevaban el mismo corte; pero las facciones delicadas y femeninas de la cara de Ganímedes se diferenciaban de las facciones bruscas de su hermano.

A pesar de las notables diferencias entre ambos gemelos, eran aclamados y admirados por igual por los habitantes de Pirene. Varios aristócratas que frecuentaban el gimnasio para participar en discusiones filosóficas o entretenerse con las competencias asediaban a Próetus para concertar matrimonios entre los niños y sus hijas, o incluso para cortejarlos ellos mismos y convertirlos en sus erómenos en los próximos años. Ganímedes coleccionaba regalos de todo tipo que le hacían estos hombres, sobre los que, consciente de su popularidad en Pirene, se jactaba ante su hermano y los demás huérfanos. Entre estos regalos, el que más lo sorprendió fue una hermosa ave verde y azul enjaulada, que al poco tiempo de recibirla liberó en las Fuentes de la ciudad. Delíades por su parte tenía una noviecita secreta que era esclava de otro Palacio cercano al de Polyeidos y a quien veía cada mes encubierto por Próetus. Aunque ella era mayor que él 5 años, parecían de la misma edad gracias a la precocidad del crecimiento de Delíades.

Tanto los gemelos como los otros tres chicos aprendieron a usar hábilmente diferentes tipos de armas. Próetus les enseñó a usar la lanza del ejército griego, llamada Doru, y la espada corta de los hoplitas, llamada Xifos, la cual se utilizaba luego de que en combate quebraran sus lanzas. Incluso llegaron a estudiar el uso de la sarissa macedonia, muy pesada y larga para la estatura de los niños. Para que no se lastimaran en los combates, utilizaban la mayoría del tiempo armas de madera. Pero para acostumbrarlos a las luchas reales y a las armaduras que los soldados llevaban en las guerras, Polyeidos mandó a hacer para los chicos corazas de cuero y metal que pesaban cerca de 25 kilogramos. Cada chico recibió también un aspis, un pesado escudo circular que medía un metro de diámetro hecho de madera y cuero. El aspis de cada chico llevaba pintado el símbolo de la familia de Polyeidos, el Pegaso, y mientras duraba el entrenamiento en armas, los chicos tenían prohibido descargar su escudo en el suelo; el hacerlo les acarreó diferentes castigos físicos a Abel y a Kalós en numerosas ocasiones.

El entrenamiento de tiro con arco fue reducido poco a poco para dar espacio a las armas corto punzantes, pero las veces que lo llevaron a cabo, Beler destaco por su puntería extraordinaria. Entre los pastores de la región y otros espectadores de los entrenamientos, era llamado el niño ojos de águila, y gracias a sus habilidades fue requerido en varias ocasiones por los cazadores de Pirene para acechar jabalíes gigantes y otros animales salvajes. Con el paso de los años también había comenzado demostrar talento para el atletismo. En una ocasión, Próetus organizó una carrera de velocidad y resistencia entre Beler y Ganímedes, los dos huérfanos más rápidos de entre los cinco. El recorrido era extenso, desde Pirene hasta Éfira ida y vuelta. La carrera les tomó un día completo, y la victoria por pocos minutos de Beler fue celebrada por varios días en ambas ciudades.

A pesar de que Beler había vuelto a hablar, permaneció ante los ojos de los demás como un niño silencioso e introvertido, y solo mantenía buena comunicación con Abel y con Eirene cuando se les presentaba una oportunidad para encontrarse. La niña había encontrado en ambos chicos a unos amigos con los cuales compartir ratos hermosos bajo las estrellas y discutir acerca de la vida cotidiana en el Palacio y en la ciudad. Abel y Beler eran como una ventana a través de la cual descubría el mundo y se permitía un escape de la soledad que sentía al pasar todos los días de su niñez recluida en su habitación aprendiendo las artes y leyendo los libros de su abuelito.

Casi siempre los tres niños se encontraban varias veces por semana de noche en el huerto para conversar. Pero en verano, y a veces en primavera, huían cada semana del Palacio para visitar las Fuentes y maravillarse ante la pantalla de astros luminosos que los cobijaba. A pesar de que Polyeidos sabía de estos encuentros, los dejó proseguir al comprender que los niños siempre regresaban y que era una actividad que los hacía muy felices. Al día siguiente de visitar las Fuentes, Eirene iluminaba el palacio con sus cantos y con su arpa, demostrando lo habilidosa que se había vuelto en estas artes y lo contenta que se sentía por la compañía de Beler y Abel. El interés que Eirene había sentido alguna vez por Kalós había disminuido, y en cambio concentraba todas sus energías en esperar el fluir del día para encontrarse con sus dos amigos.

La pequeña doncella a veces sentía celos por la amistad tan estrecha entre Beler y Abel. Ambos niños se vieron entre sí como al hermano con el que no habían podido crecer. A pesar de que diferían en actitud y habilidades, siempre se apoyaban y hacían lo posible por alentar al otro a continuar adelante. Abel sabía que algo especial ocurría entre su amigo y la nieta de Polyeidos, por lo que propiciaba momentos para que ambos estuvieran solos: En muchas ocasiones se retiraba de las visitas a las Fuentes con alguna excusa, o simplemente no iba y se quedaba esperando a sus dos amigos en el huerto hasta que regresaran. Por su lado, Beler se sentía incómodo cuando Abel lo dejaba a solas con Eirene, ya que no sabía qué decir o qué hacer. Cuando esto ocurría, simplemente se quedaba mirando al cielo algo nervioso, disfrutando de la compañía y las palabras de la niña.

Así pasaron lentamente los años pacíficos de la niñez de los hijos de Polyeidos. La mañana de primavera que fueron llamados nuevamente al templo de Atenea, Kalós y Abel tenían ya 11 años, y Beler y los gemelos tenían 10. A pesar de sus cortas edades, su apariencia física los hacía lucir mayores por la disciplina y el esfuerzo con los que habían entrenado; y sus actitudes tampoco eran infantiles por las experiencias que habían vivido y por la educación que habían recibido del esmerado Próetus. Aquella mañana, Eirene salió al balcón a despedirlos, y allí se quedó esperando a los cinco niños a que regresaran con su abuelito del templo de Atenea.

Una vez más dejaron a Próetus a la entrada del templo, y fueron custodiados al interior por tres centinelas que los llevaron hasta la habitación donde cuatro años atrás habían visto el cofre de la armadura de Pegaso y la hermosa estatua de la diosa Atenea. Polyeidos estaba allí esperándolos, con su túnica ceremonial, pero esta vez no estaba solo. Además del anciano, tres hombres de figuras imponentes esperaban a los niños al lado de la armadura de Pegaso.

-POLYEIDOS: (Interrumpiendo su conversación con uno de los tres hombres para atender a los niños) Bienvenidos nuevamente a este recinto, niños. No sean descorteces y saluden a estos respetables visitantes. Ellos son los enviados del Santuario y están aquí para decidir si ustedes son dignos de recibir el entrenamiento para Santos de Antena…
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