XVII.
BIENVENIDOS AL SANTUARIO
BIENVENIDOS AL SANTUARIO
A pesar de las preguntas de los niños, Sham e Índika continuaron inmóviles y en silencio mirando hacia la floresta por donde Kalós había huido. La expresión en sus rostros comunicaba que estaban a la expectativa de algo. De repente, todos vieron como alguien surgía de entre las sombras del bosque y se les acercaba lentamente. Era Aldebarán, cargando sobre sus hombros a un Kalós inconsciente.
-ALDEBARÁN: (Descargando al muchacho sobre el suelo) ¡No me mires así, Sham! Sólo le he dado una palmadita en la espalda. Pronto recobrará el conocimiento, pero seguro intentará escapar nuevamente. ¡Índika! Asegúrate de amarrarlo bien, supongo que traes soga contigo. ¡Y no le quites los ojos de encima la próxima vez!
-íNDIKA: Si intenta escapar de nuevo le quebramos los pies y asunto arreglado.
-SHAM: (Dirigiéndose a su aprendiz) Ésa no es decisión tuya. Seguro que después de su encuentro con Aldebarán no volverá a escapar, al menos en lo que nos queda de recorrido.
-ABEL: (Dirigiéndose a Aldebarán) Seguramente esto es suyo (mostrando la capa verde con la que se había estado arropando). ¡Muchas gracias!
-ALDEBARÁN: Quédate con ella, seguro te será útil para cobijarte esta noche también. Cuando estemos todos en el Santuario me la devuelves. Ahora deben proseguir con su camino, han perdido mucho tiempo descansando.
-BELER: Usted ha sido quien nos ha estado siguiendo, ¿cierto? ¿Por qué no nos ha acompañado en el viaje a caballo?
-íNDIKA: (Contestándole a Beler) Porque es más rápido ir a pié. Si sobrevives al entrenamiento en el Santuario, lo comprenderás. Hemos decidido utilizar caballos esta vez para facilitarles el viaje a ustedes cinco. Además, el señor Aldebarán es muy pesado para un caballo, le dañaría la columna vertebral al animal.
Cuando menos pensaron, Aldebarán desapareció adentrándose en la floresta por dónde Kalós había huido. Al niño escapista lo amarraron de pies a cabeza y su caballo fue atado a la brida del corcel negro de Sham. Durante las siguientes horas del trayecto, los niños se quedaron pensando en Aldebarán, en su tamaño, y en aquello que dijo Índika sobre que era más rápido para él ir a pié que en caballo. Con la puesta del sol, Kalós abrió finalmente los ojos, pero no quiso hablar ni esa noche ni al día siguiente.
Los cinco caballos y sus siete jinetes continuaron su viaje con un galope lento pero constante, hasta entrar al territorio de Áttica. Habían pasado ya dos días desde que Kalós había intentado escapar, y cinco desde que habían dejado Pirene. Se estaban adentrando en un terreno un tanto más frío, repleto de colinas, con menos vegetación y bastante rocoso. Aunque la mayoría del tiempo habían estado cabalgando en silencio, de vez en cuando los gemelos discutían entre ellos o le hacían preguntas a Sham sobre el territorio o sobre otros Santos de plata. Abel y Beler se limitaron a escuchar las respuestas de Sham y a observar los territorios de Áttica, del que sólo sabían por los libros y por Próetus. “Qué feliz sería Eirene si pudiera ver tantos lugares junto a nosotros”, pensaban ambos niños frecuentemente. A veces, susurrándole al oído, Abel le comentaba a su amigo sobre la posición de Aldebarán; si éste se encontraba cerca, si se había adelantado, o si alejándose se había adentrado en algún poblado. Aunque cerraba los ojos e intentaba escuchar algún ruido diminuto, o sentir algún aroma sutil en el aire, Beler no entendía cómo era que su amigo sabía de la presencia de Aldebarán; sin embargo le creía completamente. Lo que Beler sí pudo lograr agudizando su mirada de águila fue divisar a lo lejos un pequeño poblado emplazado al lado de una colina rocosa.
-BELER: ¡Señor Sham! Si seguimos por este camino llegaremos a un pueblo.
-SHAM: (Volviendo su rostro hacia Beler) ¡Qué vista la que tienes, muchacho! De seguro esos ojos tuyos nos serán muy útiles en el Santuario. Ése poblado que divisaste se llama Rodorio, y allí desmontaremos y comeremos para luego dirigirnos a pie hasta el Santuario, que está detrás de la colina que vez allí.
Efectivamente llegaron a Rodorio, villa que no tendría más de veinte casitas de pastores y granjeros, un pequeño mercado, y algunos establos. El suelo de piedra del poblado estaba húmedo por las lluvias de primavera y los niños, bajándose de sus fatigados caballos para dejarlos en un establo, saltaban de charco en charco, felices de haber terminado con su tediosa travesía. Kalós fue liberado de sus ataduras, que le dejaron llagas en las muñecas y los tobillos de lo apretadas que estaban, y luego de que todos comieran y reposaran, se pusieron en marcha y se alejaron del pueblo en dirección norte, vadeando la rocosa colina que estaba al pie de Rodorio.
El cielo estaba nublado, el suelo agrietado y húmedo, y el panorama gris. Legiones de caracoles transitaban por el camino que llevaba al Santuario, y sus conchas eran aplastadas ruidosamente por Beler y Delíades, que se divertían pisando a los animalitos. Abel, molesto por la acción de sus compañeros, rompió el silencio en el que había estado desde que llegaron a Rodorio.
-ABEL: Por favor no sigas, Beler. ¿Por qué los tienes que matar?
-BELER: ¿Pero cuál es el problema? ¡Si es muy divertido! (Aplastando un caracol) Mira como crujen cuando los piso.
-ABEL: ¿Qué dirías si yo hiciera lo mismo con los caballos que te gustan tanto?
-BELER: No puedes comparar un caballo con un caracol; los caballos son más grandes, y son muy bellos y rápidos; y muy útiles para los hombres.
-ABEL: Según esa idea tuya, los hombres, que somos tan insignificantes a los ojos de los dioses, deberíamos ser también aplastados por ellos, ¿no? Qué importamos si somos unos bichitos diminutos e indefensos que no se comparan ante el poder y la presencia de los dioses. ¿Para qué nos protege entonces la diosa Atenea de la ira de Poseidón o de los otros Olímpicos?
-DELÍADES: (Aplastando otro caracol) ¡No me gusta que me digas lo que debo o no debo hacer!
-íNDIKA: (Dirigiéndose a Delíades) ¡Vaya! El que seas el más grande de los cinco no indica que seas el más inteligente. Deberías escuchar las palabras de tu compañero, niño estúpido, o aquí mismo te aplastaré como lo has estado haciendo con los caracoles.
-SHAM: (Volviendo su cabeza hacia los demás) Controlen sus impulsos, jóvenes; ya casi llegamos al Santuario y no quiero que lleguen discutiendo. (Mirando a Delíades) De una forma u otra el rubiecito tiene razón. Traer sufrimiento a los animalitos y a otros seres frágiles por puro placer y sin necesidad es algo que no tiene ninguna justificación; está mal hecho.
Aunque Delíades lo siguió haciendo de vez en cuando ante la mirada recriminadora de Índika y los demás, Beler se quedó pensando en las palabras de su disgustado amigo y le dio la razón. Se sintió diminuto e insignificante ante la grandeza de Gea, los poderes de los dioses, y la cantidad abrumadora de personas que habitaban en Grecia. Venía pensando en esto cuando se vio frente a un inmenso muro de piedra que se elevaba a la derecha del camino. “Hemos llegado” les dijo Sham, y continuaron caminando a lo largo de la elevada muralla. En los alrededores no había más que bloques inmensos de piedra, columnas rotas, y restos de los materiales con lo que alguna vez había sido construido el Santuario.
Después de un largo recorrido a la sombra de la imponente muralla, llegaron a un gran arco, la puerta principal del Santuario que miraba hacia el Norte, custodiada por varios soldados posicionados a cada lado del arco y en atalayas. Cuando éstos se percataron de la presencia del Santo de Sagitta y sus seis acompañantes, se irguieron para saludarlos y a continuación abrieron ruidosamente la gigantesca puerta de madera y metal. Los niños se miraron entre sí, pensando que para entrar al Santuario no había necesidad de puertas cuando ellos eran capaces de saltar y escalar muros incluso más altos que esos. Al atravesar el arco, Abel y Kalós se sintieron entrando a una prisión, mientras que Beler y los gemelos se llenaron de emoción imaginándose las cosas que se encontrarían tras las murallas. Pero se sorprendieron cuando no encontraron más que afiladas empalizadas de madera a cada lado del arco, y dos torres de piedra desde las cuales los miraban algunos arqueros con ropajes extraños. Más allá de las torres se extendía un camino de tierra erosionada y húmeda por las lluvias, con algunas casuchas de piedra mal construidas a los lados y peñascos por doquier; y al fondo del camino no veían más que sombrías colinas rocosas.
-SHAM: ¿Y esa cara de decepción? ¿Qué era lo que estaban esperando encontrar en el Santuario?
-BELER: (Mirando al nublado horizonte) ¡Esperen! Al fondo hay más que esto.
-SHAM: (Riendo) Efectivamente. Estas murallas son sólo para alejar a pastores curiosos y a visitantes de otras tierras que no han sido invitados. No significan un verdadero obstáculo para intrusos.
-KALÓS: (Mirando a los guardias en las torres) Ni tampoco para desertores.
-ÍNDIKA: En eso te equivocas. Cruzar estas puertas ha sido un privilegio para ustedes, pues han sido aceptados para recibir el entrenamiento en el Santuario. Pero sólo podrás salir de aquí cuando te sea permitido por tus superiores. El Patriarca ha dado la orden de dar muerte a los aprendices que intenten huir del Santuario por cobardía.
-SHAM: (Seriamente) Lo que Índika les dice es la verdad. (Mirando a Kalós) Así que no intentes comprobar el cumplimiento de los mandatos del Patriarca, quien después de Atenea es la mayor autoridad en el Santuario, y ten cuidado con los pensamientos que están rondando tu mente en estos momentos. (Volviendo su mirada al horizonte) ¡Bienvenidos al Santuario!
Luego de estas palabras, Sham guió a los niños hacia el Sur. A la derecha del camino, tras algunos cerros y barrancos, les señaló las edificaciones donde los aprendices de Santo y otros guerreros pasaban las noches. Más adelante, a la izquierda, les señaló una extensa planicie recubierta por ruinas y columnas, con caminos y escalones hechos de piedra. Allí pudieron divisar algunos guerreros combatiendo violentamente, de una forma muy diferente a la que estaban acostumbrados a ver en la palestra en Pirene. Sorprendido, Beler distinguió a varias mujeres entre los luchadores.
-BELER: (Señalando a las mujeres) Señor Sham, ¿por qué esas mujeres están allí?
-SHAM: ¿Qué quieres decir? ¿Qué acaso esperabas que sólo hubiera hombres en este lugar? Esto no es Pirene, niños. Aquí hay todo tipo de guerreros. Hay hombres y mujeres de diferentes partes del mundo. Todos los humanos tienen la capacidad de convertirse en Santo de Atenea. A las mujeres que entrenan en el Santuario les llamamos Amazonas y muy seguramente lucharan con algunas de ellas en su entrenamiento. Y les aconsejo, niños, que no las subestimen. Son iguales de temerarias y fuertes que cualquier otro guerrero.
Beler y Abel se miraron sonriendo, pensando en lo feliz que sería Eirene si hubiera estado allí presenciando la lucha de las Amazonas y escuchando las palabras de Sham. Los otros niños también estaban sorprendidos, no sólo por ver a las mujeres guerreras sino también por la destreza y rapidez con la que se entrenaba en aquel lugar.
-GANÍMEDES: ¿Y por qué hay ruinas por todas partes?
-SHAM: Son los restos del Santuario antes de que fuera destruido hace muchos años en la guerra contra Poseidón y fuera sumergido bajo el agua; han leído sobre Gran Diluvio, ¿cierto? Pero ahora son otros tiempos, y el Santuario de Atenea ha sido reconstruido por sus Santos, y será reconstruido siempre que haga falta.
El escuchar nombrar a Poseidón hizo que los gemelos se estremecieran. Siguieron su camino hacia el Sur, acercándose cada vez más a una colina bajo numerosas nubes oscuras, donde pronto pudieron distinguir emplazadas varias construcciones tan imponentes como el mismo templo de Atenea en Pirene. Sobre la cima de la colina pudieron observar una enorme escultura con forma humana.
-SHAM: ¡Ésa es la estatua de la diosa Atenea! Allí en la cumbre se encuentra la diosa resguardada en su cámara, y también allí reside el Patriarca. Los otros templos que pueden ver alrededor de la colina son las 12 casas del zodiaco. Allí residen los Santos más poderosos: los Santos de oro.
-BELER: (Con los ojos bien abiertos, sorprendido con la noticia) ¡Santos de oro!
-ÍNDIKA: ¡Por supuesto! Si hay Santos de bronce y de plata lo más lógico es que hayan Santos de oro, ¿no?
-SHAM: Como dije, son 12 y son la élite del Santuario, cobijados por cada una de las constelaciones que adornan el camino que el sol recorre cada día. Este primer templo que ven allí es el templo de Aries, y es la verdadera muralla del Santuario. (Mirando a la cumbre, hacia la estatua de Atenea) Los Santos de oro son los más fieles a Atenea, son los Santos que mejor conocen las capacidades del ser humano, los que mejor dominio tienen del cosmos…
-ABEL: ¿Cosmos?
De repente una potente y profunda voz los llamó, interrumpiendo a Sham y atrayendo la atención no sólo de los niños sino de otros centinelas que se encontraban patrullando el lugar. Era Aldebarán, que se les acercaba poco a poco desde lo que parecía ser un anfiteatro.
-ALDEBARÁN: ¿Por qué han demorado tanto? Ya el patriarca sabe de nuestra llegada. Espero que hayan comido bien en Rodorio y hayan recargado sus energías, porque esta misma tarde comenzará su entrenamiento. Apis de Musca, un Santo de Plata, les ha sido asignado como maestro. Sin embargo, no se acostumbra en el Santuario que un Santo tenga tantos aprendices a la vez, siendo el número máximo permitido cuatro, por lo que uno de vosotros tendrá que separarse de sus compañeros. A aquel que tome la decisión de dejar a sus amigos le será asignado como maestro algún otro Santo, por supuesto.
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