Saturday, 5 December 2009

XVIII

XVIII.
SEPARACIÓN


Los niños se miraron unos a otros inquietos con la noticia de Aldebarán. Uno de ellos tendría que dejar a los otros, después de que juntos habían entrenado y vivido día tras días por más de cinco años: había llegado la hora de separarse. “Es hora de decidirse, jóvenes, quién de vosotros será el que entrene con otro maestro,” les decía Aldebarán, con la seriedad que lo había caracterizado hasta el momento.

-GANÍMEDES: (Dirigiéndose a Kalós) Creo que a ti no te importará separarte de nosotros. Siempre nos has despreciado y te gusta la soledad. ¿Por qué aun no te has ofrecido para entrenar con otro Santo?

Kalós no pronunció palabra ante la propuesta de Ganímedes. Era cierto que no le hubiera importado mucho separarse de sus compañeros anteriormente, pero ahora estaban en el Santuario; las cosas eran diferentes, y Kalós sabía que estar solo en aquel lugar le significaría una gran desventaja. Al ver la expresión de terror en la cara de Kalós, Abel habló.

-ABEL: (Con la frente en alto) Señor Aldebarán, yo seré el que entrene alejado de mis amigos.

-BELER: (Sobresaltado con la decisión de su amigo) ¡¿Qué?! ¿Por qué siempre tienes que hacer esto? Yo pensé que nos íbamos a cuidar el uno al otro. ¡Yo le prometí a Eirene que cuidaría de ti!

-ABEL: (Sonriendo) No hay por qué preocuparse, Beler, aquí estaremos bien. Hemos entrenado por más de cinco años, estoy seguro que sobreviviremos al entrenamiento en el Santuario. (Mirando a Sham y a Aldebarán) Los Santos son hombre gentiles y estaremos seguros en sus manos como sus aprendices. (Entregándole la capa verde a Aldebarán) Aquí está su capa señor; muchas gracias, en verdad me fue de mucha utilidad.

Aldebarán recibió su capa verde, sonriendo por primera vez en frente de los niños. Beler seguía consternado, disgustado con la actitud de su amigo, quien resignado al cambio miraba melancólicamente hacia la estatua de Atenea en lo alto del Santuario. Los otros tres niños miraban a Abel sin saber qué pensar de él, y se preparaban para decirle adiós cuando Sham se aproximó a Beler y le puso una mano en su hombro derecho.

-SHAM: (Mirando a Aldebarán) Antes de que se tome cualquier decisión, quisiera intervenir en esta situación tan incómoda para los futuros aprendices de Santo. Debo decir que tengo un interés particular por este joven; quisiera que se uniera al entrenamiento que le estoy dando a Índika. Beler tiene un talento especial, sé que bajo mi tutoría se convertirá en un arquero excelente. ¿Qué dices, muchacho? Apis de Musca sería el maestro de tus amigos y yo, el Santo de Sagitta, sería el tuyo.

Beler y Abel se miraron el uno al otro. Los gemelos no se separarían, y Kalós al parecer tampoco quería entrenar apartado de los demás. Por lo visto ambos amigos se separarían, de una manera u otra. Beler sabía que Abel era el más frágil de los niños físicamente. Pensó que aceptar la propuesta de Sham sería lo más adecuado para cuidar de una forma indirecta de su amigo. Además, el Santo de Plata había causado una gran impresión en Beler desde la primera vez que lo había visto en Pirene, de seguro lo convertiría en un gran guerrero.

-BELER: (Mirando a Abel mientras comunicaba a todos los presentes su decisión) Está bien, señor Santo de Sagitta; quiero ser su aprendiz.

-SHAM: Decidido entonces, de ahora en adelante entrenarás al lado de Índika. Despídete de tus amigos por ahora, seguro muy pronto los verás. Quizás vuelvas a luchar contra ellos una vez más mientras dure tu entrenamiento en el Santuario.

-ALDEBARÁN: (Dirigiéndose a los demás niños) Ahora vosotros debéis venir conmigo. ¡Seguidme!

Los cuatro jóvenes se despidieron de su compañero con la mirada. “Pronto nos volveremos a ver,” le dijo Beler a Abel en voz baja, quien tampoco fue capaz de decir alguna palabra de despedida antes de seguir a Aldebarán. Beler se quedó mirando cómo sus amigos se desvanecían poco a poco en los caminos de piedra que llevaban a la zona oeste del Santuario. Las gotas de una leve lluvia comenzaron a caer de pronto y una niebla espesa comenzó a bajar desde la cima de la colina donde se encontraba la estatua de Atenea.

-SHAM: Ahora los voy a dejar solos por un rato, tengo algo qué hacer. (Dirigiéndose a Beler) Índika se encargará de mostrarte las zonas del Santuario donde normalmente llevaremos a cabo nuestro entrenamiento y de platicarle sobre muchas cosas que te serán útiles los siguientes años de tu vida en este lugar.

Sham desapareció de repente y ambos jóvenes se quedaron solos viendo cómo la niebla los alcanzaba y los sumergía poco a poco en una laguna blanca. Beler se sentía paralizado, lleno de preguntas sin respuesta y perdido en un lugar desconocido. “Este será mi nuevo hogar” se dijo a sí mismo melancólicamente antes de partir con su nuevo compañero por el mismo camino por donde antes habían transitado Aldebarán y los otros niños.

Índika lo condujo por diversos senderos de piedra y a través de varios cerros desolados con construcciones en ruinas. Poco a poco la niebla fue retrocediendo y el sol de la tarde se filtró a través de las nubes que cubrían el Santuario. Después de caminar por un largo período de tiempo llegaron a un lugar elevado, donde encontraron a un par de guerreros practicando el tiro con arco.

-ÍNDIKA: Aquí pasarás mucho tiempo, no sólo entrenando con arco y flecha sino con todo tipo de armas, e incluso combate cuerpo a cuerpo. Hoy hay otros individuos practicando, pero por lo general este lugar se mantiene desolado. (Mirando la expresión de resignación en la cara de Beler) ¡No hagas esa cara de tragedia! Eres muy afortunado; que tengas a Sham de Sagitta como tu maestro es prueba de que tienes una estrella de suerte.

-BELER: (Mirando al horizonte) Ya me han dicho eso antes… no sé qué tan afortunado sea… ¿Y cuándo comenzará mi entrenamiento? ¿Por qué nos ha dejado solos el señor Sham?

-ÍNDIKA: (Sonriendo burlonamente) ¿Acaso pensaste que por ser tu maestro iba a estar siempre acompañándote? Normalmente los Santos de Plata son enviados por el Patriarca a otras regiones en largas campañas de guerra. Quizás ahora que tiene a un novato como aprendiz permanezca más tiempo en el Santuario, pero no es algo seguro. La base del entrenamiento es tu estadía en este lugar. Comenzarás observando la lucha de otros, y cuando creas que tienes el coraje y la experiencia suficiente podrás batirte en duelos con otros guerreros; así comencé yo.

-BELER: No creo que con sólo observar las batallas pueda aprender mucho…

-ÍNDIKA: Por eso tendrás que probar suerte también y luchar en las contiendas que se te puedan presentar para probar tus capacidades. Aquí sólo los fuertes sobreviven. No creas lo que tu amigo rubio dijo; no todos los Santos son hombres gentiles. Aquí en el Santuario te encontrarás con verdaderos demonios y seres despiadados que no les importará humillarte y destrozarte para demostrar sus habilidades y obtener la atención para ser merecedores de alguna armadura o ser asignados en alguna misión especial. (Tensando su arco y alistando una flecha) Yo mismo te perforaría con estas flechas si te llegaras a interponer en mi camino.

Las palabras de Índika no intimidaron a Beler, a quien no le importó mucho que su nuevo compañero de ojos rojizos y apariencia foránea le estuviese apuntando al corazón con dos flechas de madera. En cambio, se sintió aliviado al haber decidido que Abel no entrenara separado de sus compañeros. Definitivamente el Santuario sería un peligro para su mejor amigo, y sería más fácil sobrevivir al entrenamiento si él estaba acompañado por Kalós y los gemelos.

De repente el chillido de un águila atravesó el cielo, llamando la atención de Beler e Índika que divisaron al ave planeando cerca de donde se encontraban. Índika entonces dirigió sus saetas hacia el águila templando aun más el arco. “¿Sabes, Beler? No le digas a mi maestro, pero soy superior a él en técnicas con arco y flecha, y ya es mucho decir porque mi maestro es fenomenal. Pero yo soy el mejor del Santuario. Te demostraré mis capacidades y mi puntería, ¡observa!” y mientras Índika decía estas palabras, Beler horrorizado observaba cómo en el rostro de su compañero se dibujaba una fría expresión que reflejaba su intención de dar muerte al águila. Entonces recordó el episodio con Abel y los caracoles cuando se aproximaban a las puertas del Santuario.

-BELER: (Agarrando el brazo izquierdo de Índika) ¡Espera! ¡¿Qué vas a hacer?! ¿Por qué le vas a disparar?

Entonces, con solamente tocar la piel del joven, Beler sintió una vez más la terrible presencia agresiva que antes había percibido en Índika cuando en el viaje hacia el Santuario Kalós había intentado huir. Pero esta vez no sólo sintió la agresividad del joven guerrero, sino que sintió algo más, como un grito ahogado en su mente. Era algo que sentía por primera vez y que no era capaz de explicar, pero que demandaba toda su atención. Sintió un nudo en la garganta y un vacío en el estómago, y al concentrarse más en la sensación pudo finalmente sentir la desesperación de alguien, ¡la desesperación y el dolor de Abel! Otro chillido del águila lo despertó del trance momentáneo al que había llegado.

-ÍNDIKA: (Soltando una carcajada y cambiando su posición ofensiva) ¿Y por qué no he de hacerlo? Bueno, te acabas de perder una demostración de mis habilidades. Desde esta colina y con estas flechas astilladas podría asesinar si quisiera a varios de los guerreros que ves allí (señalando al valle que tenían en frente); tú también los logras divisar ¿no? Pero a esa águila no la puedo tocar, mi maestro me lo ha prohibido. (Observando al alterado Beler) Oye ¿qué te ocurre? ¿Por qué tienes esa cara? No me digas que en verdad te…

Índika no había terminado de formular sus preguntas cuando Beler, con una expresión de gran preocupación, de un salto dio media vuelta y salió corriendo velozmente colina abajo.
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