Thursday, 12 November 2009

XIII.
VISITA AL TEMPLO DE ATENEA


Beler vio como Eirene, paralizada y al borde de las lágrimas, reflejaba en su rostro el dolor que le produjeron las palabras de Kalós. Sin entender muy bien por qué, se sintió profundamente indignado por la escena, y sin poder controlar su puño, golpeó al decaído Kalós en la cara. “¡No!” dijo ahogadamente Eirene, ordenándole a Beler que se detuviera y, a pesar de que lo hubiera querido, sin atreverse a mover un dedo para auxiliar a Kalós. Los tres niños se quedaron entonces en silencio por un breve momento, a la merced de sus emociones.

-KALÓS: (Sentado en el suelo, tocándose la mejilla golpeada) ¿Y ese golpe por qué fue, Beler? ¿Te disgustó que le dijera a esta niña lo que siento? ¡Tú sabes cuánto la odio! ¿O es que acaso son novios y la estás defendiendo? ¡Anda, deja de hacerte el mudo y dime cuál es tu problema!

Beler no supo qué responder. Se sentía mal por haber golpeado a quien ya estaba herido, pero no había podido aguantar la ofensa contra Eirene. Sin embargo no sabía cómo argumentarle esto al abatido Kalós, quien lo miraba fijamente aunque sin el odio con el que minutos atrás había mirado a Polyeidos y a su nieta mientras recibía el castigo físico. Eirene había comenzado a derramar silenciosas lágrimas por sus mejillas, sintiéndose despreciada y humillada, y a continuación se marchó del huerto junto con las dos esclavas que la acompañaban. Cuando los dos niños quedaron nuevamente solos, Beler tomó fuerzas y habló.

-BELER: (Mirando con lástima a Kalós) Perdóname por haberte golpeado a pesar de saber las condiciones en las que te encuentras. Pero no pude resistirme al ver cómo agredías a Eirene sabiendo que ella sólo quería agradecerte el no habernos delatado. Debes saber que ella se preocupa por ti más que por cualquier otro niño…

-KALÓS: (Interrumpiendo a Beler) Esa niña es sólo una consentida y seguro nos ve como a unos juguetes. Para ella y su abuelo sólo somos esclavos, no les importa de dónde hemos venido o quienes eran nuestros padres.

-BELER: Si sólo fueras un simple esclavo para Polyeidos no creo que se hubiera tomado la molestia de mandarte a buscar de la forma en que lo hizo. Mientras estuviste por fuera del Palacio, el anciano enfermó y suspendió sus visitas al templo de Atenea… tendrías que haberlo visto deambulando preocupado por todo el Palacio. Además, Polyeidos nos ha prometido la libertad una vez nos convirtamos en grandes guerreros.

-KALÓS: (Pensando las palabras de Beler) No confío en las promesas del viejo. Él cree que somos niños tontos; de pronto los gemelos ingenuos se creerán lo de Pegaso. Pero sé que tú eres listo y sabes que no existe tal criatura, que es sólo una historia para mantenernos obedientes en este lugar.

-BELER: (Mirando a las estrellas) No sé si Pegaso exista o no. Pero la vida que llevamos no es mala. Sé que no eres cómo nosotros, que no fuiste hijo de pastores o granjeros, y que te sientes humillado al ser llamado esclavo; pero con la educación que estamos recibiendo tendremos la oportunidad de convertirnos en grandes hombres. Los cinco de nosotros hemos perdido nuestras familias, pero al estar aquí pienso que hemos corrido con suerte. Y también pienso que Polyeidos no tiene malas intenciones.

-KALÓS: (Intentándo ponerse de pié nuevamente) Eso lo sabremos luego. Por lo pronto prepárate, porque cuando me recupere por completo te haré pagar por tu puño traicionero…

Los días comenzaron a fluir lentamente. Los cuatro huérfanos continuaron con su entrenamiento diario en tiro con arco, esperando por el reingreso de Kalós para comenzar a usar la lanza y a portar el peso de los escudos. Polyeidos había recobrado los ánimos y había regresado a sus rutinas en el templo de Atenea, y las cosas en el Palacio regresaban poco a poco a la normalidad. Kalós, mientras se recuperaba de sus heridas, había sido obligado con amenazas a hacer labores de tipo doméstico con otros esclavos, siendo para él una verdadera humillación y otro motivo más para odiar a Polyeidos.

En las tardes, Eirene no había vuelto a salir a su balcón para recibir a los muchachos cuando regresaban al Palacio luego de su entrenamiento. Lo único que los niños escucharon de ella en aquellos días fueron las dulces y torpes notas de arpa que Eirene tocaba con la caída del sol recluida en su recámara. Aunque Beler y Abel pensaban que la niña los contactaría nuevamente alguna noche para regresar a las Fuentes de Pirene, pasaron semanas completas sin que se apareciera por el huerto. Una de esas noches en que Abel y Beler esperaban con incertidumbre a la niña para ir a las Fuentes, Polyeidos apareció con su bastón por el umbral que conectaba las habitaciones con el huerto.

-POLYEIDOS: (Acercándose a los dos niños) ¡Abel! ¡Beler! ¿Qué hacen a estas horas de la noche en este lugar?

-ABEL: (Sorprendido) ¡Señor Polyeidos! Sólo estábamos viendo las estrellas. Aunque ya estábamos por regresar al dormitorio pues el viento está muy helado.

-POLYEIDOS: (Mirando al firmamento) ¡Ah, las estrellas! Pirene es el mejor lugar en el mundo para ver los astros que cuelgan del cielo. Y entiendo que estés aquí, Abel; a ti te encantan las estrellas, aunque hace mucho que no regresas a la biblioteca a leer libros de astronomía… He estado pensando que debemos organizar una visita nocturna a las hermosas Fuentes de Pirene para que puedan estudiar más fácilmente las constelaciones. ¿Qué dices, Beler? ¿Vendrías con nosotros?

Beler miró al anciano sin responder palabra pero contestando a su pregunta con una sonrisa pícara, pensando en todas las veces que había ido en secreto con Abel e Eirene a las Fuentes en busca de estrellas fugaces o de la legendaria lluvia de estrellas.

-POLYEIDOS: (Sonriendo) ¡Vamos, Beler! Que todos en el Palacio ya saben que estás hablando desde hace unas semanas, no seas tímido.

Beler, sorprendido con las palabras del anciano, miró a Abel intentando comprender por qué Polyeidos sabía que había vuelto a hablar. Abel, igual de sorprendido, no supo qué decir o qué hacer. Ambos muchachos pensaron que quizás Eirene o Kalós habían revelado que Beler había vuelto a hablar.

-POLYEIDOS: (Riendo) Bueno, si no quieren conversar conmigo no hay problema, yo regreso a mi recámara que en verdad está haciendo frío.

-BELER: (Tímidamente) Señor… quisiera preguntarle algo.

-POLYEIDOS: ¡Ah! Te has decidido. ¡Ya era hora! Anda muchacho, ¿qué pregunta tienes para mí?

-BELER: Usted ha dicho que al mejor hombre de entre nosotros cinco le otorgaría a Pegaso… ¿Es eso cierto? ¿Pegaso existe, o es sólo un cuento de niños?

-POLYEIDOS: Mi silencioso niño… mañana mismo te darás cuenta si Pegaso existe o es sólo una historia. Yo soy un hombre de palabra, y como lo prometí el primer día que pisaste mi palacio, al mejor guerrero de entre ustedes cinco le otorgaré a Pegaso. Ahora me despido, regresaré a mi recámara.

-BELER: (Con la voz entrecortada) ¡Señor! También quería preguntarle por su nieta. ¿Se encuentra bien la señorita Eirene?

-POLYEIDOS: (Dándose la vuelta para mirar al niño) ¿Eirene? Claro que está bien. Hoy estuvo aprendiendo a tejer y a perfeccionar su habilidad con la lira. ¡Es una niña talentosa! Ya saben que la educación de una doncella es muy diferente a la de ustedes.

Luego de decir estas palabras, Polyeidos se adentró en el blanco edificio con su parsimonioso caminar y se dirigió a su recámara en el segundo nivel. Ambos niños quedaron como pequeñas estatuas en el huerto, ensimismados bajo un sinnúmero de constelaciones que no dejaba sumir a Pirene en la obscuridad de la noche. Regresaron entonces a su dormitorio sin visitar las Fuentes, pero Beler no pudo pegar el ojo en toda la noche pensando en el regreso de Kalós, en la ausencia y el afligido rostro de Eirene, y en la fantástica promesa de Polyeidos.

Al día siguiente los huérfanos fueron despertados muy temprano por Próetus. Se les ordenó limpiarse muy bien y vestirse de blanco con prendas nuevas. A pesar de ser esclavos, esa mañana serían todos cinco llevados al templo de Atenea en Pirene por órdenes de Polyeidos. Incluso Kalós, quien en toda la noche tuvo pesadillas donde su ofensa a Eirene era delatada por la niña y por alguna de sus esclavas, estaba entre sorprendido y emocionado por la decisión del señor del Palacio. A ninguno de los niños se les explicó el motivo, y después de la primera comida fueron llevados al templo de la diosa de la guerra y la sabiduría que quedaba a pocos metros de donde vivían.

Cuando estuvieron frente al templo, tanto los cinco niños como Próetus y otros tres guardias de la polis que los escoltaban se quedaron admirando por varios minutos la magnificencia que ostentaba aquel lugar. Desde el primer día que había visto el templo, Beler había querido entrar en él y descubrir la belleza en su interior reservada sólo para hombres nobles y religiosos. Según sus cálculos, las hermosas columnas que tenía en frente eran hasta tres veces más altas y gruesas que las del Palacio, y quizá del mismo tamaño que las de la cisterna subterránea que había visitado con Eirene y Abel. Pero además de su sublime apariencia a plena luz del sol, un vapor blanco emanaba de su interior y un olor extraño pero agradable rondaba en los alrededores. Los niños intuían entonces con emoción que su llamado al templo sería una ocasión especial para ellos y para toda la ciudad.

-PRÓETUS: (Dirigiéndose seriamente a los niños) Aquí ante ustedes tienen el templo de la diosa Atenea. Hoy, mis valientes niños, serán llevados a su interior y comprenderán mejor la razón por la que han entrenado juntos tan arduamente por más de un año. Tendrán el privilegio de ingresar al templo de la diosa de la sabiduría porque ustedes son más que simples esclavos. (Mirando a Kalós) Comprenderán, queridos muchachos, que lo que el señor Polyeidos ha querido para ustedes no es la humillación. Por eso mi señor ha ordenado buscarte a pesar de que hubieras decidido huir del Palacio. (Mirando hacia el templo) Él quiere que ustedes se conviertan en grandes hombres, y el que ustedes estén viviendo en el Palacio no es casualidad. Los cinco vienen de diferentes lugares; unos son hijos de granjeros; otros ni siquiera pudieron conocer a su familia; y tú, Kalós, eres el único sobreviviente de la casa real de Éfira. Pero todos ustedes, niños, a pesar de esas diferencias, tendrán la misma oportunidad; la de convertirse en grandiosos guerreros al servicio de mi señor, de esta polis y de la diosa.

Luego de escuchar las palabras de Próetus, los cinco huérfanos fueron llevados por algunos centinelas del templo al interior de éste, dejando atrás a su pedagogo y pedotriba. Ascendieron 20 amplios escalones de piedra y se adentraron en la solemne estructura, adornada con flores blancas y rosadas, con plateados cirios encendidos a plena luz del día, y saturada de un vaho blanco y espeso que no dejaba vislumbrar el fondo del santuario. En las paredes del lugar pudieron observar numerosos y coloridos tejidos con imágenes de la diosa Atenea. En otros había imágenes bordadas de héroes y criaturas que no pudieron reconocer, a excepción de unos cuantos mostrando al inteligente Odiseo, a la Gorgona Medusa y a la desafortunada Aracné.

De entre toda la magnífica decoración del templo, lo que más les llamó la atención a los niños fue un enorme tapiz bordado con la figura de Belerofón y Pegaso bebiendo de un manantial, quizás de alguna de las fuentes de Pirene. Los cinco huérfanos se encontraban admirando el tapiz a la luz de los cirios cuando Polyeidos les habló desde lejos, oculto tras el vapor del templo que como una cortina cubría hasta el último lugar del recinto sagrado.

-POLYEIDOS: Bienvenidos sean, niños, al templo de la diosa Atenea. Es un lugar sagrado en el cual se deben despojar de toda vanidad, arrogancia, de toda hybris, y deben procurar no hacer mucho ruido. Atenea es la diosa de la sabiduría y la filosofía; de los hermosos trabajos bordados y los lienzos tejidos, Atenea Ergane; y del metal del que están hechas las armas y las armaduras, Atenea Promacos. También es la diosa de la guerra y de la paz, pero todo esto ustedes ya lo saben y lo han estudiado día tras día.

Entonces el anciano apareció silenciosamente tras los niños, ataviado con una toga púrpura y dorada y sin bastón. Su expresión era severa, y su presencia solemne, adecuada para el templo y para los rituales religiosos de los que estaba encargado. “Acompáñenme,” les dijo, y los seis, ya sin los centinelas del santuario que los habían escoltado, se dirigieron a través de otras escalinatas a una habitación iluminada por muchos cirios y con una abertura en el techo por donde entraba la luz del sol. En el centro del lugar había un altar de piedra rodeado de numerosas ánforas de barro; y tras el altar se encontraba una hermosa estatua de mármol y oro de la diosa Atenea sobre un pedestal, con un búho sentado en su hombro, y portando su armadura. En su mano derecha llevaba una estatuilla de oro de la diosa de la victoria, Nike, en su izquierda una lanza.

-POLYEIDOS: Éste es el lugar donde elevo mis plegarias a la diosa Atenea. Aquí he pasado la mitad de mi vida llevando a cabo rituales en su nombre como agradecimiento a la paz que reina en esta polis y a la belleza y fertilidad de esta región. (Colocando su mano sobre el hombro de Abel) Sé que la belleza de la escultura de la diosa es para quedarse admirándola por horas, pero a nuestra derecha, allí en ese muro, hay algo que sé que les interesa mucho, y es la razón por la que los he traído a este templo…

Siguiendo las indicaciones de Polyeidos, los niños dirigieron su mirada a la derecha, hacia el muro que le había señalado el anciano. Vieron entonces un cofre cuadrado de bronce sobre una base de piedra, atado a dos columnas por cuatro gruesas cadenas de hierro. Cuando se acercaron más para poder observar mejor los detalles de aquel cofre, descubrieron sorprendidos que el mítico caballo alado con el que soñaban tanto estaba tallado en los lados del arca. “He ahí la armadura de Pegaso,” dijo el anciano a los deslumbrados niños, “resguardada por muchos años en esta ciudad, esperando por un portador digno que la sepa usar sabiamente en nombre de la justica y la paz.”
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Friday, 6 November 2009

XII

XII.
CASTIGO

A la mañana siguiente y el resto de días de esa semana todo el personal de esclavos fue interrogado y reprendido por el iracundo Polyeidos. Enviaron a 15 sirvientes a caballo, entre ellos Próetus, a buscar a Kalós día y noche por toda la región. El entrenamiento, que por un año los huérfanos habían llevado día tras día sin descansar, fue suspendido, y los cuatro niños fueron castigados con una reducción a la mitad de las raciones de comida que recibían. Polyeidos los reunía varias veces al día y los sometía a un duro interrogatorio buscando culpables ante la impotencia que sentía por el escape del huérfano. Ninguno de ellos había visto nunca a Polyeidos tan enfadado, y no comprendían del todo que la fuga de Kalós hubiera causado semejantes estragos en el temperamento del anciano y en las rutinas del Palacio.

Ni Eirene ni sus dos amigos habían dicho una sola palabra a nadie sobre los eventos ocurridos en la noche en que Kalós despareció del Palacio. Temían que el niño nunca fuera encontrado y que la ira de Polyeidos recayera completamente sobre ellos. Además, el abuelo de Eirene se había disgustado tanto que había enfermado y suspendido sus visitas diarias al templo de Atenea, haciendo retumbar todos los rincones del Palacio con su enfado durante la luz del día y lanzando miradas acusadoras a sus huérfanos cada vez que se los encontraba. El remordimiento de consciencia quebraba poco a poco el temor de Abel, y en secreto le había comentado a Beler sus intenciones de revelarle lo ocurrido a Polyeidos.

-BELER: Te lo prohíbo, Abel. Será otro de nuestros secretos. Ni siquiera soy capaz de imaginar que nos podría ocurrir si Polyeidos se enterara de lo ocurrido.

-ABEL: (Mirando al suelo) Sé que no nos va a expulsar del palacio o a vender en el mercado de esclavos… quizás sólo nos dé una tunda.

-BELER: Pero con lo enfadado que está, ¡sería una tunda que nos dejaría lisiados de por vida! Además, ya no nos podríamos encontrar con Eirene para ir a las Fuentes.

-ABEL: De todas maneras la vigilancia del palacio en las noche ha sido aumentada… ya no podremos ir de nuevo.

-BELER: Seguramente si esperamos algunos días encontraremos una forma para ir. Pero por lo pronto guarda nuestro secreto; ¡no se lo digas a nadie! No importa que nosotros tres hubiéramos estado con Kalós cuando huyó del Palacio. El muro del huerto nunca supuso un obstáculo para los demás huérfanos si se hubieran propuesto escapar. Kalós simplemente decidió hacerlo ese día; quizás lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo. No fue nuestra culpa ni fuimos cómplices de su escape.

-ABEL: Pero el señor Polyeidos sabe que hemos hecho algo indebido. Lo sé por la forma recriminadora en que nos mira. No mira así a Delíades y a Ganímedes… sólo a nosotros dos. El ve la culpa en nuestros ojos, pero aun así todos en el Palacio están siendo castigados por igual.

-BELER: (Pensando en la mirada de Polyeidos) Yo también me he dado cuenta de eso, y no entiendo por qué… pero ya verás que con el tiempo se le pasará el enfado.

-ABEL: (Continuando con su preocupación) Y también ha enfermado terriblemente, se la pasa todo el día tosiendo… De verdad me siento muy mal con él. He pensado que lo mejor es que le cuente que yo estuve con Kalós la noche en que escapó del Palacio. Así, ni Eirene ni tú serán castigados y quizás algún día podrán volver juntos a las Fuentes a buscar la lluvia de estrellas…

-BELER: (Enfadado con la resolución de su amigo) ¡Pero qué dices! ¿Por qué siempre quieres cargar con el peso de todos? ¡No seas tonto, Abel! Mejor espera unos días para ver cómo se desarrollan las cosas. Además, no sé por qué hay tanto alboroto con la desaparición de Kalós… ¡ese muchacho era un pesado! Estaremos mucho mejor sin ese engreído en el Palacio; especialmente tú.

Beler, a pesar de lo que le había dicho a Abel, no sabía cómo sentirse con respecto a la fuga de Kalós. Si bien su arrogancia y altanería le molestaban mucho, sus comentarios malintencionados y sarcasmos hacían divertida la instrucción de Próetus y los días nunca eran aburridos. Además había algo en Kalós que Beler admiraba, que era exactamente lo que a Eirene le gustaba del muchacho: Su convencimiento de ser alguien importante y de estar destinado para asuntos superiores a diferencia de las demás personas a su alrededor. Aquella convicción le daba un aura especial a Kalós y credibilidad a sus pedantes comentarios. Su presencia presumida era una luz alegre que Beler extrañaba en el Palacio, en donde entonces se respiraba un aire de amargura y monotonía.

Por su parte, Eirene no sabía qué pensar del chico que tanto le gustaba. No entendía por qué había huido del palacio si su abuelo les ofrecía a los huérfanos una mejor vida que la que llevaba incluso ella, que pasaba todos los días recluida en el Palacio. A veces dejaba volar la imaginación y fantaseaba con que Kalós, hecho un hombre, regresaba sorpresivamente una noche y, en secreto, la raptaba para ir a vivir a un lugar lejos de Grecia y del palacio de su abuelo. A veces, cuando el resto de individuos en el Palacio dormía, también soñaba con los ojos abiertos que, bajando a la cisterna, la estatua con alas de oro en la tumba de su padre comenzaba a parpadear y a hablarle con la voz de Kalós y a mirarla con sus ojos. Pero cuando Eirene despertaba y ponía sus pies en la tierra, recordaba cómo se había negado a ayudarla a escalar el muro y entonces sentía una gran decepción.

Con el pasar de la semana, Polyeidos, con su salud empeorando cada vez más, comenzaba a perder las esperanzas de ver regresar a Kalós al Palacio. Pasaba la mayor parte del día en el mausoleo subterráneo, cabizbajo y sentado sobre el féretro de mármol, mirando la estatuilla alada y reflexionando sobre sus actos y el futuro. En una de esas tardes en la cisterna, mientras Polyeidos se ahogaba en la culpabilidad e impotencia que sentía, Próetus apareció en el Palacio acompañado por dos guardias corpulentos y por Kalós, lleno de moretones y atado apretadamente con sogas. Lo habían encontrado en Ephyra, a punto de ser linchado por la gente del mercado después de haber sido visto robando varias veces y de lastimar a varios ciudadanos por quitarles sus pertenencias.

En frente de todos los habitantes del Palacio, Kalós fue amarrado a una columna en el huerto y golpeado severamente con un palo en la espalda, las piernas y las manos hasta que llegó la noche. Todos observaron en silencio, Abel e Eirene más horrorizados que los demás, cómo Kalós, por órdenes de Polyeidos, era lacerado estrictamente por Próetus como castigo a su grave delito. A pesar de los golpes, nunca abrió la boca para decir palabras ni para gritar. Sólo escupía al suelo y miraba rencorosamente a Polyeidos y a Eirene. Además de la paliza, Polyeidos ordenó que le redujeran drásticamente las raciones de comida y que no recibiera el entrenamiento de Próetus por dos semanas, permaneciendo con los demás esclavos en el Palacio llevando a cabo labores domésticas.

A pesar de que Abel ofreció su ayuda, Polyeidos quiso que fuera Beler quien se quedara aquella noche en el huerto con Kalós lavándole las heridas y ayudándole a comer antes de ir a dormir. Cuando estuvieron solos, bajo la luz de la luna nueva, ninguno de los dos muchachos pronunció palabra. Beler se limitó a acompañar al otro niño mientras éste terminaba de comer con dificultad el mendrugo de pan que le habían dejado como cena. Las heridas más serias que tenía no habían sido causadas por Próetus sino por los furibundos habitantes de Ephyra, que, una vez pudieron atrapar al ladrón, lo habían pateado varias veces en el estómago y le habían dado golpes en la cara, quebrándole varios dientes y dejándole el ojo derecho morado.

Kalós no había terminado de comer su miserable cena, cuando Eirene apareció en el huerto acompañada por dos esclavas. Lentamente se acercó a los dos muchachos y se arrodilló a unos pasos de Kalós, sin llegar a imaginarse el dolor que el niño estaba sintiendo en aquel momento. Miró a también a Beler, sin pronunciar palabra, pero comunicándole con una sonrisa que su amistad estaba a salvo gracias al silencio de Kalós, quien pudo haber mencionado que los tres se estaban encontrando para salir del Palacio e ir a las Fuentes, pero por algún motivo y contra toda predicción no lo había hecho. Eirene estaba allí para intentar agradecer con un gesto la resistencia y el silencio del chico.

-EIRENE: (Tocando con su mano la mejilla de Kalós, sin importarle que allí estuvieran sus esclavas custodias) Gracias, Kalós…

Antes de que Eirene dijera algo más, Kalós escupió sangre y saliva a la cara de Eirene, dejando a la niña, a las esclavas y a Beler atónitos ante lo sucedido. Eirene se paró lentamente, intentándose limpiar el escupitajo de la cara con su vestido blanco. Estuvo al borde de las lágrimas, pero se contuvo y se plantó firmemente para escuchar las palabras del abatido niño.

-KALÓS: (Intentando con dificultad ponerse en pié también) No creas que me he quedado en silencio por ti, pequeña fastidiosa. (Mira fijamente a Eirene) Te odio incluso más que a tu abuelo. No te soporto. No me vuelvas a tocar…
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Sunday, 1 November 2009

XI. Talentos

XI.
TALENTOS


A la mañana siguiente, todo transcurrió normalmente en las Fuentes de Pirene. El sol de verano brilló intensamente sobre las cristalinas aguas y los cinco niños prestaron toda la atención que pudieron a las enseñanzas de Próetus. Escucharon el relato mitológico sobre Perseo y Andrómeda, y sobre la terrible Gorgona; repasaron muchas veces los nombres de algunas estrellas; intentaron mejorar su caligrafía bajo la sombra de los árboles; y hasta tomaron un receso para bañarse y nadar en las frescas aguas de las Fuentes, todos a excepción de Delíades y Ganímedes que le tenían pavor al agua.

-KALÓS: (Flotando en la fuente) ¡No sean cobardes! El agua está deliciosa. ¡Vamos! ¡Gallinas!

-GANíMEDES: (Furioso, al pié de la Fuente) ¡Ven hasta aquí y repite lo que acabas de decir!

-KALÓS: (Nadando lentamente hacia los gemelos) ¿Qué acaso quieren que vaya por ustedes y los traiga a rastras hasta el agua? ¡Vamos, pequeños! Es la época perfecta para que ustedes dos aprendan a nadar.

-DELÍADES: (Retrocediendo dos pasos y arrastrando a su hermano con él, alejándose del borde de la Fuente) No nos fastidies más. Ya todos ustedes saben que no nos gusta nadar. Sigue hablando demás, Kalós, ¡y esta tarde te daré una paliza que no olvidarás jamás!

-KALÓS: (Riendo y regresando a nadar) ¡Gemelos cobardes!

Eirene, custodiada por dos esclavas y bajo la instrucción de un famoso músico en la región, aprendía a tocar la lira en su habitación mientras miraba el brillo del sol a través del balcón y pensaba en sus amigos huérfanos. En ocasiones perdía el control de su imaginación y veía cómo un ave de los colores del arcoíris se posaba en el balcón y le proponía un paseo a las fuentes de Pirene para visitar a los niños; o comenzaba a escuchar los relinchos impacientes y el batir de alas de Pegaso, que la esperaba en el huerto para escapar del Palacio. En los recesos, Eirene a veces salía al balcón, y observando el muro del huerto, recordaba cómo Beler había saltado tan fácilmente con ella a sus espaldas. Y también recordaba el rostro del apuesto Kalós y comenzaba a fantasear con una visita sorpresa del muchacho a su dormitorio en las horas de la noche. Ese día estaba especialmente emocionada por los niños, ya que éstos comenzarían después de la segunda comida la instrucción en el manejo de armas.



Próetus llevó a los niños a una pradera al noroccidente de Pirene, seguido de los dos esclavos más corpulentos del palacio de Polyeidos, y llevando una carretilla halada sin mucho esfuerzo por un borrico. Un par de pastores curiosos y sus rebaños de ovejas se acercaron al lugar para ver qué era lo que ocurría. Descubriendo la carretilla y revelando algunos arcos viejos, saetas de madera y lanzas de bronce amontonadas, Próetus les dio a escoger a los niños la primera arma griega que aprenderían a usar. Los ojos de los niños, a excepción de Abel, brillaron ante los nuevos juguetes que Próetus les enseñaría a usar. Abel sabía que las armas eran usadas para asesinar y lastimar personas, que eran usadas en las guerras que tanto repudiaba. Incluso el sólo pensar en lastimar un animal con alguno de aquellos artefactos lo hacía sentir disgustado.

Eligieron por mayoría, con el pesar de Kalós que siempre optaba por llevarle la contraria a los demás, aprender a usar primero el arco y la flecha. Prefirieron dejar el entrenamiento en la lanza para el próximo mes porque se les pareció a la forma de la jabalina que ya creían dominar completamente. A pesar de lo mucho que querían manipular las armas, Próetus les habló por largas horas sobre los héroes griegos que se habían destacado por el uso del arco y la flecha. También les habló de los dioses gemelos Atemisa y Apolo, quienes usaban esta arma; y de los arqueros Persas, quienes aprovechaban la fuerza de los arqueros más efectivamente que las tropas Griegas. Pronto se les hizo tarde y, sin llegar a tocar las armas ni una sola vez, regresaron decepcionados al gimnasio al interior de la polis para su entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo y el lanzamiento de disco y jabalina.

Allí, siendo primero ungidos por Próetus con finos aceites, los cinco niños, desnudos, se enfrentaban en combates que eran la sensación de la ciudad. La mayoría de los hombres libres más importantes de Pirene, luego de escuchar las discusiones de los filósofos en el gimnasio, se dirigían a presenciar el espectáculo que los hijos de Polyeidos ofrecían día tras día a sus espectadores. A pesar de que eran niños de seis y siete años, sus cuerpos desarrollados por el arduo entrenamiento aparentaban ser de más edad. Especialmente los gemelos eran dos niños curiosamente corpulentos y a los que no les sobraba una gota de grasa en el cuerpo. Siempre salían victoriosos de los combates, incluso con atletas de muchos años de experiencia. Aquel día no fue la excepción, y Ganímedes, enfrentándose a Kalós y haciéndole pagar su humillación en las Fuentes, enseñó al público sus talentos y dominó al otro niño que, a pesar de ser mayor y más alto, no pudo con la rapidez y las técnicas avanzadas de su contrincante.


Delíades también asombró a los demás atletas derrotando sin dificultad a un hombre de 23 años que tenía fama de ser experimentado en la lucha. El niño se valía de una fuerza enorme, impropia de una persona de su edad, y del entusiasmo que le ponía a los enfrentamientos, los que siempre comenzaba con una amplia sonrisa en su rostro que confundía a sus oponentes y demostraba su seguridad. Ninguno de sus compañeros huérfanos le había ganado hasta entonces. Al único que le costaba trabajo derrotar era su propio hermano, Ganímedes. Cuando ambos se enfrentaban en el gimnasio, terminaban con lesiones serias y huesos fracturados, por lo que Próetus evitaba organizar encuentros entre los dos niños.

Además de la emoción del reto que le significaba el luchar con Ganímedes, Delíades también disfrutaba los encuentros con el silencioso Beler, quien, a pesar de la obvia diferencia de peso y fuerza entre ambos, lo igualaba en entusiasmo a la hora de los enfrentamientos. En ocasiones, Delíades cometía el error de sentir compasión por el tamaño de Beler, y lo pagaba con creces al ver cómo perdía el dominio del combate y era lanzado fuertemente contra el suelo por el mudo, como aun le llamaban. Otro aspecto de Beler que complacía a Delíades era que nunca se daba por vencido, a pesar de encontrarse en las peores situaciones y completamente paralizado por las técnicas de sus oponentes. Lo contrario ocurría con Abel, quien desde el comienzo de los combates, sin importar el contrincante, demostraba una posición evasiva, y no le importaba dejarse derrotar con tal de acabar rápidamente los encuentros.

La personalidad pacífica y pasiva de Abel había hecho que otros atletas en la palestra se alejaran de él. En la polis lo consideraban un niño débil, inferior a sus compañeros en habilidades y actitud. Próetus pensaba que el niño encontraría su camino como un gran astrónomo o un filósofo; pero, a pesar de la sugerencia de Próetus de que Abel no llevara el mismo tipo de entrenamiento que los demás, Polyeidos insistió en que el niño continuara recibiendo la educación en deportes y en armas. Aunque el pequeño rubio no lo decía, la expresión en su rostro comunicaba que no había nacido para luchar como un soldado o para ser un atleta. Siendo Abel el mayor de los huérfanos y el más antiguo de ellos en el Palacio de Polyeidos, Delíades y Ganímedes se comportaban gentilmente con él y lo admiraban por sus conocimientos e inteligencia; pero a pesar de esto, lo evadían y preferían no hablarle. Por su parte, Kalós aprovechaba cada encuentro que tenía con Abel para hacerlo sentir inferior.

A los ojos de los demás, Kalós siempre estaba buscando la forma de humillar a Abel. Sin embargo, en la mente de Kalós, lo que buscaba con sus palabras mordaces y palizas era intentar hacer reaccionar al pasivo niño; buscaba la forma de hacerle recordar que los cinco huérfanos esclavos estaban todos en las mismas condiciones en el Palacio y que debían convertirse en guerreros excepcionales para obtener su libertad. Sin embargo aquella tarde Abel se enfrentó a Beler y no a Kalós, y al tener en mente que su oponente era también su amigo, luchó con más entusiasmo del acostumbrado. A pesar de esto y del ambiente de camaradería del enfrentamiento, fue sometido por Beler con mucha facilidad.

-KALÓS: (Gritándole a Abel desde las graderías al terminar el encuentro) ¡Pero qué decepción! ¡Le has dejado ganar nuevamente! ¡Tendrías que haberlo sujetado con más fuerza hasta hacerlo gritar para que todos se den cuenta que no es mudo!

-PRÓETUS: Ya basta Kalós, ¡déjalo en paz! Tú mismo acabas de perder contra Ganímedes hace un momento.

-KALÓS: (Ignorando las palabras de Próetus) ¡Abel! ¡La próxima vez que me toque enfrentarme a ti te demostraré cómo tendrías que haber sujetado al mudo! ¡Te voy a hacer llorar para que no se te vaya a olvidar cómo es que deberías luchar!

Cuando Próetus y los cinco niños regresaron al Palacio, Eirene los esperaba con una sonrisa desde el balcón de su claustro. Próetus saludó a la niña con la mano, y los otros niños se limitaron a contestarle riendo también, a excepción de Kalós, que siguió derecho y cruzó el jardín para buscar comida en el Palacio. Eirene, un tanto molesta con la actitud de Kalós, regresó a su recámara, pero allí comenzó a bailar sola pensando en lo irreverente y apuesto del muchacho y en lo diferente que era a los demás huérfanos. Bailó por mucho tiempo sin saber que en el segundo día de la próxima semana Kalós estaría presente en el encuentro pactado con Abel y Beler para ir una vez más a las Fuentes de Pirene.

La semana pasó rápidamente sin ninguna sorpresa más que la impresionante destreza y puntería que Beler había demostrado en la nueva instrucción en tiro con arco. Había llegado la hora de la cita entre los tres chicos en el huerto. Como la última vez, Eirene había sido la primera en llegar al lugar del encuentro. Cuando los tres huérfanos aparecieron bajo el umbral que conectaba el huerto con los salones, Eirene quedó petrificada bajo la luz de las estrellas que adornaban la hermosa noche sin luna.

-ABEL: (Dirigiéndose a la sorprendida Eirene) Hemos invitado a Kalós a venir con nosotros; espero que no le incomode, señorita Eirene.

-EIRENE: (Luego de tragar saliva) ¿Por qué has venido, Kalós?

-KALÓS: (Confundido y mirando desconfiado a Beler) Creí que había sido invitado por usted, Eirene.

-BELER: (Dirigiéndose a Eirene) Hemos despertado a Kalós cuando regresamos de las Fuentes hace una semana, y para compensarlo, lo hemos invitado a venir con nosotros.

-KALÓS: Pero eso no fue lo que me dijiste aquella noche, mudo. Me dijiste que ella…

-BELER: (Interrumpiendo a Kalós y avanzando hacia el muro riendo) Bueno, no importa. Ya no recuerdo cómo fueron las cosas. Lo importante es que los cuatro queremos ver la lluvia de estrellas. Deberíamos darnos prisa, tengo muchas ganas de volver a ver el firmamento desde las Fuentes.

Mientras Beler comenzaba a escalar el muro, los otros tres chicos se quedaron confundidos y sin pronunciar palabra. Kalós comprendió entonces que Beler le había mentido aquella noche para evitar problemas; Eirene se sintió tímida ante el chico que tanto le gustaba, y no sabía qué hacer o hacia dónde mirar; y la tensión en el ambiente era percibida por Abel, quien pensaba en cómo hacer de conciliador entre sus tres amigos. El silencio fue interrumpido por Beler, que los llamaba desde arriba del muro.

-BELER: ¿Qué esperan? Hoy presiento que veremos la lluvia de estrellas… ¡o al menos una estrella fugaz!

-KALÓS: (Acercándose al muro) ¿Y nos marcharemos escalando este muro? ¿Y dónde están los guardias de la entrada del Palacio?

-BELER: No sé, dormidos, supongo. La semana pasada tampoco se hicieron presentes. ¿Qué esperas? ¡Vamos, el muro no es tan alto!

Con la misma facilidad con la que Beler había escalado el muro, Kalós se trepó a su lado. Desde allí dio la espalda al Palacio y observó lo amplio del horizonte a través de los techos de la ciudad. Entonces, Eirene y Abel se acercaron al muro también y la niña, dirigiéndose a Kalós tímidamente, pidió su ayuda para ir al otro lado del muro. “Olvídalo, niña. Hazlo por ti misma” le respondió el muchacho, y diciendo esto saltó y cayó en el suelo al otro lado.

-ABEL: (Sonriéndole a la niña) Si quiere, yo la puedo ayudar señorita Eirene.

-EIRENE: (Sintiéndose desilusionada y retada por las palabras groseras de Kalós) ¡No! ¡Quiero que Kalós sea el que me ayude!

-BELER: (Saltando y cayendo sin hacer ruido a un lado de Eirene) ¡Vamos, Eirene! Kalós ya está al otro lado del muro, y creo que sabes cómo es él. Súbete a mi espalda para que podamos ir rápido a las Fuentes.


La irritada niña, apretando los puños, llamó una vez más a Kalós en voz baja y, al no obtener respuesta alguna, aceptó la ayuda de Beler y subió sobre su espalda como lo había hecho días atrás. Abel, preocupado con la idea de ser descubiertos por los otros esclavos a causa del escándalo en el huerto, revisaba una y otra vez con la mirada los balcones y las entradas al Palacio. Mientras tanto, Beler y Eirene escalaron el muro y llegaron al otro lado para descubrir, desconcertados, que Kalós no estaba en los alrededores.
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