TALENTOS
A la mañana siguiente, todo transcurrió normalmente en las Fuentes de Pirene. El sol de verano brilló intensamente sobre las cristalinas aguas y los cinco niños prestaron toda la atención que pudieron a las enseñanzas de Próetus. Escucharon el relato mitológico sobre Perseo y Andrómeda, y sobre la terrible Gorgona; repasaron muchas veces los nombres de algunas estrellas; intentaron mejorar su caligrafía bajo la sombra de los árboles; y hasta tomaron un receso para bañarse y nadar en las frescas aguas de las Fuentes, todos a excepción de Delíades y Ganímedes que le tenían pavor al agua.
-KALÓS: (Flotando en la fuente) ¡No sean cobardes! El agua está deliciosa. ¡Vamos! ¡Gallinas!
-GANíMEDES: (Furioso, al pié de la Fuente) ¡Ven hasta aquí y repite lo que acabas de decir!
-KALÓS: (Nadando lentamente hacia los gemelos) ¿Qué acaso quieren que vaya por ustedes y los traiga a rastras hasta el agua? ¡Vamos, pequeños! Es la época perfecta para que ustedes dos aprendan a nadar.
-DELÍADES: (Retrocediendo dos pasos y arrastrando a su hermano con él, alejándose del borde de la Fuente) No nos fastidies más. Ya todos ustedes saben que no nos gusta nadar. Sigue hablando demás, Kalós, ¡y esta tarde te daré una paliza que no olvidarás jamás!
-KALÓS: (Riendo y regresando a nadar) ¡Gemelos cobardes!
Eirene, custodiada por dos esclavas y bajo la instrucción de un famoso músico en la región, aprendía a tocar la lira en su habitación mientras miraba el brillo del sol a través del balcón y pensaba en sus amigos huérfanos. En ocasiones perdía el control de su imaginación y veía cómo un ave de los colores del arcoíris se posaba en el balcón y le proponía un paseo a las fuentes de Pirene para visitar a los niños; o comenzaba a escuchar los relinchos impacientes y el batir de alas de Pegaso, que la esperaba en el huerto para escapar del Palacio. En los recesos, Eirene a veces salía al balcón, y observando el muro del huerto, recordaba cómo Beler había saltado tan fácilmente con ella a sus espaldas. Y también recordaba el rostro del apuesto Kalós y comenzaba a fantasear con una visita sorpresa del muchacho a su dormitorio en las horas de la noche. Ese día estaba especialmente emocionada por los niños, ya que éstos comenzarían después de la segunda comida la instrucción en el manejo de armas.

Próetus llevó a los niños a una pradera al noroccidente de Pirene, seguido de los dos esclavos más corpulentos del palacio de Polyeidos, y llevando una carretilla halada sin mucho esfuerzo por un borrico. Un par de pastores curiosos y sus rebaños de ovejas se acercaron al lugar para ver qué era lo que ocurría. Descubriendo la carretilla y revelando algunos arcos viejos, saetas de madera y lanzas de bronce amontonadas, Próetus les dio a escoger a los niños la primera arma griega que aprenderían a usar. Los ojos de los niños, a excepción de Abel, brillaron ante los nuevos juguetes que Próetus les enseñaría a usar. Abel sabía que las armas eran usadas para asesinar y lastimar personas, que eran usadas en las guerras que tanto repudiaba. Incluso el sólo pensar en lastimar un animal con alguno de aquellos artefactos lo hacía sentir disgustado.
Eligieron por mayoría, con el pesar de Kalós que siempre optaba por llevarle la contraria a los demás, aprender a usar primero el arco y la flecha. Prefirieron dejar el entrenamiento en la lanza para el próximo mes porque se les pareció a la forma de la jabalina que ya creían dominar completamente. A pesar de lo mucho que querían manipular las armas, Próetus les habló por largas horas sobre los héroes griegos que se habían destacado por el uso del arco y la flecha. También les habló de los dioses gemelos Atemisa y Apolo, quienes usaban esta arma; y de los arqueros Persas, quienes aprovechaban la fuerza de los arqueros más efectivamente que las tropas Griegas. Pronto se les hizo tarde y, sin llegar a tocar las armas ni una sola vez, regresaron decepcionados al gimnasio al interior de la polis para su entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo y el lanzamiento de disco y jabalina.
Allí, siendo primero ungidos por Próetus con finos aceites, los cinco niños, desnudos, se enfrentaban en combates que eran la sensación de la ciudad. La mayoría de los hombres libres más importantes de Pirene, luego de escuchar las discusiones de los filósofos en el gimnasio, se dirigían a presenciar el espectáculo que los hijos de Polyeidos ofrecían día tras día a sus espectadores. A pesar de que eran niños de seis y siete años, sus cuerpos desarrollados por el arduo entrenamiento aparentaban ser de más edad. Especialmente los gemelos eran dos niños curiosamente corpulentos y a los que no les sobraba una gota de grasa en el cuerpo. Siempre salían victoriosos de los combates, incluso con atletas de muchos años de experiencia. Aquel día no fue la excepción, y Ganímedes, enfrentándose a Kalós y haciéndole pagar su humillación en las Fuentes, enseñó al público sus talentos y dominó al otro niño que, a pesar de ser mayor y más alto, no pudo con la rapidez y las técnicas avanzadas de su contrincante.

Delíades también asombró a los demás atletas derrotando sin dificultad a un hombre de 23 años que tenía fama de ser experimentado en la lucha. El niño se valía de una fuerza enorme, impropia de una persona de su edad, y del entusiasmo que le ponía a los enfrentamientos, los que siempre comenzaba con una amplia sonrisa en su rostro que confundía a sus oponentes y demostraba su seguridad. Ninguno de sus compañeros huérfanos le había ganado hasta entonces. Al único que le costaba trabajo derrotar era su propio hermano, Ganímedes. Cuando ambos se enfrentaban en el gimnasio, terminaban con lesiones serias y huesos fracturados, por lo que Próetus evitaba organizar encuentros entre los dos niños.
Además de la emoción del reto que le significaba el luchar con Ganímedes, Delíades también disfrutaba los encuentros con el silencioso Beler, quien, a pesar de la obvia diferencia de peso y fuerza entre ambos, lo igualaba en entusiasmo a la hora de los enfrentamientos. En ocasiones, Delíades cometía el error de sentir compasión por el tamaño de Beler, y lo pagaba con creces al ver cómo perdía el dominio del combate y era lanzado fuertemente contra el suelo por el mudo, como aun le llamaban. Otro aspecto de Beler que complacía a Delíades era que nunca se daba por vencido, a pesar de encontrarse en las peores situaciones y completamente paralizado por las técnicas de sus oponentes. Lo contrario ocurría con Abel, quien desde el comienzo de los combates, sin importar el contrincante, demostraba una posición evasiva, y no le importaba dejarse derrotar con tal de acabar rápidamente los encuentros.
La personalidad pacífica y pasiva de Abel había hecho que otros atletas en la palestra se alejaran de él. En la polis lo consideraban un niño débil, inferior a sus compañeros en habilidades y actitud. Próetus pensaba que el niño encontraría su camino como un gran astrónomo o un filósofo; pero, a pesar de la sugerencia de Próetus de que Abel no llevara el mismo tipo de entrenamiento que los demás, Polyeidos insistió en que el niño continuara recibiendo la educación en deportes y en armas. Aunque el pequeño rubio no lo decía, la expresión en su rostro comunicaba que no había nacido para luchar como un soldado o para ser un atleta. Siendo Abel el mayor de los huérfanos y el más antiguo de ellos en el Palacio de Polyeidos, Delíades y Ganímedes se comportaban gentilmente con él y lo admiraban por sus conocimientos e inteligencia; pero a pesar de esto, lo evadían y preferían no hablarle. Por su parte, Kalós aprovechaba cada encuentro que tenía con Abel para hacerlo sentir inferior.
A los ojos de los demás, Kalós siempre estaba buscando la forma de humillar a Abel. Sin embargo, en la mente de Kalós, lo que buscaba con sus palabras mordaces y palizas era intentar hacer reaccionar al pasivo niño; buscaba la forma de hacerle recordar que los cinco huérfanos esclavos estaban todos en las mismas condiciones en el Palacio y que debían convertirse en guerreros excepcionales para obtener su libertad. Sin embargo aquella tarde Abel se enfrentó a Beler y no a Kalós, y al tener en mente que su oponente era también su amigo, luchó con más entusiasmo del acostumbrado. A pesar de esto y del ambiente de camaradería del enfrentamiento, fue sometido por Beler con mucha facilidad.
-KALÓS: (Gritándole a Abel desde las graderías al terminar el encuentro) ¡Pero qué decepción! ¡Le has dejado ganar nuevamente! ¡Tendrías que haberlo sujetado con más fuerza hasta hacerlo gritar para que todos se den cuenta que no es mudo!
-PRÓETUS: Ya basta Kalós, ¡déjalo en paz! Tú mismo acabas de perder contra Ganímedes hace un momento.
-KALÓS: (Ignorando las palabras de Próetus) ¡Abel! ¡La próxima vez que me toque enfrentarme a ti te demostraré cómo tendrías que haber sujetado al mudo! ¡Te voy a hacer llorar para que no se te vaya a olvidar cómo es que deberías luchar!
Cuando Próetus y los cinco niños regresaron al Palacio, Eirene los esperaba con una sonrisa desde el balcón de su claustro. Próetus saludó a la niña con la mano, y los otros niños se limitaron a contestarle riendo también, a excepción de Kalós, que siguió derecho y cruzó el jardín para buscar comida en el Palacio. Eirene, un tanto molesta con la actitud de Kalós, regresó a su recámara, pero allí comenzó a bailar sola pensando en lo irreverente y apuesto del muchacho y en lo diferente que era a los demás huérfanos. Bailó por mucho tiempo sin saber que en el segundo día de la próxima semana Kalós estaría presente en el encuentro pactado con Abel y Beler para ir una vez más a las Fuentes de Pirene.
La semana pasó rápidamente sin ninguna sorpresa más que la impresionante destreza y puntería que Beler había demostrado en la nueva instrucción en tiro con arco. Había llegado la hora de la cita entre los tres chicos en el huerto. Como la última vez, Eirene había sido la primera en llegar al lugar del encuentro. Cuando los tres huérfanos aparecieron bajo el umbral que conectaba el huerto con los salones, Eirene quedó petrificada bajo la luz de las estrellas que adornaban la hermosa noche sin luna.
-ABEL: (Dirigiéndose a la sorprendida Eirene) Hemos invitado a Kalós a venir con nosotros; espero que no le incomode, señorita Eirene.
-EIRENE: (Luego de tragar saliva) ¿Por qué has venido, Kalós?
-KALÓS: (Confundido y mirando desconfiado a Beler) Creí que había sido invitado por usted, Eirene.
-BELER: (Dirigiéndose a Eirene) Hemos despertado a Kalós cuando regresamos de las Fuentes hace una semana, y para compensarlo, lo hemos invitado a venir con nosotros.
-KALÓS: Pero eso no fue lo que me dijiste aquella noche, mudo. Me dijiste que ella…
-BELER: (Interrumpiendo a Kalós y avanzando hacia el muro riendo) Bueno, no importa. Ya no recuerdo cómo fueron las cosas. Lo importante es que los cuatro queremos ver la lluvia de estrellas. Deberíamos darnos prisa, tengo muchas ganas de volver a ver el firmamento desde las Fuentes.
Mientras Beler comenzaba a escalar el muro, los otros tres chicos se quedaron confundidos y sin pronunciar palabra. Kalós comprendió entonces que Beler le había mentido aquella noche para evitar problemas; Eirene se sintió tímida ante el chico que tanto le gustaba, y no sabía qué hacer o hacia dónde mirar; y la tensión en el ambiente era percibida por Abel, quien pensaba en cómo hacer de conciliador entre sus tres amigos. El silencio fue interrumpido por Beler, que los llamaba desde arriba del muro.
-BELER: ¿Qué esperan? Hoy presiento que veremos la lluvia de estrellas… ¡o al menos una estrella fugaz!
-KALÓS: (Acercándose al muro) ¿Y nos marcharemos escalando este muro? ¿Y dónde están los guardias de la entrada del Palacio?
-BELER: No sé, dormidos, supongo. La semana pasada tampoco se hicieron presentes. ¿Qué esperas? ¡Vamos, el muro no es tan alto!
Con la misma facilidad con la que Beler había escalado el muro, Kalós se trepó a su lado. Desde allí dio la espalda al Palacio y observó lo amplio del horizonte a través de los techos de la ciudad. Entonces, Eirene y Abel se acercaron al muro también y la niña, dirigiéndose a Kalós tímidamente, pidió su ayuda para ir al otro lado del muro. “Olvídalo, niña. Hazlo por ti misma” le respondió el muchacho, y diciendo esto saltó y cayó en el suelo al otro lado.
-ABEL: (Sonriéndole a la niña) Si quiere, yo la puedo ayudar señorita Eirene.
-EIRENE: (Sintiéndose desilusionada y retada por las palabras groseras de Kalós) ¡No! ¡Quiero que Kalós sea el que me ayude!
-BELER: (Saltando y cayendo sin hacer ruido a un lado de Eirene) ¡Vamos, Eirene! Kalós ya está al otro lado del muro, y creo que sabes cómo es él. Súbete a mi espalda para que podamos ir rápido a las Fuentes.
La irritada niña, apretando los puños, llamó una vez más a Kalós en voz baja y, al no obtener respuesta alguna, aceptó la ayuda de Beler y subió sobre su espalda como lo había hecho días atrás. Abel, preocupado con la idea de ser descubiertos por los otros esclavos a causa del escándalo en el huerto, revisaba una y otra vez con la mirada los balcones y las entradas al Palacio. Mientras tanto, Beler y Eirene escalaron el muro y llegaron al otro lado para descubrir, desconcertados, que Kalós no estaba en los alrededores.
No comments:
Post a Comment