Friday, 6 November 2009

XII

XII.
CASTIGO

A la mañana siguiente y el resto de días de esa semana todo el personal de esclavos fue interrogado y reprendido por el iracundo Polyeidos. Enviaron a 15 sirvientes a caballo, entre ellos Próetus, a buscar a Kalós día y noche por toda la región. El entrenamiento, que por un año los huérfanos habían llevado día tras día sin descansar, fue suspendido, y los cuatro niños fueron castigados con una reducción a la mitad de las raciones de comida que recibían. Polyeidos los reunía varias veces al día y los sometía a un duro interrogatorio buscando culpables ante la impotencia que sentía por el escape del huérfano. Ninguno de ellos había visto nunca a Polyeidos tan enfadado, y no comprendían del todo que la fuga de Kalós hubiera causado semejantes estragos en el temperamento del anciano y en las rutinas del Palacio.

Ni Eirene ni sus dos amigos habían dicho una sola palabra a nadie sobre los eventos ocurridos en la noche en que Kalós despareció del Palacio. Temían que el niño nunca fuera encontrado y que la ira de Polyeidos recayera completamente sobre ellos. Además, el abuelo de Eirene se había disgustado tanto que había enfermado y suspendido sus visitas diarias al templo de Atenea, haciendo retumbar todos los rincones del Palacio con su enfado durante la luz del día y lanzando miradas acusadoras a sus huérfanos cada vez que se los encontraba. El remordimiento de consciencia quebraba poco a poco el temor de Abel, y en secreto le había comentado a Beler sus intenciones de revelarle lo ocurrido a Polyeidos.

-BELER: Te lo prohíbo, Abel. Será otro de nuestros secretos. Ni siquiera soy capaz de imaginar que nos podría ocurrir si Polyeidos se enterara de lo ocurrido.

-ABEL: (Mirando al suelo) Sé que no nos va a expulsar del palacio o a vender en el mercado de esclavos… quizás sólo nos dé una tunda.

-BELER: Pero con lo enfadado que está, ¡sería una tunda que nos dejaría lisiados de por vida! Además, ya no nos podríamos encontrar con Eirene para ir a las Fuentes.

-ABEL: De todas maneras la vigilancia del palacio en las noche ha sido aumentada… ya no podremos ir de nuevo.

-BELER: Seguramente si esperamos algunos días encontraremos una forma para ir. Pero por lo pronto guarda nuestro secreto; ¡no se lo digas a nadie! No importa que nosotros tres hubiéramos estado con Kalós cuando huyó del Palacio. El muro del huerto nunca supuso un obstáculo para los demás huérfanos si se hubieran propuesto escapar. Kalós simplemente decidió hacerlo ese día; quizás lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo. No fue nuestra culpa ni fuimos cómplices de su escape.

-ABEL: Pero el señor Polyeidos sabe que hemos hecho algo indebido. Lo sé por la forma recriminadora en que nos mira. No mira así a Delíades y a Ganímedes… sólo a nosotros dos. El ve la culpa en nuestros ojos, pero aun así todos en el Palacio están siendo castigados por igual.

-BELER: (Pensando en la mirada de Polyeidos) Yo también me he dado cuenta de eso, y no entiendo por qué… pero ya verás que con el tiempo se le pasará el enfado.

-ABEL: (Continuando con su preocupación) Y también ha enfermado terriblemente, se la pasa todo el día tosiendo… De verdad me siento muy mal con él. He pensado que lo mejor es que le cuente que yo estuve con Kalós la noche en que escapó del Palacio. Así, ni Eirene ni tú serán castigados y quizás algún día podrán volver juntos a las Fuentes a buscar la lluvia de estrellas…

-BELER: (Enfadado con la resolución de su amigo) ¡Pero qué dices! ¿Por qué siempre quieres cargar con el peso de todos? ¡No seas tonto, Abel! Mejor espera unos días para ver cómo se desarrollan las cosas. Además, no sé por qué hay tanto alboroto con la desaparición de Kalós… ¡ese muchacho era un pesado! Estaremos mucho mejor sin ese engreído en el Palacio; especialmente tú.

Beler, a pesar de lo que le había dicho a Abel, no sabía cómo sentirse con respecto a la fuga de Kalós. Si bien su arrogancia y altanería le molestaban mucho, sus comentarios malintencionados y sarcasmos hacían divertida la instrucción de Próetus y los días nunca eran aburridos. Además había algo en Kalós que Beler admiraba, que era exactamente lo que a Eirene le gustaba del muchacho: Su convencimiento de ser alguien importante y de estar destinado para asuntos superiores a diferencia de las demás personas a su alrededor. Aquella convicción le daba un aura especial a Kalós y credibilidad a sus pedantes comentarios. Su presencia presumida era una luz alegre que Beler extrañaba en el Palacio, en donde entonces se respiraba un aire de amargura y monotonía.

Por su parte, Eirene no sabía qué pensar del chico que tanto le gustaba. No entendía por qué había huido del palacio si su abuelo les ofrecía a los huérfanos una mejor vida que la que llevaba incluso ella, que pasaba todos los días recluida en el Palacio. A veces dejaba volar la imaginación y fantaseaba con que Kalós, hecho un hombre, regresaba sorpresivamente una noche y, en secreto, la raptaba para ir a vivir a un lugar lejos de Grecia y del palacio de su abuelo. A veces, cuando el resto de individuos en el Palacio dormía, también soñaba con los ojos abiertos que, bajando a la cisterna, la estatua con alas de oro en la tumba de su padre comenzaba a parpadear y a hablarle con la voz de Kalós y a mirarla con sus ojos. Pero cuando Eirene despertaba y ponía sus pies en la tierra, recordaba cómo se había negado a ayudarla a escalar el muro y entonces sentía una gran decepción.

Con el pasar de la semana, Polyeidos, con su salud empeorando cada vez más, comenzaba a perder las esperanzas de ver regresar a Kalós al Palacio. Pasaba la mayor parte del día en el mausoleo subterráneo, cabizbajo y sentado sobre el féretro de mármol, mirando la estatuilla alada y reflexionando sobre sus actos y el futuro. En una de esas tardes en la cisterna, mientras Polyeidos se ahogaba en la culpabilidad e impotencia que sentía, Próetus apareció en el Palacio acompañado por dos guardias corpulentos y por Kalós, lleno de moretones y atado apretadamente con sogas. Lo habían encontrado en Ephyra, a punto de ser linchado por la gente del mercado después de haber sido visto robando varias veces y de lastimar a varios ciudadanos por quitarles sus pertenencias.

En frente de todos los habitantes del Palacio, Kalós fue amarrado a una columna en el huerto y golpeado severamente con un palo en la espalda, las piernas y las manos hasta que llegó la noche. Todos observaron en silencio, Abel e Eirene más horrorizados que los demás, cómo Kalós, por órdenes de Polyeidos, era lacerado estrictamente por Próetus como castigo a su grave delito. A pesar de los golpes, nunca abrió la boca para decir palabras ni para gritar. Sólo escupía al suelo y miraba rencorosamente a Polyeidos y a Eirene. Además de la paliza, Polyeidos ordenó que le redujeran drásticamente las raciones de comida y que no recibiera el entrenamiento de Próetus por dos semanas, permaneciendo con los demás esclavos en el Palacio llevando a cabo labores domésticas.

A pesar de que Abel ofreció su ayuda, Polyeidos quiso que fuera Beler quien se quedara aquella noche en el huerto con Kalós lavándole las heridas y ayudándole a comer antes de ir a dormir. Cuando estuvieron solos, bajo la luz de la luna nueva, ninguno de los dos muchachos pronunció palabra. Beler se limitó a acompañar al otro niño mientras éste terminaba de comer con dificultad el mendrugo de pan que le habían dejado como cena. Las heridas más serias que tenía no habían sido causadas por Próetus sino por los furibundos habitantes de Ephyra, que, una vez pudieron atrapar al ladrón, lo habían pateado varias veces en el estómago y le habían dado golpes en la cara, quebrándole varios dientes y dejándole el ojo derecho morado.

Kalós no había terminado de comer su miserable cena, cuando Eirene apareció en el huerto acompañada por dos esclavas. Lentamente se acercó a los dos muchachos y se arrodilló a unos pasos de Kalós, sin llegar a imaginarse el dolor que el niño estaba sintiendo en aquel momento. Miró a también a Beler, sin pronunciar palabra, pero comunicándole con una sonrisa que su amistad estaba a salvo gracias al silencio de Kalós, quien pudo haber mencionado que los tres se estaban encontrando para salir del Palacio e ir a las Fuentes, pero por algún motivo y contra toda predicción no lo había hecho. Eirene estaba allí para intentar agradecer con un gesto la resistencia y el silencio del chico.

-EIRENE: (Tocando con su mano la mejilla de Kalós, sin importarle que allí estuvieran sus esclavas custodias) Gracias, Kalós…

Antes de que Eirene dijera algo más, Kalós escupió sangre y saliva a la cara de Eirene, dejando a la niña, a las esclavas y a Beler atónitos ante lo sucedido. Eirene se paró lentamente, intentándose limpiar el escupitajo de la cara con su vestido blanco. Estuvo al borde de las lágrimas, pero se contuvo y se plantó firmemente para escuchar las palabras del abatido niño.

-KALÓS: (Intentando con dificultad ponerse en pié también) No creas que me he quedado en silencio por ti, pequeña fastidiosa. (Mira fijamente a Eirene) Te odio incluso más que a tu abuelo. No te soporto. No me vuelvas a tocar…
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