XIII.
VISITA AL TEMPLO DE ATENEA
VISITA AL TEMPLO DE ATENEA
Beler vio como Eirene, paralizada y al borde de las lágrimas, reflejaba en su rostro el dolor que le produjeron las palabras de Kalós. Sin entender muy bien por qué, se sintió profundamente indignado por la escena, y sin poder controlar su puño, golpeó al decaído Kalós en la cara. “¡No!” dijo ahogadamente Eirene, ordenándole a Beler que se detuviera y, a pesar de que lo hubiera querido, sin atreverse a mover un dedo para auxiliar a Kalós. Los tres niños se quedaron entonces en silencio por un breve momento, a la merced de sus emociones.
-KALÓS: (Sentado en el suelo, tocándose la mejilla golpeada) ¿Y ese golpe por qué fue, Beler? ¿Te disgustó que le dijera a esta niña lo que siento? ¡Tú sabes cuánto la odio! ¿O es que acaso son novios y la estás defendiendo? ¡Anda, deja de hacerte el mudo y dime cuál es tu problema!
Beler no supo qué responder. Se sentía mal por haber golpeado a quien ya estaba herido, pero no había podido aguantar la ofensa contra Eirene. Sin embargo no sabía cómo argumentarle esto al abatido Kalós, quien lo miraba fijamente aunque sin el odio con el que minutos atrás había mirado a Polyeidos y a su nieta mientras recibía el castigo físico. Eirene había comenzado a derramar silenciosas lágrimas por sus mejillas, sintiéndose despreciada y humillada, y a continuación se marchó del huerto junto con las dos esclavas que la acompañaban. Cuando los dos niños quedaron nuevamente solos, Beler tomó fuerzas y habló.
-BELER: (Mirando con lástima a Kalós) Perdóname por haberte golpeado a pesar de saber las condiciones en las que te encuentras. Pero no pude resistirme al ver cómo agredías a Eirene sabiendo que ella sólo quería agradecerte el no habernos delatado. Debes saber que ella se preocupa por ti más que por cualquier otro niño…
-KALÓS: (Interrumpiendo a Beler) Esa niña es sólo una consentida y seguro nos ve como a unos juguetes. Para ella y su abuelo sólo somos esclavos, no les importa de dónde hemos venido o quienes eran nuestros padres.
-BELER: Si sólo fueras un simple esclavo para Polyeidos no creo que se hubiera tomado la molestia de mandarte a buscar de la forma en que lo hizo. Mientras estuviste por fuera del Palacio, el anciano enfermó y suspendió sus visitas al templo de Atenea… tendrías que haberlo visto deambulando preocupado por todo el Palacio. Además, Polyeidos nos ha prometido la libertad una vez nos convirtamos en grandes guerreros.
-KALÓS: (Pensando las palabras de Beler) No confío en las promesas del viejo. Él cree que somos niños tontos; de pronto los gemelos ingenuos se creerán lo de Pegaso. Pero sé que tú eres listo y sabes que no existe tal criatura, que es sólo una historia para mantenernos obedientes en este lugar.
-BELER: (Mirando a las estrellas) No sé si Pegaso exista o no. Pero la vida que llevamos no es mala. Sé que no eres cómo nosotros, que no fuiste hijo de pastores o granjeros, y que te sientes humillado al ser llamado esclavo; pero con la educación que estamos recibiendo tendremos la oportunidad de convertirnos en grandes hombres. Los cinco de nosotros hemos perdido nuestras familias, pero al estar aquí pienso que hemos corrido con suerte. Y también pienso que Polyeidos no tiene malas intenciones.
-KALÓS: (Intentándo ponerse de pié nuevamente) Eso lo sabremos luego. Por lo pronto prepárate, porque cuando me recupere por completo te haré pagar por tu puño traicionero…
Los días comenzaron a fluir lentamente. Los cuatro huérfanos continuaron con su entrenamiento diario en tiro con arco, esperando por el reingreso de Kalós para comenzar a usar la lanza y a portar el peso de los escudos. Polyeidos había recobrado los ánimos y había regresado a sus rutinas en el templo de Atenea, y las cosas en el Palacio regresaban poco a poco a la normalidad. Kalós, mientras se recuperaba de sus heridas, había sido obligado con amenazas a hacer labores de tipo doméstico con otros esclavos, siendo para él una verdadera humillación y otro motivo más para odiar a Polyeidos.
En las tardes, Eirene no había vuelto a salir a su balcón para recibir a los muchachos cuando regresaban al Palacio luego de su entrenamiento. Lo único que los niños escucharon de ella en aquellos días fueron las dulces y torpes notas de arpa que Eirene tocaba con la caída del sol recluida en su recámara. Aunque Beler y Abel pensaban que la niña los contactaría nuevamente alguna noche para regresar a las Fuentes de Pirene, pasaron semanas completas sin que se apareciera por el huerto. Una de esas noches en que Abel y Beler esperaban con incertidumbre a la niña para ir a las Fuentes, Polyeidos apareció con su bastón por el umbral que conectaba las habitaciones con el huerto.
-POLYEIDOS: (Acercándose a los dos niños) ¡Abel! ¡Beler! ¿Qué hacen a estas horas de la noche en este lugar?
-ABEL: (Sorprendido) ¡Señor Polyeidos! Sólo estábamos viendo las estrellas. Aunque ya estábamos por regresar al dormitorio pues el viento está muy helado.
-POLYEIDOS: (Mirando al firmamento) ¡Ah, las estrellas! Pirene es el mejor lugar en el mundo para ver los astros que cuelgan del cielo. Y entiendo que estés aquí, Abel; a ti te encantan las estrellas, aunque hace mucho que no regresas a la biblioteca a leer libros de astronomía… He estado pensando que debemos organizar una visita nocturna a las hermosas Fuentes de Pirene para que puedan estudiar más fácilmente las constelaciones. ¿Qué dices, Beler? ¿Vendrías con nosotros?
Beler miró al anciano sin responder palabra pero contestando a su pregunta con una sonrisa pícara, pensando en todas las veces que había ido en secreto con Abel e Eirene a las Fuentes en busca de estrellas fugaces o de la legendaria lluvia de estrellas.
-POLYEIDOS: (Sonriendo) ¡Vamos, Beler! Que todos en el Palacio ya saben que estás hablando desde hace unas semanas, no seas tímido.
Beler, sorprendido con las palabras del anciano, miró a Abel intentando comprender por qué Polyeidos sabía que había vuelto a hablar. Abel, igual de sorprendido, no supo qué decir o qué hacer. Ambos muchachos pensaron que quizás Eirene o Kalós habían revelado que Beler había vuelto a hablar.
-POLYEIDOS: (Riendo) Bueno, si no quieren conversar conmigo no hay problema, yo regreso a mi recámara que en verdad está haciendo frío.
-BELER: (Tímidamente) Señor… quisiera preguntarle algo.
-POLYEIDOS: ¡Ah! Te has decidido. ¡Ya era hora! Anda muchacho, ¿qué pregunta tienes para mí?
-BELER: Usted ha dicho que al mejor hombre de entre nosotros cinco le otorgaría a Pegaso… ¿Es eso cierto? ¿Pegaso existe, o es sólo un cuento de niños?
-POLYEIDOS: Mi silencioso niño… mañana mismo te darás cuenta si Pegaso existe o es sólo una historia. Yo soy un hombre de palabra, y como lo prometí el primer día que pisaste mi palacio, al mejor guerrero de entre ustedes cinco le otorgaré a Pegaso. Ahora me despido, regresaré a mi recámara.
-BELER: (Con la voz entrecortada) ¡Señor! También quería preguntarle por su nieta. ¿Se encuentra bien la señorita Eirene?
-POLYEIDOS: (Dándose la vuelta para mirar al niño) ¿Eirene? Claro que está bien. Hoy estuvo aprendiendo a tejer y a perfeccionar su habilidad con la lira. ¡Es una niña talentosa! Ya saben que la educación de una doncella es muy diferente a la de ustedes.
Luego de decir estas palabras, Polyeidos se adentró en el blanco edificio con su parsimonioso caminar y se dirigió a su recámara en el segundo nivel. Ambos niños quedaron como pequeñas estatuas en el huerto, ensimismados bajo un sinnúmero de constelaciones que no dejaba sumir a Pirene en la obscuridad de la noche. Regresaron entonces a su dormitorio sin visitar las Fuentes, pero Beler no pudo pegar el ojo en toda la noche pensando en el regreso de Kalós, en la ausencia y el afligido rostro de Eirene, y en la fantástica promesa de Polyeidos.
Al día siguiente los huérfanos fueron despertados muy temprano por Próetus. Se les ordenó limpiarse muy bien y vestirse de blanco con prendas nuevas. A pesar de ser esclavos, esa mañana serían todos cinco llevados al templo de Atenea en Pirene por órdenes de Polyeidos. Incluso Kalós, quien en toda la noche tuvo pesadillas donde su ofensa a Eirene era delatada por la niña y por alguna de sus esclavas, estaba entre sorprendido y emocionado por la decisión del señor del Palacio. A ninguno de los niños se les explicó el motivo, y después de la primera comida fueron llevados al templo de la diosa de la guerra y la sabiduría que quedaba a pocos metros de donde vivían.
Cuando estuvieron frente al templo, tanto los cinco niños como Próetus y otros tres guardias de la polis que los escoltaban se quedaron admirando por varios minutos la magnificencia que ostentaba aquel lugar. Desde el primer día que había visto el templo, Beler había querido entrar en él y descubrir la belleza en su interior reservada sólo para hombres nobles y religiosos. Según sus cálculos, las hermosas columnas que tenía en frente eran hasta tres veces más altas y gruesas que las del Palacio, y quizá del mismo tamaño que las de la cisterna subterránea que había visitado con Eirene y Abel. Pero además de su sublime apariencia a plena luz del sol, un vapor blanco emanaba de su interior y un olor extraño pero agradable rondaba en los alrededores. Los niños intuían entonces con emoción que su llamado al templo sería una ocasión especial para ellos y para toda la ciudad.
-PRÓETUS: (Dirigiéndose seriamente a los niños) Aquí ante ustedes tienen el templo de la diosa Atenea. Hoy, mis valientes niños, serán llevados a su interior y comprenderán mejor la razón por la que han entrenado juntos tan arduamente por más de un año. Tendrán el privilegio de ingresar al templo de la diosa de la sabiduría porque ustedes son más que simples esclavos. (Mirando a Kalós) Comprenderán, queridos muchachos, que lo que el señor Polyeidos ha querido para ustedes no es la humillación. Por eso mi señor ha ordenado buscarte a pesar de que hubieras decidido huir del Palacio. (Mirando hacia el templo) Él quiere que ustedes se conviertan en grandes hombres, y el que ustedes estén viviendo en el Palacio no es casualidad. Los cinco vienen de diferentes lugares; unos son hijos de granjeros; otros ni siquiera pudieron conocer a su familia; y tú, Kalós, eres el único sobreviviente de la casa real de Éfira. Pero todos ustedes, niños, a pesar de esas diferencias, tendrán la misma oportunidad; la de convertirse en grandiosos guerreros al servicio de mi señor, de esta polis y de la diosa.
Luego de escuchar las palabras de Próetus, los cinco huérfanos fueron llevados por algunos centinelas del templo al interior de éste, dejando atrás a su pedagogo y pedotriba. Ascendieron 20 amplios escalones de piedra y se adentraron en la solemne estructura, adornada con flores blancas y rosadas, con plateados cirios encendidos a plena luz del día, y saturada de un vaho blanco y espeso que no dejaba vislumbrar el fondo del santuario. En las paredes del lugar pudieron observar numerosos y coloridos tejidos con imágenes de la diosa Atenea. En otros había imágenes bordadas de héroes y criaturas que no pudieron reconocer, a excepción de unos cuantos mostrando al inteligente Odiseo, a la Gorgona Medusa y a la desafortunada Aracné.
De entre toda la magnífica decoración del templo, lo que más les llamó la atención a los niños fue un enorme tapiz bordado con la figura de Belerofón y Pegaso bebiendo de un manantial, quizás de alguna de las fuentes de Pirene. Los cinco huérfanos se encontraban admirando el tapiz a la luz de los cirios cuando Polyeidos les habló desde lejos, oculto tras el vapor del templo que como una cortina cubría hasta el último lugar del recinto sagrado.
-POLYEIDOS: Bienvenidos sean, niños, al templo de la diosa Atenea. Es un lugar sagrado en el cual se deben despojar de toda vanidad, arrogancia, de toda hybris, y deben procurar no hacer mucho ruido. Atenea es la diosa de la sabiduría y la filosofía; de los hermosos trabajos bordados y los lienzos tejidos, Atenea Ergane; y del metal del que están hechas las armas y las armaduras, Atenea Promacos. También es la diosa de la guerra y de la paz, pero todo esto ustedes ya lo saben y lo han estudiado día tras día.
Entonces el anciano apareció silenciosamente tras los niños, ataviado con una toga púrpura y dorada y sin bastón. Su expresión era severa, y su presencia solemne, adecuada para el templo y para los rituales religiosos de los que estaba encargado. “Acompáñenme,” les dijo, y los seis, ya sin los centinelas del santuario que los habían escoltado, se dirigieron a través de otras escalinatas a una habitación iluminada por muchos cirios y con una abertura en el techo por donde entraba la luz del sol. En el centro del lugar había un altar de piedra rodeado de numerosas ánforas de barro; y tras el altar se encontraba una hermosa estatua de mármol y oro de la diosa Atenea sobre un pedestal, con un búho sentado en su hombro, y portando su armadura. En su mano derecha llevaba una estatuilla de oro de la diosa de la victoria, Nike, en su izquierda una lanza.
-POLYEIDOS: Éste es el lugar donde elevo mis plegarias a la diosa Atenea. Aquí he pasado la mitad de mi vida llevando a cabo rituales en su nombre como agradecimiento a la paz que reina en esta polis y a la belleza y fertilidad de esta región. (Colocando su mano sobre el hombro de Abel) Sé que la belleza de la escultura de la diosa es para quedarse admirándola por horas, pero a nuestra derecha, allí en ese muro, hay algo que sé que les interesa mucho, y es la razón por la que los he traído a este templo…
Siguiendo las indicaciones de Polyeidos, los niños dirigieron su mirada a la derecha, hacia el muro que le había señalado el anciano. Vieron entonces un cofre cuadrado de bronce sobre una base de piedra, atado a dos columnas por cuatro gruesas cadenas de hierro. Cuando se acercaron más para poder observar mejor los detalles de aquel cofre, descubrieron sorprendidos que el mítico caballo alado con el que soñaban tanto estaba tallado en los lados del arca. “He ahí la armadura de Pegaso,” dijo el anciano a los deslumbrados niños, “resguardada por muchos años en esta ciudad, esperando por un portador digno que la sepa usar sabiamente en nombre de la justica y la paz.”
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