XIV.
EL FINAL DE UNA ETAPA
EL FINAL DE UNA ETAPA
Los niños se quedaron en silencio por un momento, apreciando el cofre de bronce encadenado a las columnas del templo. Se preguntaban a sí mismos qué era la armadura de Pegaso y trataban de fundir en sus mentes el arca que tenían en frente con la imagen del caballo alado del que tanto hablaban con Próetus en las Fuentes de Pirene. Entonces Kalós, escéptico ante las palabras de Polyeidos y sus promesas, habló con la intención de disgustar al anciano y de obtener la verdad para él y sus compañeros huérfanos.
-KALÓS: ¿Lo que usted nos quiere decir, señor Polyeidos, es que el caballo Pegaso se encuentra al interior de ese cofre?
-POLYEIDOS: (Notando la desconfianza del niño) Así es, pero no en la forma que todos ustedes tienen en sus mentes. La armadura que resguarda este templo es una de las túnicas de los Santos de Atenea. Ustedes saben, niños, que Pegaso fue convertido en constelación y llevado a cielo por los dioses Olímpicos, y que allí ha estado desde la Era Mitológica. Mediante el poder y la sabiduría otorgados por Atenea, sus herreros forjaron con bronce y polvo de estrellas esta armadura que tenemos aquí, concentrando la esencia del caballo alado que ayudó a Perseo y a Belerofón en sus empresas. Como ven niños, esta armadura de Pegaso no es una armadura ordinaria y está reservada sólo para los mejores guerreros al servicio de la diosa Atenea.
-ABEL: Pero entonces hay más armaduras. ¿Dónde están las demás?
-POLYEIDOS: En efecto, Abel, la armadura de Pegaso no es la única. Desde el diluvio universal diversas armaduras, representando cada constelación que hay en el firmamento, fueron forjadas para los Santos de Atenea.
-DELÍADES: (Pensando en el interior del arca) ¡Pero ésta de Pegaso debe ser la mejor de entre todas ellas!
-POLYEIDOS: Al menos es la armadura de bronce que se reguarda en esta región. Y es el galardón para aquel de ustedes cinco que se convierta en un gran hombre y guerrero. Será la túnica que lo confirme como Santo de Atenea.
-ABEL: Pero he leído que los Santos de Atenea se encuentran concentrados en el Santuario Ateniense, al este de Grecia. ¿Por qué entonces esta armadura se encuentra aquí en Pirene?
-POLYEIDOS: El Santuario es el lugar donde se encuentra la diosa Atenea, resguardada por sus leales Santos. Pero muchas de las armaduras esperan por su portador en lugares diversos, incluso fuera de Grecia. Los Santos de Atenea no sólo nacen en esta región; hay Santos que vienen de las heladas tierras del Norte, del lejano Oriente, o de lugares aun más remotos. Ellos son jóvenes de diferentes lugares y pueblos, con idiomas y costumbres también diferentes. Pero aquello que tienen en común es que luchan en nombre de la diosa de la sabiduría por el bien de la humanidad. Son verdaderos héroes, herederos de la valentía y la sangre de los héroes de antaño que fueron convertidos por los dioses en brillantes astros por sus hazañas memorables. Es por eso, niños, que ustedes tendrán que demostrar con mucho esfuerzo que ustedes son herederos de las virtudes heroicas y merecedores de esta armadura.
-ABEL: Pero ¿por qué justamente nosotros, señor Polyeidos? Yo ni siquiera he conocido a mis padres, he sido abandonado en esta ciudad. ¿Cómo puedo ser descendiente de grandes héroes? Las estrellas que rigen nuestros destinos nos han traído la desdicha desde nuestros primeros años de vida.
-KALÓS: (Recordando con desazón el cómo llegó a ser esclavo en Pirene) Abel tiene razón, somos unos huérfanos insignificantes, esclavos en un Palacio en una ciudad también insignificante.
-POLYEIDOS: Recuerden, niños, que ni el más sabio de los hombres conoce todos los finales de la historia. Sus vidas pudieron haber comenzado de una forma desdichada, pero aun desconocen lo que los dioses tienen preparado para ustedes. Por eso deben entrenar duro y seguir mis consejos. Mi intención es que ustedes se conviertan en grandes hombres que puedan proteger aquello que la diosa Atenea ama: la humanidad y la paz. Y Kalós, ustedes no son insignificantes, no lo vuelvas a decir; a pesar de ser reconocidos como esclavos por otras personas en la polis, ustedes saben que la vida que llevan en el Palacio no corresponde a esa categoría.
-KALÓS: (Con amargura) Aunque recibamos la educación que reciben los hijos de los ciudadanos, estamos condenados a servirle a usted por siempre. No tenemos la libertad. Somos unos simples esclavos.
-POLYEIDOS: Pero ya anteriormente te lo he dicho Kalós, a ti y a los demás. A diferencia de la armadura de Pegaso, reservada sólo para uno de ustedes, a los cinco les otorgaré la libertad. (Riendo) Ha sido una petición especial de mi nieta, quien desde hace mucho me dijo que ella, la doncella del Palacio, no podía tener hijos con un esclavo y que por ello les tenía que dar a ustedes la libertad… (Luego de una pausa, en la que rió a carcajadas ante la mirada confundida de los niños) Escuchen bien, los cinco: todos ustedes serán hombres libres cuando regresen del Santuario.
-GANÍMEDES: (Estupefacto, al igual que los demás niños al escuchar la nueva y sorpresiva noticia) ¿Cuando regresemos del Santuario? ¿Iremos al Santuario de Atenea?
-POLYEIDOS: No te emociones aun, Ganímedes. Como escucharon, irán al Santuario de Atenea si mis planes marchan a la perfección. Allí recibirán el entrenamiento para convertirse en Santos de Atenea, y conocerán a otros guerreros como ustedes, y a los Santos más poderosos. Pero antes de eso tendrán que seguir rigurosamente la educación y el entrenamiento de Próetus por algunos años más, pues se dice que sólo los jóvenes más fuertes y talentosos logran tener éxito en los arduos entrenamientos del Santuario. En otras palabras, si no son lo suficientemente fuertes podrían morir en el Santuario.
A pesar de que Beler no había pronunciado palabra desde que había pisado el templo de Atenea, la expresión de sus ojos daba cuenta del interés que tenía por la armadura de Pegaso y por los Santos de Atenea. Lo que no le había contado a nadie, ni siquiera a su mejor amigo Abel, era que su hermano Pyramus, aquel que se había marchado de su lado antes de que Aleion fuera destruido, había sido reclutado por hombres del Santuario. Que el destino le presentara a Beler una oportunidad para buscar a su hermano desaparecido en el Santuario de Atenea fue para el niño la sorpresa más grande que la vida le había presentado hasta ese día. Por ello escuchó la conversación entre el anciano y los niños invadido por muchas emociones, fijándose con muchas expectativas la meta de calificar para Santo de Atenea.
Los niños y Polyeidos continuaron hablando sobre los Santos de la diosa Atenea y la armadura de Pegaso por muchas horas más, hasta que la luz del sol que entraba por la abertura cuadrada en el techo de la habitación disminuyó y el cielo se llenó de nubarrones de lluvia. Cuando regresaron al Palacio, se sorprendieron mucho y se miraron entre sí extrañados ya que, aunque esta vez tampoco salió Eirene a su balcón a recibirlos, escucharon su voz que cantaba una dulce y melancólica melodía de bienvenida acompañada por las notas de su lira. Por boca de otros esclavos la niña se había enterado de los planes que Polyeidos tenía reservados para los cinco huérfanos lejos de Pirene, y esto le había causado una gran tristeza.
Los días comenzaron a transcurrir como antes. Kalós había vuelto a unirse a los entrenamientos de Próetus y retomaba poco a poco su rutina. Si bien su actitud seguía siendo la misma de siempre, después de su escape fallido los comentarios ofensivos y mordaces a los que tenía a sus compañeros acostumbrados se habían reducido notablemente. Sin embargo, a pesar de la humillación y el castigo a los que el muchacho había sido sometido, no escarmentó e intentó volverse a fugar del Palacio en varias ocasiones. Con cada nuevo castigo su odio y rencor hacia Polyeidos y su nieta aumentaban, y con más ganas quería huir de su vida en Pirene. Kalós intentó huir del Palacio cuatro veces en cinco años, y por ello, recibió castigos físicos tan severos que dejaron numerosas cicatrices en su piel y los recuerdos del dolor de numerosos huesos fracturados, convirtiéndolo en una persona más silenciosa y rencorosa.
Los gemelos Delíades y Ganímedes con cada día que pasaba se diferenciaban físicamente más y más el uno del otro. A pesar de llevar el mismo entrenamiento y tomar con el mismo entusiasmo los combates y las competencias, el cuerpo de Delíades creció demasiado a comparación del de su hermano. Su altura llegó incluso a sobrepasar al mismo Kalós, quien antes se jactaba de ser el más alto de los cinco, y su musculatura asustaba a los más fornidos atletas en el gimnasio de la Polis. Pronto alcanzó los hombros del mismo Próetus, que no era un hombre bajo, y con su tamaño aparentó la edad de un joven finalizando la pubertad, cuando en realidad ni siquiera había comenzado esa etapa. Por los demás rasgos físicos, ambos gemelos se parecían en algo. El color negro brillante de sus cabellos era el mismo, incluso llevaban el mismo corte; pero las facciones delicadas y femeninas de la cara de Ganímedes se diferenciaban de las facciones bruscas de su hermano.
A pesar de las notables diferencias entre ambos gemelos, eran aclamados y admirados por igual por los habitantes de Pirene. Varios aristócratas que frecuentaban el gimnasio para participar en discusiones filosóficas o entretenerse con las competencias asediaban a Próetus para concertar matrimonios entre los niños y sus hijas, o incluso para cortejarlos ellos mismos y convertirlos en sus erómenos en los próximos años. Ganímedes coleccionaba regalos de todo tipo que le hacían estos hombres, sobre los que, consciente de su popularidad en Pirene, se jactaba ante su hermano y los demás huérfanos. Entre estos regalos, el que más lo sorprendió fue una hermosa ave verde y azul enjaulada, que al poco tiempo de recibirla liberó en las Fuentes de la ciudad. Delíades por su parte tenía una noviecita secreta que era esclava de otro Palacio cercano al de Polyeidos y a quien veía cada mes encubierto por Próetus. Aunque ella era mayor que él 5 años, parecían de la misma edad gracias a la precocidad del crecimiento de Delíades.
Tanto los gemelos como los otros tres chicos aprendieron a usar hábilmente diferentes tipos de armas. Próetus les enseñó a usar la lanza del ejército griego, llamada Doru, y la espada corta de los hoplitas, llamada Xifos, la cual se utilizaba luego de que en combate quebraran sus lanzas. Incluso llegaron a estudiar el uso de la sarissa macedonia, muy pesada y larga para la estatura de los niños. Para que no se lastimaran en los combates, utilizaban la mayoría del tiempo armas de madera. Pero para acostumbrarlos a las luchas reales y a las armaduras que los soldados llevaban en las guerras, Polyeidos mandó a hacer para los chicos corazas de cuero y metal que pesaban cerca de 25 kilogramos. Cada chico recibió también un aspis, un pesado escudo circular que medía un metro de diámetro hecho de madera y cuero. El aspis de cada chico llevaba pintado el símbolo de la familia de Polyeidos, el Pegaso, y mientras duraba el entrenamiento en armas, los chicos tenían prohibido descargar su escudo en el suelo; el hacerlo les acarreó diferentes castigos físicos a Abel y a Kalós en numerosas ocasiones.
El entrenamiento de tiro con arco fue reducido poco a poco para dar espacio a las armas corto punzantes, pero las veces que lo llevaron a cabo, Beler destaco por su puntería extraordinaria. Entre los pastores de la región y otros espectadores de los entrenamientos, era llamado el niño ojos de águila, y gracias a sus habilidades fue requerido en varias ocasiones por los cazadores de Pirene para acechar jabalíes gigantes y otros animales salvajes. Con el paso de los años también había comenzado demostrar talento para el atletismo. En una ocasión, Próetus organizó una carrera de velocidad y resistencia entre Beler y Ganímedes, los dos huérfanos más rápidos de entre los cinco. El recorrido era extenso, desde Pirene hasta Éfira ida y vuelta. La carrera les tomó un día completo, y la victoria por pocos minutos de Beler fue celebrada por varios días en ambas ciudades.
A pesar de que Beler había vuelto a hablar, permaneció ante los ojos de los demás como un niño silencioso e introvertido, y solo mantenía buena comunicación con Abel y con Eirene cuando se les presentaba una oportunidad para encontrarse. La niña había encontrado en ambos chicos a unos amigos con los cuales compartir ratos hermosos bajo las estrellas y discutir acerca de la vida cotidiana en el Palacio y en la ciudad. Abel y Beler eran como una ventana a través de la cual descubría el mundo y se permitía un escape de la soledad que sentía al pasar todos los días de su niñez recluida en su habitación aprendiendo las artes y leyendo los libros de su abuelito.
Casi siempre los tres niños se encontraban varias veces por semana de noche en el huerto para conversar. Pero en verano, y a veces en primavera, huían cada semana del Palacio para visitar las Fuentes y maravillarse ante la pantalla de astros luminosos que los cobijaba. A pesar de que Polyeidos sabía de estos encuentros, los dejó proseguir al comprender que los niños siempre regresaban y que era una actividad que los hacía muy felices. Al día siguiente de visitar las Fuentes, Eirene iluminaba el palacio con sus cantos y con su arpa, demostrando lo habilidosa que se había vuelto en estas artes y lo contenta que se sentía por la compañía de Beler y Abel. El interés que Eirene había sentido alguna vez por Kalós había disminuido, y en cambio concentraba todas sus energías en esperar el fluir del día para encontrarse con sus dos amigos.
La pequeña doncella a veces sentía celos por la amistad tan estrecha entre Beler y Abel. Ambos niños se vieron entre sí como al hermano con el que no habían podido crecer. A pesar de que diferían en actitud y habilidades, siempre se apoyaban y hacían lo posible por alentar al otro a continuar adelante. Abel sabía que algo especial ocurría entre su amigo y la nieta de Polyeidos, por lo que propiciaba momentos para que ambos estuvieran solos: En muchas ocasiones se retiraba de las visitas a las Fuentes con alguna excusa, o simplemente no iba y se quedaba esperando a sus dos amigos en el huerto hasta que regresaran. Por su lado, Beler se sentía incómodo cuando Abel lo dejaba a solas con Eirene, ya que no sabía qué decir o qué hacer. Cuando esto ocurría, simplemente se quedaba mirando al cielo algo nervioso, disfrutando de la compañía y las palabras de la niña.
Así pasaron lentamente los años pacíficos de la niñez de los hijos de Polyeidos. La mañana de primavera que fueron llamados nuevamente al templo de Atenea, Kalós y Abel tenían ya 11 años, y Beler y los gemelos tenían 10. A pesar de sus cortas edades, su apariencia física los hacía lucir mayores por la disciplina y el esfuerzo con los que habían entrenado; y sus actitudes tampoco eran infantiles por las experiencias que habían vivido y por la educación que habían recibido del esmerado Próetus. Aquella mañana, Eirene salió al balcón a despedirlos, y allí se quedó esperando a los cinco niños a que regresaran con su abuelito del templo de Atenea.
Una vez más dejaron a Próetus a la entrada del templo, y fueron custodiados al interior por tres centinelas que los llevaron hasta la habitación donde cuatro años atrás habían visto el cofre de la armadura de Pegaso y la hermosa estatua de la diosa Atenea. Polyeidos estaba allí esperándolos, con su túnica ceremonial, pero esta vez no estaba solo. Además del anciano, tres hombres de figuras imponentes esperaban a los niños al lado de la armadura de Pegaso.
-POLYEIDOS: (Interrumpiendo su conversación con uno de los tres hombres para atender a los niños) Bienvenidos nuevamente a este recinto, niños. No sean descorteces y saluden a estos respetables visitantes. Ellos son los enviados del Santuario y están aquí para decidir si ustedes son dignos de recibir el entrenamiento para Santos de Antena…
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