Saturday, 5 December 2009

XV

XV.
PROMESAS


Los tres hombres eran de estaturas diferentes. El más alto de ellos asombró a los niños por su aspecto de gigante de brazos cruzados y su expresión de pocos amigos. Su piel era bronceada, su barba oscura y prominente, y sus cabellos negros y largos caían libremente sobre sus fornidos hombros. Otro de ellos, el más bajo, era el menor en edad de los tres, aparentando tener alrededor de 15 años; pero en su mirada se reflejaba una madurez y una seriedad que no eran propios de un adolescente. De tez cobriza y ondulados cabellos rojizos, era un joven que parecía proceder de tierras lejanas, al igual que el último de los visitantes, el de estatura media que hablaba con Polyeidos cuando los niños llegaron. Este hombre fue el que más les llamó la atención a los niños, ya que bajo su capa azul oscura pudieron observar el brillo del metal de una armadura diferente a las que usaban los soldados griegos.

-POLYEIDOS: Este caballero que ven a mi lado se llama Sham, y es un Santo de Atenea.

Al escuchar las palabras del anciano los niños quedaron estupefactos. Era la primera vez que veían a un Santo de Atenea, y que aquel hombre estuviera a unos metros de ellos les pareció una mentira. Con un rápido movimiento, Sham envió la capa que lo cubría hacia su espalda, y dejó relucir su coraza, que deslumbró a los niños con su plateado brillo y con su diseño tan diferente a todo lo que habían conocido en materia de armaduras.

-SHAM: (Acercándose a los niños y mirándolos fijamente a los ojos) Con que estos son los famosos hijos de Polyeidos… (Dirigiéndose a su gigantesco acompañante) Qué dices, Aldebarán; en sus miradas puedo ver el sinnúmero de cualidades que han adquirido con el entrenamiento que han recibido. ¿Será correcto admitirlos a todos cinco?

El otro hombre, a quien Sham llamó Aldebarán, no pronunció palabra y frunció el seño, continuando con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Sham continuó caminando alrededor de los cinco niños, mirándolos desconfiadamente a los ojos uno por uno. Cuando estuvo frente Abel, se detuvo y volvió la mirada hacia sus acompañantes y Polyeidos.

-SHAM: Éste es diferente. Parece un niño frágil, no creo que haya llevado un entrenamiento adecuado. ¿Crees que sobreviva en el Santuario?

-ALDEBARÁN: (Abriendo sus ojos, luego de una pausa, hablando con un vozarrón grave que asustó a los niños y resonó en el recinto) Tienes razón en que es diferente a los demás. Pero aunque no aparenta una gran fuerza, creo que está lleno de sorpresas y de otro tipo de talentos. Hay que darle una oportunidad al muchacho.

-SHAM: (Después de mirar a Abel detenidamente por otro rato) Muy bien, así será. Entonces mañana partiremos antes del medio día. Señor Polyeidos, procure que sus niños duerman bien esta noche y cenen como nunca antes lo han hecho, porque mañana emprenderemos un largo viaje a caballo hasta el Santuario de la diosa Atenea.

Polyeidos y los niños salieron del templo hacia el Palacio, dejando atrás a los visitantes del Santuario. Diversos sentimientos invadieron a los niños en aquel momento. Para los tres menores, el estar a punto de emprender un viaje a una tierra nueva los llenó de emoción. Especialmente Beler se sentía lleno de expectativas, pensando en la posibilidad de encontrar al hermano que había partido de su lado hace tanto tiempo. Ni Abel ni Kalós supieron qué sentir o qué pensar. Ya se habían acostumbrado a la vida en Pirene, y aunque Kalós no aceptaba aun su destino como esclavo de Polyeidos, había aprendido a esperar el momento en que su situación cambiara. Abel por su parte no quería abandonar las personas que se habían convertido en su familia. Él, con habilidades de percepción más agudas que las de sus compañeros, sentía que la vida les podría jugar sucio en un lugar como el Santuario. Sin embargo, como los otros cuatro niños, guardó silencio y observó como en el Palacio terminaban los preparativos para el viaje del día siguiente.

Eirene, que a los once años se había convertido en una doncella muy bonita, envidiada y cortejada por igual en toda la ciudad, esperaba a los niños vestida de azul claro y blanco en el balcón de su habitación, tal como lo había hecho en el pasado. Viendo en la cara de los huérfanos la emoción por el tan anunciado viaje sintió que su corazón se quebrara; y la expresión de su cara se tornó melancólica, sentimiento del que sólo se percataron su abuelo, Abel, y Beler. Este último, que durante todo el camino del templo al Palacio estuvo ansioso pensando en las sorpresas que la vida le traería en el Santuario, al ver la cara de Eirene en el balcón se dio cuenta que no volvería a ver a la niña en mucho tiempo. Entonces, con un gesto de sus cejas y la mirada, le indicó a Eirene que ese día tendrían una cita de noche en el huerto. Ella comprendió a la perfección el gesto de Beler, luego de haber convivido tantos años con el muchacho mediante encuentros nocturnos secretos.

Como la vez en que Eirene los esperó para ir a la cisterna subterránea, Abel y Beler llegaron con mucho retraso de la hora en que normalmente se encontraban. La noche primaveral estaba hermosa, con una luna azul adornada por millones de diminutas estrellas que miraba a los tres niños muy de cerca. Eirene, envuelta en un manto azul claro, miró a Beler un poco decepcionada, pues había pensado que la cita en el huerto era solo para dos. Abel se dio cuenta inmediatamente del disgusto de Eirene.

-ABEL: (Dirigiéndose a Beler con una sonrisa y dando algunos pasos hacia atrás) Bueno, creo que la señorita Eirene quiere hablarte a solas…

-BELER: No, Abel, hoy debemos ir a las Fuentes juntos, tal cual lo hicimos la primera vez. Los tres somos amigos, por favor no te vayas.

-ABEL: Pero creo que la señorita Eirene…

-BELER: (Interrumpiendo a Abel) No te incomoda que Abel venga con nosotros a las Fuentes, ¿cierto, Eirene?

-EIRENE: (Luego de un silencio) No, Abel puede venir también.

En su interior, a pesar de los celos de Abel que había sentido en numerosas ocasiones por el afecto que su abuelo y Beler le tenían, lo reconocía como un niño gentil y bondadoso, y sabía que era incluso más que un hermano para Beler. A pesar de lo mucho que quería estar a solas con el muchacho, accedió a que Abel fuera con ellos. Así al menos Beler estaría muy contento y lo vería sonreír toda la noche. Fue así que los tres se encaminaron una vez más a las Fuentes de Pirene en busca de una lluvia de estrellas. Como siempre, Beler llevó a Eirene abrazada a su espalda; sin embargo, aquella noche Abel no contó relatos y se mantuvo en silencio mirando a las estrellas. Ya estando en la plataforma acuática en las Fuentes, los tres, en silencio, dedicaron mucho tiempo a contemplar el firmamento y a pensar en el camino que sus vidas estaban siguiendo. Entonces Eirene se decidió a romper el silencio, agobiada al pensar en la soledad a la que estaría sometida en los años venideros.

-EIRENE: (Con su mirada perdida en la profundidad de los colores de la noche) ¿Por cuánto tiempo estarán en el Santuario de Atenea?

-ABEL: (Cerrando los ojos) Alrededor de 7 años, pero quizás sea diferente para cada uno de nosotros…

-BELER: ¿Cómo lo sabes, Abel? ¿Te lo ha dicho el señor Polyeidos?

-ABEL: (Abriendo los ojos y mirando a las estrellas con lágrimas en los ojos) Digamos que simplemente lo sé.

-EIRENE: ¿Por qué estás tan triste, Abel?

-ABEL: No estoy triste…

-BELER: (Dirigiéndose a Eirene) Desde hace varias semanas ha estado así, extraño; muy serio, y siempre mirando hacia el cielo…

-EIRENE: Deberías estar emocionado. Imagina cuantas aventuras esperan por ustedes fuera de esta ciudad. ¡Cuánto quisiera ir con ustedes!

-ABEL: (Sonriendo) Proponle a tu abuelito que te mande en mi lugar. Con gusto me quedaría en Pirene en medio de esta paz y prosperidad.

-EIRENE: No creas que no se lo he propuesto… (Suspirando) Definitivamente parece que nuestras visitas a las Fuentes terminan hoy. ¡Quién sabe cuando nos volveremos a ver!

-BELER: Bueno, ya basta; no estén tan tristes que aun no hemos partido. Nos queda esta noche para estar juntos, ¡debemos disfrutarla! Con esa actitud de ustedes ninguna estrella se va a dejar ver caer. Ya verán que el tiempo pasará rápidamente y pronto nos reuniremos de nuevo, ya como hombres libres y con la armadura de Pegaso.

-EIRENE: Yo no soy hombre, Beler… Pero tienes razón, deberíamos prometer en voz alta que nos veremos nuevamente. Así, seguramente las estrellas nos escucharán y se encargarán de escribir en el destino que nos reunamos pronto y que seamos felices juntos.

-ABEL: ¡Eso no va a pasar!

-EIRENE: (Sorprendida con las palabras de Abel, levantándose de la plataforma para mirarlo) ¿Por qué dices eso, Abel?

-ABEL: (Levantándose también, un poco agitado) Perdónenme, amigos, no me siento bien… Beler, nos vemos en el dormitorio. Hasta mañana, señorita Eirene.

-EIRENE: ¿Qué te pasó? Y por qué me vuelves a llamar “señorita”…

La niña no había terminado de decir sus palabras cuando Abel salió corriendo cabizbajo hacia la ciudad. Beler y Eirene se quedaron entonces confundidos, mirando al joven desde la Fuente, sin entender qué le había ocurrido, y sin saber qué hacer a continuación. Cuando Abel desapareció en la lejanía, Beler se levantó y comenzó a caminar buscando la salida de la Fuente para ir tras su amigo, pero Eirene lo detuvo cogiéndole el brazo izquierdo. La niña había encontrado finalmente el momento a solas con Beler que tanto había esperado.

-EIRENE: ¡Espera, por favor! No te vayas aun.

-BELER: (Dándose la vuelta, mirando a Eirene) Pero Abel… algo le ocurrió.

-EIRENE: Sabes mejor que yo qué le sucede… lo asusta la incertidumbre ante el futuro, y se siente impotente al no poder luchar contra una decisión, que aunque lo afecta a él, fue tomada por mi abuelito. De la misma manera me siento yo…

-BELER: (Sin comprender a cabalidad las palabras de la niña) Pero no entiendo, ¡mañana vamos a Santuario de la diosa Atenea! Para eso es que hemos estado entrenando día tras día, ¿no? Estaremos dando el primer paso para convertirnos en Santos.

-EIRENE: Pero él es diferente a ti. Tú lo debes conocer más que yo, ustedes dos son hermanos. Y por eso, lo debes cuidar mucho allí en el Santuario; mi abuelo me ha dicho que es un lugar muy peligroso para los jóvenes. Y tú también te debes cuidar mucho Beler… te voy a extrañar mucho.

Con estas palabras, la niña no pudo contener las lágrimas, invadida por la nostalgia de los momentos que había compartido con los niños, y de aquello que no podría vivir con ellos los próximos años. Beler, con el pasar de los días, se había convertido en aquel muchacho con el que ella fantaseaba tan a menudo desde su claustro en el Palacio. El saber que al día siguiente Beler partiría hacia un lugar lejano y peligroso le oprimía el corazón y la llenaba de un dolor que nunca antes había experimentado. Ya no le quedaban más palabras para expresarse y lo único que hacía era mirar con los ojos llorosos al muchacho. Beler, como en tantas ocasiones similares que había vivido con la niña, no supo qué hacer o decir. Se sintió tonto e inútil; no resistió la mirada melancólica de la niña y miró hacia el agua cristalina que los rodeaba reflejando la luna y las estrellas. Entonces Eirene, llorando incontrolablemente, se tapó los ojos con sus blancas manos, y fue en ese instante que Beler decidió abrazar a la niña para consolarla. Así se quedaron unos minutos, hasta que la niña se calmó y pudo hablar de nuevo.

-EIRENE: Siempre había sido yo la que se abrazaba a tu espalda. Esta es la primera vez que me abrazas… que bueno sería que mañana no tuvieran que partir para que pudiéramos regresar juntos a este lugar y me pudieras abrazar nuevamente.

-BELER: (Sonriendo) Como les dije hace un rato, seguro que nos volveremos a reunir. No sé si en este lugar, pero estaremos juntos nuevamente, y seremos libres. Cuando eso suceda te abrazaré una vez más, te lo prometo.

-EIRENE: También debes prometerme que regresarás completito, sin ninguna herida. Así, cuando regreses, podremos partir a otro lugar lejos de aquí y tener muchos hijos que puedan tener padres que los amen. Ellos no serán huérfanos como nosotros, ni estarán encerrados en un Palacio.

-BELER: (Pensando en sus padres asesinados y en el hermano que debía estar en el Santuario) Y tampoco serán esclavos de nadie, y podrán vivir felices y en paz…

-EIRENE: (Mirándolo fijamente a los ojos) Por eso debes prometerlo. Debes regresar sano y salvo.

-BELER: Te lo prometo. Y te prometo que cuando regrese obtendré la armadura de Pegaso y me convertiré en Santo de Atenea.

Antes de regresar al Palacio, Eirene le dio a Beler un pañuelo blanco donde había bordado cuidadosamente a Pegaso con sus alas blancas extendidas. Le dijo que no la olvidara y que iba a rezar todos los días y a hacerle ofrendas a la diosa Atenea para que ganara todos los combates y lo protegiera de las heridas. Beler la abrazó una vez más y, con ella a sus espaldas, regresaron lentamente al Palacio. Esa noche, ninguno de los niños, a excepción de los gemelos, pudo dormir ante la expectativa del siguiente día y los siguientes años.

Ya de día, todos los esclavos, incluido Próetus, acompañaron a los huérfanos a la salida del Palacio, luego de un gran banquete de despedida. Eirene, inundando la mañana en su llanto, no quiso salir a despedirlos una vez más, aunque luego tocó melodías melancólicas con el arpa por varios días para llevar a cabo su luto. Polyeidos había conseguido tres caballos para facilitarles el viaje a los niños. Los gemelos montaron a uno de los caballos; Beler y Abel el otro, uno marrón con manchas blancas; y Kalós, que quería ir lo más cómodo posible, montó solo. El anciano y algunos guardias del Palacio acompañaron a los cinco jóvenes hasta el lugar donde habían quedado de encontrarse con los enviados del Santuario. Allí los esperaban sólo dos de ellos, montados también a caballo; el más grande de los visitantes, el llamado Aldebarán, no se encontraba presente. El más joven del par de jinetes portaba un arco de madera colgado a su espalda, y el otro, Sham, vestía su reluciente armadura de Santo de Atenea.

-SHAM: Muy bien niños, espero que estén preparados para el viaje y para el entrenamiento. Soy el Santo de Plata Sham de Sagitta, y este que ven aquí a mi lado es mi joven aprendiz de Santo, Índika. Ambos nos encargaremos de llevarlos hasta el Santuario de la diosa Atenea. El vivir allí no será algo fácil, pero deben hacer gala de su valía y coraje. ¡Demuéstrennos que no nos hemos equivocado al aceptarlos en el Santuario!
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