Saturday, 5 December 2009

XVI

XVI.
UN GIGANTE ENTRE LOS ÁRBOLES


Ya llevaban varias horas de cabalgar hacia el este, deteniéndose sólo para dejar descansar y darle de comer a los equinos. El horizonte se abría hacia los niños mostrándoles tierras nuevas y paisajes extraños, aunque el cansancio y la falta de sueño opacaban la emoción del viaje. A la cabeza del grupo iba cabalgando Sham, quien se detenía en diferentes lugares para revisar que no estuviera equivocando el camino mediante técnicas que los niños no comprendieron pero que definitivamente involucraban al viento y la posición del sol. Al lado de Sham cabalgaba Kalós, quien además de saber dominar a la perfección a su caballo, quería estar a la cabeza del escuadrón. Tras ellos, venían los otros cuatro niños en sus dos caballos. A los gemelos les había sido dado el caballo más fuerte del Palacio de Polyeidos, pero debido al peso de Delíades tuvieron que parar más a menudo para que el fatigado animal pudiera retomar sus alientos y descansar de su terrible carga. Abel y Beler cabalgaban contiguamente sin pronunciar palabra; Beler apreciando el nuevo panorama, y a su espalda Abel, ojeroso y lánguido, mirando pensativo hacia el suelo que dejaban atrás a toda velocidad. Por último venía el joven aprendiz de Santo, Índika, supervisando silenciosamente que los niños tuvieran a sus animales bajo control y que no se desviaran mucho de la ruta.

Aunque la mayor parte del viaje todos habían estado en silencio, de vez en cuando los niños, sobre todo los gemelos, le hacían preguntas a Sham sobre el Santuario, la nueva tierra que visitarían, y los Santos de Atenea. Beler se mantuvo en silencio por mucho tiempo, admirando el imponente porte de Sham y su plateada armadura, y pensando en la actitud de Abel, con quien no había cruzado una sola palabra desde la noche anterior.

-BELER: (Con tono de voz muy bajo, mientras cabalgaban) ¿Te encuentras bien, Abel? Te siento muy frío; tus manos están heladas.

-ABEL: (Susurrándole) No te preocupes, es que anoche no pude dormir y me siento muy fatigado; pero no podemos detenernos sólo por mí.

-BELER: Pero sería muy malo que enfermaras antes de llegar al Santuario… si quieres puedo pedirle al señor Sham que nos detengamos pues pronto caerá la noche. Seguro los demás estarán de acuerdo.

-ABEL: No, ya te dije que no te preocupes. Me encuentro bien, no voy a enfermar. Pero sí estoy inquieto por otra cosa. Hay alguien que nos está siguiendo desde hace muchas horas.

-BELER: (Volviéndose hacia Abel para mirar atrás) ¿Qué? ¿Por qué piensas que nos están siguiendo? Yo no he sentido nada extraño. Quizás sea un jabalí o algún otro animal.

-ABEL: No es un animal, alguien nos está siguiendo…

De repente, Sham se detuvo y se bajó rápidamente de su caballo, comunicándoles a sus acompañantes que pasarían la noche en ese lugar. Después de juntar algunos leños, los niños observaron impresionados cómo Índika encendió la hoguera con sólo tocar uno de los maderos.

-ÍNDIKA: (Sonriendo, con el brillo de la fogata en sus rojizos ojos) No es gran cosa. ¡Sé trucos más interesantes que ése!

-SHAM: (Quitándose su capa y colocándola a un lado mientras se sentaba cerca a la hoguera) Debes ser más modesto con tus habilidades, Índika.

Entonces, los cinco niños pudieron ver a la luz del fuego el fulgor de la armadura de plata de Sagitta, totalmente diferente a las armaduras que habían visto en los soldados y los guardias griegos. Además de su hermoso color plateado, su diseño era especial y su apariencia liviana. Consistía en corazas finamente moldeadas para la protección de los brazos, el pecho, las tibias, las rodillas, y los hombros; y un delgado y ceñido cinturón. Todos se sentaron alrededor de la fogata admirando la armadura de Santo de Atenea, y Beler y los gemelos se imaginaron cómo se verían ellos mismos portando la armadura de Pegaso.

-SHAM: (Dirigiéndose al embelesado Beler) ¿Qué estás mirando tanto, jovencito?

-BELER: (Volviendo en sí) Disculpe, señor Sham. Sólo pensaba en la armadura de Pegaso, y si se vería igual de brillante que la que usted lleva consigo.

-íNDIKA: Tengo entendido que la armadura de Pegaso es de bronce. La que mi maestro lleva es la armadura de plata de Sagitta. El rango de los Santos con armadura de plata es mayor que de aquellos con armaduras de bronce.

-KALÓS: ¡Vaya! La armadura por la que hemos entrenado tanto en Pirene es de baja categoría. Eso no nos lo dijo el anciano Polyeidos…

-SHAM: (Con una mirada desaprobadora hacia Kalós) Sin embargo niños, no porque una armadura sea de bronce o de plata tiene que ver con el triunfo en una batalla o con el valor del hombre que la porta. Todos los elegidos para Santos de Atenea son importantes para la diosa y cada uno de ellos puede hacer la diferencia en este mundo. Lo importante es que ustedes conozcan su propio potencial y el límite de sus facultades. Sólo así brillarán las estrellas de las constelaciones que residen como un alma en cada armadura. (Apretando el puño y sonriendo a los niños) Por eso deben dar lo mejor de sí mismos en el Santuario, para poder usar adecuadamente la túnica de Pegaso y estar al nivel de los demás Santos.

-GANÍMEDES: ¿Y cuántos Santos de Atenea hay en el Santuario?

-SHAM: No sé el número exacto, pero se dice que hay tantas armaduras como constelaciones en el cielo. No todas las armaduras han sido asignadas a un portador digno, como es el caso de la de Pegaso, que aguarda por ustedes en Pirene, y no todos los Santos de Atenea se encuentran en el Santuario. Muchos de ellos se encuentran en diferentes partes de Gea, llevando a cabo encomiendas especiales. Pero también deben saber, niños, que en el Santuario hay más que sólo Santos. Allí hay guerreros grandiosos de muchas partes del mundo que entrenan día tras día y dan lo mejor de sí mismos aunque no lleven las armaduras de los Santos.

-KALÓS: (Observando los rasgos físicos de Sham y de su aprendiz) Ustedes dos no son de Grecia, ¿cierto?

-SHAM: Somos de tierras lejanas, de un cálido lugar donde abunda la arena y el árbol dátil, y los hombres no montan caballos sino camellos y elefantes. Pero a pesar de que no somos griegos, encomendamos nuestras energías al servicio de la diosa Atenea porque creemos en sus ideales.

-BELER: Sí, el señor Polyeidos nos ha dicho que los Santos provienen de lugares diversos y que todos se unen para luchar por el bien de la humanidad. Y también nos ha dicho que la diosa Atenea se encuentra en el Santuario. ¿Alguna vez la podremos ver?

-ÍNDIKA: No, la diosa Atenea nos protege desde su cámara en el Santuario, custodiada por el Patriarca. Él es el puente entre la diosa y sus Santos. Nosotros no la podemos ver, ni si quiera los Santos más poderosos y leales.

-DELÍADES: ¿Y quién es ese tal Patriarca y por qué es él el único que la puede ver?

-SHAM: Se dice que es el hombre más justo y sabio de entre los Santos de Atenea, elegido para ser el vocero del mensaje de la diosa. También es quien otorga las armaduras que se encuentran en el Santuario, y ha sido la persona que me ha enviado al templo de Atenea en Pirene, donde me he topado con ustedes cinco por primera vez.

Continuaron hablando por mucho rato de lo que sería su nueva vida en el Santuario, y también los niños le contaron al Santo sobre sus entrenamientos con Próetus en Pirene. Antes de dormir, Beler le comunicó a sus compañeros la sensación de su amigo de que los estaban siguiendo, a lo que Sham no prestó mucha importancia y le contestó sonriendo que seguro se trataba de un venado o un jabalí, para después cerrar los ojos y dormirse. Los demás siguieron a Sham, excepto Abel, quien se quedó tiritando por el escalofrío y mirando al cielo nocturno. A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, todos se levantaron para proseguir con su viaje luego de comer algunos alimentos que traían desde Pirene. Abel despertó cubierto por una capa verde oscura, que nadie sabía de dónde había salido. Ante la confusión de los niños, Sham simplemente sonrió y le dijo a Abel que cuidara muy bien de la capa, por lo que los demás asumieron que Sham había sido quien había cobijado al niño en la noche.

A la tercera mañana del viaje pasaron por un territorio conocido por Beler, pues por esos lugares había huido de Próetus cuando éste le encontró abandonado después de la destrucción de Aleion. Muchos recuerdos vinieron a la mente del niño, pero así como el lugar fue rápidamente dejado atrás con el ágil galope de los caballos, las imágenes dolorosas de su pasado fueron hechas a un lado para dar espacio a las imágenes de los nuevos paisajes que el viaje le presentaba cada segundo. Pronto divisaron la ciudad de Megara, y dieron un rodeo hacia el sureste de varios kilómetros para evitar toparse con cualquier jinete o habitante de aquella polis. Los cinco niños y los caballos comenzaban a sentirse realmente fatigados por lo que Sham decidió tomar varios descansos en el día, escogiendo lugares cercanos a los vados de los ríos para dejar beber libremente a los equinos.

Aunque evitaron los caminos principales, cabalgaron por muchos valles y praderas, buscando territorios fáciles de recorrer a caballo. También cabalgaron junto al mar, siendo una revelación magnifica para los niños ver tanta agua reunida en un solo punto por primera vez. A Delíades y a Ganímedes nos les hizo mucha gracia sentir el poder de las abundantes aguas saladas tan cerca de ellos, por lo que se alejaron un poco del grupo, acompañados de Índika que nunca les quitaba los ojos de encima. A diferencia de los gemelos, Abel se sintió arrullado al ver el movimiento de las olas y el azul sublime del mar. Sin darse cuenta se quedó profundamente dormido sobre la espalda de Beler, a pesar de la incomodidad de estar sentado sobre un corcel que cabalgaba a toda velocidad.

Cuando retomaron el rumbo hacia el noreste, algo que nadie se esperaba ocurrió. Aprovechando que habían desmontado por orden de Sham para elegir mejor el trayecto, Kalós dirigió a su caballo a toda prisa hacia una floresta para la sorpresa de sus acompañantes. Abel entonces despertó al sentir una presencia amenazadora a sus espaldas, la más agresiva que había sentido en su vida. Beler y los gemelos, sin comprender qué ocurría, también la pudieron sentir, y cuando miraron hacia atrás descubrieron que se trataba de Índika, quien sobre su caballo templaba en su arco dos flechas de madera y esperaba por el consentimiento de su maestro para dejar ir los proyectiles en busca del fugitivo. “¡No lo hagas, Índika!” gritó Sham, mientras veía con indiferencia cómo Kalós desaparecía huyendo entre los árboles.

La sangre de Kalós fluía a toda velocidad por su cuerpo mientras huía. Sabía que no lo estaban siguiendo, y se sintió libre y realizado. Ya no tendría que ir al Santuario, o regresar a Pirene y ver al viejo aristócrata y a su nieta. Ya no estaría atado a las reglas de nadie y sería dueño de sí mismo una vez llegase a Megara. Con las habilidades que había adquirido con el entrenamiento de Próetus podría labrarse una vida luchando como mercenario, o simplemente tomaría lo que necesitara por la fuerza. Cuando creciera un poco más podría regresar a Éfira y allí, investigaría el nombre de la persona que había ordenado la destrucción de su casa real y que lo había dejado como el único sobreviviente de su linaje. Luego podría llevar a cabo su venganza y calmar el deseo que oprimía su alma.

Kalós continuaba pensando en lo que haría de su vida con la recién libertad adquirida, cuando de pronto una figura gigante entre los árboles apareció frente a él y asustó a su corcel, el cual se detuvo de inmediato. Kalós también se asustó con la aparición, más cuando al observar mejor a la figura se dio cuenta que era el tercer enviado del Santuario, aquel que Sham había llamado Aldebarán en el templo de Atenea en Pirene. Parado allí entre dos árboles como un obstáculo infranqueable, llevaba ropas curtidas atadas con varios cinturones de cuero alrededor de la cintura y el pecho. Llevaba protección de bronce y cuero en las rodillas y en los brazos. También llevaba una coraza en el hombro izquierdo del mismo material, de la cual sobresalía un cuerno ocre que parecía afilado. El cabello largo lo llevaba trenzado y le caía sobre el hombro derecho. La mirada que le dirigía a Kalós le había helado la sangre al niño, quien no supo qué hacer ante la monumental figura de Aldebarán.

Cuando pudo reaccionar, Kalós intentó redirigir a su caballo hacia la izquierda para escapar del gigante, pero en un parpadeo se sintió agarrado de su túnica por las manos de Aldebarán y fue lanzado al suelo lejos de su corcel. Cuando abrió los ojos y vio al inmenso hombre parado frente a él sólo a algunos pasos, sintió miedo al dolor físico por primera vez en su vida. Sin embargo, intentando ignorar el dolor que la caída había generado en su espalda, se puso de pié.

-KALÓS: (Colocándose en posición de ataque) ¡No me puedo rendir! Si me tengo que enfrentar a un grandulón como usted para alejarme de aquí, ¡lo haré! Ya no seré nunca más un esclavo.

-ALDEBARÁN: (Con los brazos cruzados y sonriendo) Aunque te falta respeto tienes la actitud y el potencial para convertirte en un gran guerrero. Sin embargo de aquí no pasarás. Abandonar el camino que ya han trazado para ti no es una opción disponible.
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