Monday, 7 December 2009

XX

XX.
Águilas



“¡Detente!” exclamó Abel preocupado al ver cómo el Santo de Musca hacía gritar de dolor a Kalós mientras le apretaba fuertemente el puño aprisionado en su mano. “Esta será una valiosa lección para todos ustedes” musitó Apis al hacerle girar el brazo a Kalós hasta luxarle las articulaciones de la muñeca y luego soltarlo. El joven cayó de rodillas, tomándose la mano herida con la otra mano. Intentaba contener las lágrimas y de parecer fuerte ante los demás, pero no fue capaz de resistir el dolor que el Santo de Musca le había causado en la muñeca y todo el brazo. El adulto entonces se le acercó y le puso una mano en la cabeza.

-APIS: (Sonriendo) Eso está mejor, que te arrodilles mientras hablo. Ahora ya son dos los inmovilizados; parece que los próximos días sólo tendré que ocuparme de dos aprendices.

-ABEL: (Acercándose un poco al Santo) ¿Por qué está haciendo esto? Se supone que los Santos Atenienses son hombres sabios y valientes, que luchan por la justicia. Esto que usted está haciendo no es ni sabio ni valiente. Usted no es un hombre justo. No sé cómo lo hice, pero desde que lo vi a lo lejos percibí que usted era un hombre malvado…

-APIS: (Dejando a Kalós atrás y acercándose a Abel) ¿Y a ti quién te enseñó a hablar así? Puesto que soy tu maestro me debes respeto, mocoso. ¿Qué acaso también quieres comenzar tu entrenamiento lesionado?

Abel entonces miró fijamente a los ojos de Apis, quien se sintió un poco intimidado ante la mirada desaprobadora del muchacho. Había algo extraño que no comprendía bien pero que lo había hecho estremecer. No era la mirada de un niño inexperto de 11 años; había algo maduro e imponente en ella, que lo desafiaba y le hacía sentir que habían numerosos ojos a su alrededor que lo estaban observando. Apis se sintió inquieto y su sexto sentido comenzó a fallarle. Algo en el aire se había tornado pesado, y ese algo provenía de la mirada de Abel. “¡Tonterías!,” pensó el Santo, y en milésimas de segundos golpeó a Abel en el estómago. El jovencito cayó al suelo y, al igual que lo había hecho Delíades hacía pocos minutos, comenzó a retorcerse de dolor y a intentar recuperar el aire que había escapado de su cuerpo por el golpe.

Ganímedes, quien ayudaba a su hermano gemelo a ponerse de pié, observó como su maestro lastimaba a sus compañeros y sintió que toda su emoción por llegar al Santuario y convertirse en Santo de Atenea junto a su hermano se desvanecía cada vez más. Pensó en las palabras que Abel le había dirigido a Apis y estuvo de acuerdo con ellas, ¡qué diferente y buen maestro fue Próetus a comparación de este mal llamado Santo de Atenea! ¿En verdad serían demasiado débiles y aun no estaban preparados para el entrenamiento del Santuario? “¡No!,” pensó Ganímedes, “sobreviviremos al entrenamiento en el Santuario a como dé lugar.”

Cuando Delíades estuvo de pie, Ganímedes no lo pensó dos veces y se lanzó nuevamente a defender a Abel, quien iba a ser pateado por Apis mientras estaba acurrucado en el suelo fangoso. A diferencia de su hermano, que había desarrollado una gran fuerza en los brazos, Ganímedes había concentrado su entrenamiento en las piernas, y al ser más liviano y veloz que su hermano, era capaz de dar unas patadas que todos en la palestra de Pirene le habían celebrado.

Ganímedes concentró en su patada las fuerzas que le quedaban y las ganas que poseía de convertirse en un gran guerrero. Entonces, lanzándose como un ave cazando a su presa, dirigió su golpe hacia la espalda de Apis, quien se divertía pateando al acurrucado Abel en el suelo. Delíades, manteniéndose en pie con dificultad, vio a su hermano volar en una maniobra que nunca antes le había visto intentar, y vio cómo Apis una vez más evitó fácilmente la patada de su hermano. “¡Nunca más vuelvas a atacarme por la espalda!,” gritó Apis mientras agarraba de la pierna izquierda a Ganímedes.

Luego de azotarlo fuertemente contra el suelo, Apis alzó a Ganímedes de la pierna y lo comenzó a balancear en movimiento circular ante la mirada atónita de Delíades y de Kalós. Abel aun estaba acurrucado en el suelo, protegiéndose con los brazos de las patadas que le había estado dando Apis, cuando Ganímedes fue lanzado por los aires con fuerza sobrehumana. Delíades vio cómo su hermano fue arrojado al cielo por el Santo de Musca, y el pánico lo invadió cuando se percató que Ganímedes caería directo en el centro de una de las lagunas que se encontraban en aquel lugar. Olvidándose de sus costillas fracturadas y de que nunca había aprendido a nadar, comenzó a correr desesperadamente hacia el estanque donde su hermano aterrizaría.

Ganímedes, semiinconsciente al golpearse la cabeza cuando Apis le azotó contra el suelo, abrió los ojos por un breve momento mientras estuvo en el aire. Con la espalda hacia el cielo y su cara reflejada en la laguna, vio a sus padres sumergidos en ésta, y sus rostros ondulantes llenos de alegría. Los brazos de su madre, hechos de agua, emergieron para recibirlo y abrazarlo una vez más. Al tiempo que Ganímedes era recibido por sus padres en el estanque, Abel, atónito ante los hechos, percibió como una luz blanca en forma de ave ascendía al cielo después de emerger del estanque donde su compañero había caído. Mientras el ave de luz desaparecía entre las nubes, Abel escuchó el grito de Delíades, quien se lanzaba impetuosamente a la laguna donde flotaba su hermano gemelo.

El tiempo pareció detenerse por breves segundos. Los colores del paisaje desaparecieron y Abel vio todo en escala de grises. Vio a Kalós arrodillado en el suelo, con su mano herida y su rostro cubierto de lágrimas. Vio a Apis observando a Delíades lanzándose al agua, aun sonriente por su victoria contra unos niños y con los brazos en su cintura. Y vio al alto Delíades adentrándose en la oscura laguna. Entonces recordó que ninguno de los dos gemelos sabía nadar; recordó que ambos le tenían pavor al agua y que Ganímedes había dicho que sus padres habían muerto en una inundación.

Repentinamente, los colores de Delíades regresaron a su cuerpo, y entonces Abel pudo sentir la desesperación que lo inundaba al haber visto a su hermano caer herido al estanque. También sintió el propio pavor que el agua le inspiraba Delíades, y comenzó a ver a través de sus ojos y a apropiarse de sus recuerdos. En la mente de Abel se incrustaron las imágenes del mar fluyendo bajo el galope de los caballos que los llevaron hasta Rodorio. También se filtraron por sus oídos las historias de Próetus, aquellas que contaba en los días soleados en las fuentes de Pirene, pero únicamente se filtraron aquellas historias sobre monstruos marinos y demás sirvientes de Poseidón. Y finalmente, los recuerdos de los padres de los gemelos, siendo arrasados violentamente por una corriente de agua y escombros, inundaron poco a poco el alma de Abel.

Al ser invadido por las emociones de Delíades, Abel se intentó poner de pie para ir en su ayuda. Sin embargo las energías lo habían abandonado y el daño producido por las patadas de Apis hizo que cayera nuevamente al suelo. Sin entender por qué podía sentir tan claramente la desesperación y el temor de Delíades, cerró los ojos y apretó los puños con fuerza; pensó en Beler y deseó que estuviera allí para que socorriera a sus compañeros que se ahogaban en el estanque. De repente la concentración de Abel fue interrumpida por el chillido de un águila cuya sombra observó desplazarse rápidamente por el terreno fangoso hasta el estanque donde estaban sus amigos.

Delíades por su parte, pretendiendo ignorar el pavor que sentía hacia el agua, movía con fuerza sus extremidades intentando no ahogarse y avanzar hasta llegar a su hermano. Su peso no lo ayudaba mucho y se lamentó el no haber superado su miedo y no haber aprendido a nadar cuando tuvo la oportunidad en Pirene. “Moriré ahogado junto a mi hermano,” pensó mientras el agua entraba por su boca y su nariz, y escuchaba a Kalós gritando algo que no pudo entender desde la orilla del estanque. “¡Ayúdelos! ¡Los gemelos no saben nadar!,” gritó Kalós a Apis, quien simplemente se limitó a observar la escena en el estanque sin moverse siquiera un poco. Al ver que el Santo continuó con las manos en la cintura, Kalós se dirigió corriendo al agua a pesar del agudo dolor que sentía en su mano derecha.

Justo antes de que Kalós se lanzara a la laguna, una sombra alada pasó por encima de él. Cuando el joven miró hacia arriba para identificar al ave, descubrió que una persona muy delgada de cabellos rojos y trenzados posaba silenciosamente un pie sobre la superficie del agua y se deslizaba velozmente por ella como si estuviera volando. No había dudas, se trataba de una mujer que se dirigía rápidamente hacia Delíades dejando tras ella varios hilos de lágrimas que poco a poco se convertían en neblina. Y no estaba sola, pues un águila sobrevolaba la laguna mientras la mujer con sorprendente facilidad sacaba a Delíades del agua agarrándolo por un brazo e impidiendo que muriera ahogado.

A continuación y con Delíades colgando de su mano izquierda, se dirigió en pocos segundos hasta el lugar donde había caído Ganímedes. Allí se sumergió en el agua para tomarlo de las ataduras de cuero de su armadura y sacarlo del estanque. Inmediatamente, con ambos niños pendiendo de sus brazos, se dirigió a la orilla más cercana, a un lado de Kalós, y descargó cuidadosamente a los gemelos. Kalós, aun con la cara húmeda por las lágrimas, miró impresionado el bello rostro de la mujer, por el cual se deslizaban gotas de agua. Una ráfaga de viento recorrió el lugar y el águila continuó planeando sobre las lagunas.

-BERENICE: (Enjugándose la cara y mirando a Kalós) Lo siento mucho, no he llegado a tiempo…

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