PRIMERA PARTE: EL NACIMIENTO DE UN GUERRERO
VIII.
ALAS DORADAS
VIII.
ALAS DORADAS
Agua, mármol, piedra, oro y luz se mezclaron como pinturas en un lienzo para formar un espectáculo que ni el más sensible de los poetas de Pirene hubiera podido describir. En simples palabras, era una bóveda cuadrada y luminosa, inundada a flor de tierra, que abarcaba el mismo terreno que el palacio bajo el cual se hallaba, y cuyo tamaño parecía ser mayor por el reflejo de su cúpula en el agua. De la superficie acuática sobresalían altas y gruesas columnas de mármol y piedra, de diferentes tonos verdes adquiridos quizás por la humedad del lugar, y bajo el agua estática se podían observar monedas de oro y plata, y otros objetos brillantes. Pero lo que más llamó la atención de Beler en aquel lugar majestuoso fue la luz dorada que, reflejada en las monedas y el agua, inundaba toda la cisterna y le hicieron olvidar que se encontraban a altas horas de la noche.
-BELER: (Aun sin salir de su asombro) ¿Qué es esto, Eirene? ¿Dónde nos encontramos?
-EIRENE: (Recogiéndose la falda con las manos y bajando un par de escalones para introducir sus pies en el agua) Ya Abel lo dijo arriba; estamos en la cisterna del palacio.
-BELER: Pero… ¿Y esas monedas? ¿Y esa luz? ¿De dónde viene esa luz? No veo ninguna antorcha ¡y este lugar está completamente iluminado!
-EIRENE: (Ya en el agua y volteándose hacia Beler para mirarlo a los ojos y sonreír) Valió la pena haber bajado conmigo a este lugar ¿cierto? Aquí, mi abuelo ha depositado los tesoros que ha heredado de su familia y regalos valiosos que le han hecho hombres nobles de Tebas, Atenas y Lacedemonia. (Dándose la vuelta y avanzando por el camino acuático) Ahora ven, los tesoros de la cisterna no es lo único interesante que quería mostrarte.
Entonces, para no quedarse atrás, Beler se introdujo hasta las rodillas en el agua de la habitación, y sintió una extraña calidez que acariciaba sus piernas mientras avanzaba hacia Eirene. Incluso el suelo de piedra que recorría con sus pies desnudos estaba tibio. Mientras caminaba tras la doncella del palacio por entre las filas de columnas hermosamente esculpidas, Beler no sabía si mirar a lo alto de la imponente y goteante cúpula, o hacia el fulgor del agua y los tesoros dispersados en el fondo de ella. Se acordó que llevaba una antorcha encendida en la mano, y pensó en lo inútil de su luz comparada con la luminosidad de aquella habitación. Y también recordó lo mucho que siempre había querido entrar al templo de Atenea desde que llegó a Pirene a pesar de ser un esclavo. Pero ahora tenía la oportunidad de recorrer un lugar quizá más solemne y esplendoroso que el mismo templo de la diosa de la sabiduría y la guerra.
-BELER: (Apartándose un poco del camino que estaba siguiendo para buscar el origen de la luz) ¡Oye, Eirene! Aun no me dices de dónde proviene toda esta luz dorada.
-EIRENE: (Dándose la vuelta hacia Beler) ¡Ten cuidado! A los lados el agua es más profunda y si pisas donde no debes podrías ahogarte.
-BELER: (Palpando las columnas) No te preocupes, Próetus nos ha enseñado a nadar en las fuentes. Los únicos que no han podido aprender son los gemelos. En la natación es en lo único que les podemos ganar.
-EIRENE: (Acercándose a Beler) ¿Y cómo le va a Kalós en natación?
-BELER: (Observando el interés en los ojos de Eirene) No lo hace mal. Es un buen nadador, al menos mejor que Delíades y Ganímedes.
-EIRENE: (Mirando hacia el suelo acuático, algo apenada y pensando en Kalós) ¿Alguna vez me enseñarías a nadar?
-BELER: (Extrañado con la pregunta) ¿Qué? ¿Quieres aprender a nadar?
-EIRENE: (Pensativa) Sí, nadie me ha enseñado… ya sabes que me la paso todos los días en el palacio leyendo libros aburridos, y aprendiendo a tocar el arpa y a tejer. Entonces qué dices, ¿me enseñarías a nadar?
-BELER: (Pensando en que sería divertido pero que no habría oportunidad para que la instrucción se pudiera llevar a cabo) No creo que a tu abuelo le agrade mucho la idea… quizá cuando estemos más grandes y yo ya no sea un esclavo. (Luego de una pausa) Recuerda que aun no me respondes de dónde viene la luz de este estanque.
-EIRENE: (Algo decepcionada con la respuesta, pensando en lo sola que se sentiría cuando los huérfanos dejaran la casa para ser hombres libres) No sé. Siempre hay luz en este lugar, y el agua siempre está calentita. Deben ser algunas rocas especiales en el suelo, pero no estoy segura.
Ambos prosiguieron su camino bajo el techo goteante, Eirene un tanto cabizbaja pensando en su futuro y en el de sus amigos huérfanos, y Beler aun boquiabierto por la revelación del magnífico lugar. Con cada paso que daba aumentaba su asombro al pensar que tan hermoso lugar había yacido siempre bajo sus pies desde que llegó al palacio de Polyeidos. Mientras observaba algunos tesoros brillantes bajo el agua, vio que algo se escabulló entre ellos y los hizo cambiar de posición.
-BELER: (Deteniendo su paso) ¿Qué fue eso? Algo se movió bajo el agua.
-EIRENE: (Dándose la vuelta hacia Beler nuevamente) No te alarmes; sólo son pececitos de agua dulce.
-BELER: ¿Peces? ¿Y qué hacen aquí? ¿Cómo llegaron a la cisterna?
-EIRENE: Mi abuelo los ha traído desde las fuentes de Pirene. Yo a veces bajo desde la recámara de mi abuelito y los alimento. (Inclinándose y tomando un poco de agua con una de sus manos, viendo como se desliza entre sus dedos) Y no sólo los peces son traídos desde las fuentes; el agua también. Quizás por eso es tan cálida… esta agua ha sido testigo de lluvias de estrellas en el pasado. (Mirando a Beler fijamente) Tenemos que regresar a las fuentes la próxima semana. ¡Aun no hemos visto la lluvia de estrellas!
Eirene no había acabado de pronunciar su última frase, cuando Beler se percató del brillo dorado de un objeto que no se distinguía bien unos metros más delante. De lejos parecía la escultura de oro de un ave gigante; mas cuando Beler se acercó un poco más, pudo ver que se trataba de la figura de un hombre desnudo con alas. El cuerpo estaba esculpido en mármol y piedra caliza, y las alas, extendidas a los lados, parecían hechas de oro. La efigie alada estaba sentada sobre un cofre rectangular gris y blanco que sobresalía del agua luminosa. El cofre estaba finamente tallado en mármol y piedra, y en todos sus lados tenía esculpidas figuras de la diosa Atenea. Eirene, salpicando su vestido con sus afanados pasos para alcanzar a Beler, estaba deseosa de ver la expresión de sorpresa en la cara del niño parado en frente de la escultura.
-EIRENE: (Mirando también la estatua sobre el cofre) Y bien, ¿qué te parece?
-BELER: (Sintiéndose él mismo una estatua ante la belleza de la escultura que tenía al frente) ¿Quién es ése?
-ABEL: (Apareciendo silenciosamente unos cuantos pasos atrás entre las aguas) Parece ser el dios del amor.
-BELER: (Dándose la vuelta para ver al niño) ¡Abel! ¡No te sentí llegar!
-ABEL: (Posando una mano sobre el hombro de Beler) Es que como demoraban tanto quise venir a asegurarme de que no les hubiera ocurrido nada malo. (Mirando a ambos niños) Ya hemos visto la habitación secreta que Eirene nos prometió y ha sido suficiente de aventuras por hoy. Creo que ya es hora de regresar a los dormitorios; mañana nos espera un día difícil.
-BELER: (mirando nuevamente la escultura) ¡Pero mira! Todo este lugar maravilloso ha estado siempre bajo nuestros pies sin que supiéramos de él.
-EIRENE: ¡Y debe seguir secreto para los demás! Mi abuelito no se puede enterar que los he traído aquí. Será nuestro gran secreto.
-BELER: (Burlándose) ¿Ni siquiera le podemos contar a Kalós?
-EIRENE: (enojada) ¡No! Sólo los he traído aquí porque ayer me llevaron con ustedes a las afueras de Pirene.
-BELER: (mirando de reojo a Abel, con una sonrisa burlona) ¿Y no piensas traer a Kalós aquí, frente al dios del amor?
-EIRENE: ¡¿Te estás burlando de mí?!
-BELER: (Aun sonriendo) No me burlo de ti… pero como creía que estabas enamorada de Kalós, pensé que sería una buena idea que lo trajeras frente al dios del amor para que le lanzara una flecha y así lograras que él también se enamorara de ti.
-EIRENE: (Sonrojada y ofendida, al punto de las lágrimas) ¡Insolente! ¡Cómo te atreves a decirme eso! Y además, éste no es Eros. Ésta es una estatua de mi papá. Y ese cofre que ven ahí es su féretro. ¡Ésta bóveda es un mausoleo! ¡¿Cómo te atreves a burlarte de mí en frente de la tumba de mi papá?!
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