VII.
DESCENSO A LA CISTERNA
A pesar de que no lograron presenciar una lluvia de estrellas, los tres niños recordarían aquella primera noche en que los tres estuvieron juntos como una de las más felices de su infancia. Regresaron rápidamente al palacio una vez el cielo pasó de azul oscuro a simplemente azul y el brillo estelar comenzó a disminuir. Beler llevó cargada sobre su espalda a la complacida Eirene una vez más, e igualmente escalaron el muro que los llevaría al huerto donde horas atrás se habían reunido los tres y escuchado la voz de Beler por primera vez.
Antes de irse a sus respectivos dormitorios, quedaron de encontrarse en el mismo lugar y a la misma hora, si todo salía bien, para que Eirene cumpliera la promesa de llevarlos a la habitación secreta de la planta subterránea del palacio. Cuando Beler y Abel regresaron a su recámara, se cuidaron de no hacer mucho ruido para no despertar a los demás chicos, y alcanzaron a dormir un par de horas antes de que Próetus viniera por ellos como todos los días para iniciar las lecciones de aritmética, que era el tema con el cual iniciaban todas las mañanas antes de que la primera comida estuviera lista.
Los tres niños pasaron algo somnolientos el día, condición que afectó sobre todo a Beler y a Abel en los entrenamientos del gimnasio. Beler no les reveló a los demás que ya había comenzado a hablar nuevamente, aunque Abel estuvo en desacuerdo con aquella decisión. Eirene, quien pudo tomar una siesta en la tarde, sólo tuvo problemas para concentrarse en la clase de danza y música, pensando en la experiencia maravillosa que había disfrutado con los dos chicos.
La tarde y la noche transcurrieron normalmente, quizá más calurosas que de costumbre, y pronto les había llegado la hora de reunirse en el huerto una vez más. Eirene tuvo que esperar a los chicos por mucho tiempo, ya que a éstos se les dificultó despertar por el cansancio y porque esa noche Beler no tuvo pesadillas que le quitaran el sueño. Allí los esperaba impaciente la niña, alumbrada por la luz de las estrellas, con un pañuelo azul en una mano y un pequeño estuche de madera en la otra.
-EIRENE: (Enojada) Al fin llegan… pensé que me iban a dejar esperándolos toda la alborada.
-ABEL: (Bostezando) Perdónenos, señorita Eirene. Fue difícil intentar no dormirnos; aun estamos muy cansados y ayer entrenamos fuertemente en el gimnasio. A mí me duele todo.
-BELER: (Mirando a Eirene) Ayer Kalós le dio otra paliza a Abel en lucha…
-ABEL: (Objetándole a Beler) Tú también te viste en aprietos ante Delíades, así que no me lo reproches tanto.
-BELER: Pero yo al menos me defiendo. Además ayer estaba cansado y tenía sueño, pero en cambio tú te dejas derrotar y humillar de Kalós todos los días, sin siquiera intentar hacer algo para evitarlo.
-EIRENE: Ya dejen de discutir y de quejarse. Deberían sentirse afortunados por poder entrenar e ir al gimnasio como los demás chicos a pesar de ser esclavos. Yo misma quisiera poder acompañarlos y aprender a luchar.
-ABEL: Pues yo preferiría aprender a tocar el arpa o la flauta como usted, señorita Eirene, o aprender a esculpir la piedra.
-EIRENE: ¡Bah! No es tan divertido como parece. La mayoría de las veces me aburro en las lecciones de música.
-BELER: Bueno, cumple rápido tu promesa de llevarnos a la habitación secreta de tu abuelo, que hoy quiero volver rápido a la cama. Mañana nos comenzarán a instruir en armas, y quiero estar muy descansado para poder concentrarme.
Luego de que Abel cogiera una de las antorchas que había en el huerto por instrucción de Eirene, se dirigieron los tres hacia una pequeña puerta de madera que había allí mismo. Éste era uno de los muchos lugares vedados para los esclavos en el palacio de Polyeidos; pero esta habitación, a diferencia de las demás, estaba cerrada por una gruesa cadena con un candado en forma de león. Eirene sacó del estuche de madera una llave de hierro oxidada.
-ABEL: (Escéptico) ¿Qué acaso ese lugar no es donde se encuentra la cisterna del palacio?
-EIRENE: (Introduciendo la llave en el cerrojo del candado) Sí, estás en lo cierto; pero es mucho más que eso. El lugar a dónde vamos es la habitación que mi abuelito guarda con más recelo, incluso más que su biblioteca personal a la que tú has tenido acceso. Si mi abuelo llega a enterarse de esto que estamos haciendo, nos veremos en graves problemas.
-ABEL: Si es así, creo que es mejor que regresemos a nuestros dormitorios. No quiero disgustar al señor Polyeidos, él se ha portado muy bien conmigo.
-EIRENE: (Sacando la llave del cerrojo) ¡Qué cobarde! ¿Qué no te gusta la aventura? ¿O será que tienes miedo de lo que veremos allí? Creí que ustedes estaban siendo entrenados para convertirse en guerreros temerarios. (Golpeando suavemente con el codo a Beler) Qué dices, Beler, ¿tú también te has arrepentido?
-BELER: (Bostezando) Sólo espero que sepas lo que estás haciendo y que lo que haya detrás de esta puerta valga el estar despiertos a estas horas de la noche.
Eirene volvió a introducir la llave en el cerrojo del candado y le dio vuelta, quitando el candado y la cadena con mucho cuidado y poniéndolos a un lado. Abel, con la antorcha en la mano, miraba hacia el umbral que conectaba el huerto con el palacio, por dónde habían llegado, imaginándose las consecuencias de esta aventura si alguno de los esclavos los llegara a ver entrando en la cisterna vedada.
-EIRENE: Beler, necesito que empujes la puerta fuertemente, pero intentando no hacer mucho ruido. Ten cuidado porque creo que es muy vieja y está muy pesada.
-BELER: (Empujando lentamente la puerta) Prepárate Abel para defenderme si alguna bestia nos está esperando detrás de esta puerta. (Observando hacia el pasaje tras la puerta) ¡Qué oscuridad!
-EIRENE: No tengan miedo, en el lugar a donde vamos no hay ni siquiera bichitos. Ahora necesito que se limpien los pies con este pañuelo. (Entregándole a Beler el pañuelo azul que tenía en la mano) No podemos entrar con los pies sucios o mi abuelo sabrá que alguien quebrantó su regla.
-ABEL: Creo que yo me quedaré aquí; haré de guardia mientras ustedes se adentran en la cisterna. (Dirigiéndose a Beler) Luego me cuentas que viste.
-EIRENE: Entonces dale la antorcha a Beler. ¡Qué actitud! Te dejaremos el pañuelo para que te limpies los pies si es que te aburres aquí solo y luego decides bajar.
Beler, ya con la antorcha en la mano, alumbró al interior y pudo ver unos escalones de piedra que bajaban y subían. Eirene entonces se le adelantó y comenzó a bajar con cuidado la escalinata.
-BELER: ¡Oye! Espera un momento. Si subiéramos los escalones ¿a dónde llegaríamos?
-EIRENE: A la recámara de mi abuelito, así que baja la voz para que no nos escuche. ¡Apresúrate que necesito la luz de la antorcha para seguir descendiendo!
-BELER: (Dirigiéndose a Abel) ¿Seguro no vienes con nosotros? Ya abrimos la puerta, sería un desperdicio de tiempo no bajar…
-ABEL: Ve tú y acompaña a la señorita Eirene. Yo me quedaré aquí y les avisaré si algo especial acontece acá arriba.
-BELER: ¡Vamos, amigo! Sabes que yo te protegería si algún monstruo aparece en la oscuridad.
-ABEL: No insistas. Y no pienses que tengo miedo; no bajaré con ustedes por respeto al señor Polyeidos. Sabes que le tengo mucho aprecio y lo veo como al abuelo que nunca tuve. (Sonriendo) Sé que me protegerías de cualquier peligro; lo he leído en las estrellas ayer cuando estuvimos en las fuentes. Pero hoy tendrás que proteger sólo a la señorita Eirene. Mejor date prisa y baja con ella que se va a desesperar.
Fue así que Beler e Eirene descendieron varios metros por la escalinata de piedra que bajaba en forma de caracol, dejando atrás a Abel, quien se recostó en un muro del huerto a observar el firmamento. Abajo, la claustrofobia que comenzaba a invadir el corazón de Beler fue dispersada por una pálida luz que se filtró a través del umbral de una habitación al final de la escalinata. Eirene comenzó a dar pasos largos hasta huir de la luz de la antorcha. Beler la encontró nuevamente parada bajo un arco de mármol dibujado por reflejos de luces acuáticas, provenientes del interior de la cisterna. “Hemos llegado” dijo Eirene, y al atravesar el arco, Beler creyó alucinar con el espectáculo de colores que se encontró en aquella habitación subterránea del palacio donde había estado viviendo por más de un año.
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