Wednesday, 7 October 2009

V: REUNIÓN EN EL HUERTO


PRIMERA PARTE: EL NACIMENTO DE UN GUERRERO

V.
REUNIÓN EN EL HUERTO




Bajo la bóveda estrellada de aquella noche de verano, Beler habló sus primeras palabras conscientes desde la noche en que Aleion había sido arrasado y sus padres habían sido asesinados. Abel, pasmado, le miraba con los ojos bien abiertos sin estar completamente seguro de haberlo escuchado hablar.



-BELER: (con mirada taciturna) Pyramus era el nombre de mi hermano mayor. Pero no sé por qué he dicho su nombre mientras dormía, ya ni recuerdo su cara ni sabría decir cuántos años tendría. Sólo recuerdo que era mayor que yo.


-ABEL: (luego de una larga pausa, sonriendo) Qué bueno que te hayas decidido a hablar. De todos los huérfanos eres mi mejor amigo y siempre has escuchado las tonterías que digo, por lo que sería más que justo que yo también te escuchara. ¡Hay que darles la buena noticia a Próetus y a los otros niños!



-BELER: (frunciendo el seño) ¡No te apresures! Les hablaré si llega a ser necesario. Con el único que quisiera hablar por ahora es contigo.



-ABEL: ¡Qué lástima! Sé que los alegraría mucho y querrían preguntarte muchas cosas… pero bueno, no importa. Entonces seré yo el único que te haga las preguntas. Sé por las conversaciones entre Próetus y Polyeidos que tu poblado fue destruido y que tus padres murieron, ¿pero entonces qué pasó con tu hermano Pyramus? (Por el silencio de Beler ante su pregunta, comprendió que le incomodaba responder) Está bien, no tenemos qué hablar de eso. Si quieres te puedo seguir contando sobre mis sueños con estrellas…



-BELER: (Aun mirando al firmamento, con ojos llorosos) No me molesta responderte… es sólo que me siento mal porque no recuerdo la cara de mi hermano ni los motivos por los se fue de casa meses antes de que Aleion fuera destrído. Y no sólo se me está olvidando mi hermano… ya casi no recuerdo los rostros de mis padres.



-ABEL: (sonriendo, para intentar consolar a Beler) Pero eres afortunado. Sabes al menos los nombres de tus padres y de tu hermano mayor. Yo ni siquiera eso sé. Estoy viviendo en este palacio desde que tengo 2 años, y lo único que Próetus sabe de mi origen, es que fui traído a esta ciudad por un muchacho que ya no podía cuidar de mí. El señor Polyeidos cree que ese muchacho era mi hermano, pero no está completamente seguro.





Beler, sin saber qué decir ante las palabras de su amigo, le tomó la mano izquierda y se la apretó gentilmente con su derecha, de la misma manera en que Abel le tomaba la mano en las noches para despertarlo de sus pesadillas. Continuaron observando las luminosas estrellas que el infinito les ofrecía, cuando de pronto sintieron pequeños ruidos que venían del interior del palacio y creyeron ver unas sombras moverse tras las columnas de piedra que sostenían el segundo nivel de la blanca edificación.



-ABEL: (sin alzar mucho la voz y soltando la mano de Beler) ¿Quién anda ahí?



-EIRENE: (saliendo lentamente detrás de una de las columnas, ataviada con un manto blanco) No se asusten muchachos, soy yo, Eirene.



-ABEL: (sorprendido con la aparición de la niña) ¿Qué hace aquí a estas horas, señorita Eirene?



-EIRENE: (acercándose a los niños) No podía dormir, tenía mucho calor y vine aquí a tomar aire fresco. Además también me gusta ver las estrellas desde el huerto en las noches de verano.



-ABEL: (dirigiéndose a Beler) Mejor regresemos al dormitorio, si Próetus u otro esclavo nos llega a ver aquí con la señorita Eirene estaremos en problemas.



-EIRENE: No, por favor. Quédense un rato más. El resto de personas en el palacio está dormido. Podemos quedarnos aquí los tres y seguir disfrutando de las estrellas y del aire fresco. (Dirigiéndose a Abel) Tú puedes seguir hablando de los astros, sé que con la ayuda de mi abuelito has aprendido mucho sobre ellos. Y tú, Beler, no tienes que seguir fingiendo que no hablas; detrás de aquella columna escuché toda la plática sobre tu hermano. Yo estaba en este huerto mucho antes de que ustedes dos llegaran.



A pesar de que Eirene hubiera preferido encontrarse con Kalós, se sentía feliz de poder compartir con niños de su edad. Siempre estaba enclaustrada en el palacio recibiendo los cuidados de las esclavas y la instrucción de los pedagogos. Desde que Beler había llegado al palacio su abuelo Polyeidos había comenzado a dedicar las horas de la luz del día en el templo de Atenea y en otros lugares públicos de la ciudad, relegando a Eirene a un segundo lugar. En numerosas ocasiones le había rogado a Polyeidos que la dejara acompañar a los niños en sus entrenamientos y visitas a las fuentes de Pirene, obteniendo siempre un rotundo “no”. La sobreprotección a la que estaba sometida la habían hecho sentir una profunda soledad, que al mismo tiempo le hacía valorar la compañía y los breves momentos que pudiera pasar con los huérfanos.



Aquella cálida noche fue eternizada por las palabras de Abel sobre los astros, quien más que un niño de siete años, parecía un erudito en astronomía, e incluso sorprendía a Beler y a Eirene emulando las palabras de Próetus y relatando de memoria sus leyendas y mitos.



-EIRENE: De verdad hablas como un viejo, Abel. ¿Estás seguro que tienes 7 años? Yo tengo también 7 y me la paso encerrada estudiando, y no creo que alguna vez llegue a saber tanto como tú.



-ABEL: (sonrojado) Pues Próetus dice que tengo habilidad natural para el aprendizaje…



-BELER: Haciendo que el envidioso Kalós te odie aun más.



-EIRENE: (Burlándose) ¡Vaya! ¡De verdad puedes hablar! Creí que te ibas a quedar callado todo el tiempo.



-ABEL: (alterado por el volumen de la voz de la niña) ¡Hable más pacito, señorita Eirene, que nos van a escuchar!



-EIRENE: A propósito de Kalós, ¿por qué no le invitamos a venir a ver las estrellas con nosotros? quizás podamos ver una estrella fugaz…


-BELER: -¿Estrella fugaz? ¿Qué es una estrella fugaz?



-EIRENE: Si yo sé poco de astronomía, tú no sabes nada. Y yo que pensé que Próetus era buen pedagogo… ¿o serás tú el que no aprende?



-ABEL: Una estrella fugaz es una estrella que se desprende del cielo y cae en algún lugar. Quizás la cadena de la que pendía no era lo suficientemente resistente…



-BELER: Pero, ¿y entonces qué pasa con las constelaciones? ¿Y qué ocurre con nuestro destino? ¿No se supone que está ya escrito en el firmamento y que no puede cambiar?



-ABEL: No sé… hay estrellas que desaparecen sin dejar rastro, e incluso hay otras que un día cualquiera nacen y hay que buscar nombres nuevos para ponerles.



-BELER: (algo consternado) Creo que entonces no me gustan las estrellas fugaces.



-EIRENE: De qué hablas, ¡si son hermosas y románticas! ¿En serio nunca has visto una? Mi abuelito dice que cuando ves una estrella fugaz tienes que cerrar y pedir un deseo, y que así, se estaría reescribiendo el destino a tu favor. ¿Qué no es algo genial?



Con las últimas palabras de Eirene, la mirada y la imaginación de Beler volaron hasta alcanzar las estrellas que los observaban esa noche. Una sonrisa, que reflejaba todos los sueños nacientes en su corazón, se dibujó en el rostro del niño, y Eirene, comprendiendo que sus palabras habían tenido tal efecto sobre Beler, a quien antes veía como una estatua, pensó que era la sonrisa más hermosa que había visto en su vida y la guardó en lo más profundo de su memoria. Y entonces, queriendo ser la causante de más sonrisas, continuó con su discurso sobre las estrellas.





-EIRENE: No sé si ya lo sabían, pero mi abuelito me contó que en las fuentes de Pirene se pueden ver, si se cuenta con suerte, hermosas lluvias de estrellas en las noches despejadas.


-ABEL: Próetus también las ha mencionado en su relato; pero creo que es sólo eso, un relato fantástico.


-EIRENE: Te equivocas. Mi abuelito me ha dicho que la noche en que yo misma he nacido hubo una hermosa lluvia de estrellas en las fuentes.


-ABEL: Pero yo ya llevo viviendo en esta ciudad casi seis años, y nunca he visto tal cosa aunque me mantenga observando el cielo.


-EIRENE: Eso es porque estamos al interior de Pirene, y las lluvias de estrellas sólo ocurren en las cercanías a las fuentes.


-BELER: Aun falta mucho para que salga el sol, ¿por qué no nos damos una vuelta por las fuentes? Quizás hoy mismo podamos ver una lluvia de estrellas.


-EIRENE: (con los ojos y el corazón vibrando de emoción) ¡Eso sería genial!


Ante la mirada sorprendida de Abel, quien aun no creía la resolución de su amigo, Beler comenzó a escalar con mucha facilidad uno de los muros del huerto. Cuando Beler estuvo parado encima del muro, miró a los otros dos niños y los invitó a alcanzarlo con un gesto de sus manos y su mirada. Eirene también había quedado estupefacta ante la facilidad con la que Beler había escalado un muro que suponía una gran seguridad para el palacio ante intrusos.


-BELER: (mirando con fascinación la panorámica de tejados de la ciudad) ¡Vamos! ¡Qué están esperando! ¡Desde aquí la vista está genial!


-ABEL: (pensando en los riesgos de sus actos) ¡Baja la voz! ¿Estás seguro que aún falta mucho para la salida del sol? Todo esto me parece un tanto apresurado, creo que lo deberíamos pensar mejor…


-BELER: No te preocupes tanto; y no hay nada qué pensar, ¡vamos a las fuentes a ver la lluvia de estrellas!


-EIRENE: (al ver, aun estupefacta, como Abel también se disponía a escalar fácilmente el muro del huerto) ¡Oigan! ¡Yo no puedo hacer eso! No tengo la habilidad que ustedes dos tienen, además creo que me estropearía las manos y las uñas.


-BELER: (Extendiéndole una mano a Abel que ya le alcanzaba) ¡Vamos, Eirene! Seguro que tú también puedes hacerlo.


-EIRENE: (ofuscada) ¡Te digo que no! ¡Ni siquiera sé cómo montarme en un árbol! Mi educación sólo es en grammatistes y kitharistes. Nunca me han entrenado en deportes. Yo misma le he dicho a mi abuelito que quiero ir con ustedes al gimnasio y aprender a luchar también, pero él me dice que no, que eso no es para las doncellas. No es justo.


-ABEL: (Ya al lado de Beler) No digas eso. No todos los niños podrían escalar este muro como lo hemos hecho nosotros; eso es porque entrenamos muy duro día tras día sin descanso. Tu abuelo te quiere mucho y te protege, por eso no quiere que te lastimes entrenando con nosotros.


-EIRENE: Mira quien me lo dice, el huérfano favorito de mi abuelito… (Observando desde el huerto a los chicos y comprendiendo su desventaja) ¡Ser mujer es una maldición!


-BELER: (Acuclillándose y sonriendo mientras miraba a Eirene) Atenea es mujer, y es más importante que cualquier persona en toda esta ciudad, incluido tu abuelo. Además, Eirene, tú no eres una mujer, aun eres una niña.


-EIRENE: Te equivocas. Atenea no es una mujer, es una diosa ¿Qué no sabes nada? ¡Y cómo te atreves a dirigirte a mí de esa forma!


-ABEL: Señorita Eirene, por favor baje la voz que los esclavos se van a despertar.


-EIRENE: ¡No es justo! Yo fui quien les mencionó lo de la lluvia de estrellas… (Acercándose al muro y tocándolo con una mano) Hagamos un trato. Si me llevan a las fuentes con ustedes, mañana yo les enseñaré una habitación secreta de este palacio a la que sólo tenemos acceso mi abuelito y yo.


-BELER: Si es la biblioteca, no nos interesa. Además tu abuelo le ha permitido a Abel entrar allí muchas veces.


-EIRENE: No es la biblioteca. Esta habitación está en la planta subterránea del palacio, y creo que es mucho más interesante que la biblioteca de mi abuelito…




Eirene no había terminado de decir sus últimas palabras, cuando Beler, sin hacer mucho ruido, cayó a su lado de un salto .


-BELER: Está bien, te llevaremos con nosotros. Ven, móntate a mis espaldas.


-EIRENE: (sorprendida con la propuesta) ¡¿Qué?!


-BELER: Sí. Te digo que te montes a mis espaldas para poder llevarte al otro lado del muro. ¡Vamos! ¡No te voy a morder! (Ante la incredulidad de la niña, le extendió una mano) Agárrate bien fuerte a mí para que no vayas a caer y nos metas en problemas. Has de cuenta que soy un caballo; lo primero que me dijiste cuando llegué a esta ciudad es que yo olía como un caballo...



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