Friday, 2 October 2009

III: 13 AÑOS ATRÁS

PRIMERA PARTE: EL NACIMENTO DE UN GUERRERO

III.
13 AÑOS ATRÁS


La mañana en que el niño fue recogido por Próetus en su caballo, llevaba arrastrando sus pies por más de dos días, huyendo de algo o alguien invisible. Sólo llevaba un pedazo de túnica blanca, rota y sucia que apenas le cubría el torso, y su rostro, con moretones en la frente, parecía petrificado del miedo. En el momento en que Próetus desde su caballo le preguntó hacia donde se dirigía, el niño lo miró aterrado, como si este hombre que le hablaba fuera la personificación de su miedo, e intentó escabullirse alejándose despavorido del camino por donde había estado corriendo desde el día anterior. El hombre a caballo le alcanzó, y el infante del susto tropezó con una roca, dio tres vueltas y quedó de espaldas sobre el suelo polvoriento, temblando, con raspones en sus brazos y rodillas, y con los ojos bien cerrados.

“No te pienso hacer daño,” le dijo Próetus al niño que no dejaba de temblar, y a continuación le preguntó por sus padres y su casa, y la razón por la que huía con tanto miedo. No obtuvo respuesta de ningún tipo, por lo que desmontó y ofreció algo al niño con su mano derecha. “Mira, es pan; no está muy fresco pero apuesto a que te va a parecer el pan más delicioso que hayas probado en tu corta vida,” y con estas palabras logró que el niño dejara de temblar poco a poco y, aun desde el suelo, comenzara a mirarlo fijamente a la cara, como asegurándose de que en sus rasgos no hubiera nada que le significara una amenaza. Así fue que, en una mañana de finales de primavera, Próetus se encaminó a Pirene con el último de los cinco niños abandonados que su amo, el señor Polyeidos, le había encargado buscar desde hacía dos años.

El viaje a caballo hacia la ciudad de Pirene duró tres largos días, en los que el niño durmió día y noche aferrado al cuerpo de Próetus descansando de sus tormentos, y sólo despertando para comer esporádicamente en las casas de los granjeros de la región. A pesar de sentir que el niño ya no le temía, Próetus no consiguió respuesta a ninguna de sus preguntas, y no consiguió conocer la voz del niño hasta muchos días después de haber regresado al Palacio de Polyeidos.

Conversando con los lugareños que los hospedaron durante el viaje descubrió que el niño era quizás uno de los sobrevivientes, sino es que era el único, de la masacre de los habitantes de un pequeño poblado llamado Aleion, que quedaba a pocas horas a caballo del lugar donde había encontrado al pequeño. Ninguna de las personas con las que habló entendía por qué un poblado tan pequeño e insignificante había tenido semejante fin. Sólo habían quedado ruinas humeantes y animales de granja merodeando por el lugar. Todos los habitantes habían sido asesinados a lanza y espada, hombres, mujeres, ancianos y niños. Por ello, la posibilidad de que el niño fuera un sobreviviente de la masacre de Aleion era remota, aunque fuera la única hipótesis en que Próetus hubiera podido pensar dadas las circunstancias del encuentro con el infante abandonado.

Llegaron a Pirene en una mañana soleada, y ante el bullicio de la pequeña polis, el niño abrió los ojos y se mostró atraído por las imágenes que la ciudad le ofrecía. Tanto los ciudadanos como los esclavos llevaban a cabo sus vidas por fuera de sus casas; adultos discutiendo o comerciando, algunos niños jugando y corriendo de aquí para allá y de allá para acá, seguidos por perros pequeños y juguetones que ladraban ruidosamente. Era un paisaje familiar que le había sido arrebatado cinco días atrás. Pero esta polis contaba además con amplios caminos hechos de mármol y piedra, y adornados con antorchas que en la noche debían lucir esplendorosas; y a los lados del camino habían hermosas casas, la mayoría más grandes que las de Aleion, todas de piedra blanca y con muchas ventanas.

Por cada diez casas había un edificio de diseño especial, que el infante no había visto nunca antes en su vida. “¿Estás asombrado por lo hermoso de este edificio, pequeño?” le intentó hablar Próetus al niño mientras le ordenaba al caballo que disminuyera su paso. “Éste es el templo de Atenea, y mi señor es el encargado de llevar los ritos para la diosa. Imagino que sabes quién es Atenea, ¿no? Sin embargo no te dejes deslumbrar por lo blanco del templo y sus altas columnas; nosotros no podemos entrar con los demás ciudadanos al interior de este edificio. Más bien mira, éste es el ágora, y éste es el teatro, y éste es el gimnasio, y aquellas son las casas de los metecos, y éste es…”


El niño seguía maravillado con las vistas que Pirene le ofrecía, y Próetus continuaba hablándole de la belleza de la polis. “Mira hacia la derecha; ésas son las murallas occidentales de Pirene, que aunque son altas y firmes, no son tan potentes como las de Atenas y otras ciudades más grandes de Grecia; y no tiene tantas puertas como las murallas de Tebas. Pero lo verdaderamente impresionante es lo que vas a encontrar tras ellas. No es nada más ni nada menos que las famosas fuentes de Pirene, dónde se dice que desde antes que los 9 dejaran el Olimpo, el caballo alado Pegaso venía a calmar su sed. Por la forma en que me miras parece que no habías escuchado hablar de ellas… Quizás mañana en la mañana te lleve allí junto con los otros huérfanos que nos esperan en el Palacio. Pero mira, ¡ya hemos llegado! Éste es el Palacio del señor Polyeidos y aquí termina nuestro viaje.”

Aun preocupado por el lugar dónde un caballo tendría las alas, el niño observó la blanca construcción de varios niveles que tenía al frente. Mientras se bajaban del caballo, pensó que aquella residencia no era tan imponente como el templo de Atenea que habían visto hacía unos minutos, pero era una edificación diferente a las demás casas. “Eres un niño afortunado. Aquí pasarás los próximos años junto a otros niños como tú,” le dijo Próetus al silencioso infante; “crecerás como un esclavo al servicio del señor Polyeidos; pero que no te asuste la palabra esclavo. El señor Polyeidos es un hombre generoso y tiene grandes planes para ti. Este servidor que te habla es también un esclavo desde el día en que nació, y cada día agradezco a los dioses el poder servir a mi amo en esta hermosa ciudad y este magnífico palacio. Mi nombre es Próetus, ¿será que ya tienes alientos para revelarme el tuyo?”

Al interior del palacio, los recibieron un séquito de esclavos vestidos de blanco, como lo estaban la mayoría de los habitantes de Pirene. Luego de darles de beber agua y comer algo, Próetus se dirigió con el niño a uno de los cuartos más grandes del palacio, dónde se encontraron con otros cuatro niños varones que los estaban esperando, todos vestidos también con pequeñas túnicas blancas adornadas con cintas verdes y púrpuras.


Los cuatro niños eran de la misma estatura, a excepción de uno de ellos, rubio y de cabello lacio y corto, que era ligeramente más bajo. “Ésta será tu alcoba, y éstos niños que ves aquí serán tus nuevos hermanos de ahora en adelante. Todos ellos han perdido a sus familias como tú; por eso espero que sean todos muy buenos amigos y se quieran mucho. Éste rubio chiquillo se llama Abel; éste se llama Ganímedes y éste a su lado es su hermano Delíades; y éste con cara de pícaro que ves allí se llama Kalós.” Mientras Próetus decía cada nombre, señalaba al niño correspondiente con su índice derecho, y luego, dirigiéndose a los cuatro huérfanos, les dijo con su amable voz: “Denle la bienvenida a su nuevo hermano. Aun no me ha querido decir su nombre, de hecho, ni una sola palabra; espero que ustedes logren esta gran hazaña. Trátenlo bien, él ha pasado por sucesos terribles en los días recientes y creo que acaba de perder a su familia. También quiero que le informen de las reglas que se deben cumplir mientras se habita en este palacio…”


Próetus no había acabado de pronunciar la última palabra de su discurso ante los infantes, cuando se escuchó la voz aguda de una niña que corría por el palacio armando un alboroto que llamó la atención de todos en la habitación: “¡Próetus ya regresó, Próetus ya regresó, abuelito!” y, entrando por el umbral, apareció vestida con una túnica verde Eirene, la nieta de seis años de Polyeidos, el señor del palacio.


-EIRENE: (Acercándose a Próetus y abrazándolo de un salto) ¡Próetus, te extrañé mucho! ¡Estoy muy contenta de que hayas regresado!


-PRÓETUS: (Abrazando a Eirene) Pero señorita, si mi viaje sólo duró una semana, y además no es la primera vez que me ausento de Pirene.


-EIRENE: Lo sé, pero aun así te extrañé mucho (termina su abrazo con Próetus). Eres mejor pedagogo que los demás esclavos. ¿Y es éste el nuevo niño? (Acercándose al infante y tapándose la nariz) ¡Ay, pero qué feo huele! ¡Huele a caballo, peor que un caballo!


-PRÓETUS: Ahora mismo ordenaré que le den un baño. Y ¿dónde está su abuelo, señorita Eirene?


-POLYEIDOS: (Ingresando por el umbral de la habitación un tanto agitado y con un bastón en la mano derecha) Aquí estoy, Próetus. Has regresado antes de lo que pensaba, y has traído al niño contigo. (Dirigiéndose al niño y alzándolo con sus brazos) Nunca pensé que fuera tan pequeño… ¿Cuántos años tienes?


-PRÓETUS: (Previendo el silencio del infante ante la pregunta de Polyeidos) El niño no ha pronunciado palabra desde que lo encontré en el camino que lleva a Megara. Ni siquiera sé su nombre.


-POLYEIDOS: (Observando cuidadosamente la cara herida del niño) Ya veo, debe tener seis o cinco años como los otros. Quizás es mudo…


-PRÓETUS: No lo creo, mi señor. A mi parecer, el niño debe estar aun asustado por las situaciones que debió experimentar antes de que me topara con él. Aleion, el lugar que usted me dio como referencia para buscar al huérfano faltante, fue arrasado hace pocos días y sus habitantes masacrados; creo que este niño era habitante de ese poblado.


-POLYEIDOS: (Aun con el niño en brazos) Seguramente fue así. Entonces qué suerte que te lo encontraras; hubiera podido morir de hambre.


-PRÓETUS: No fue suerte, mi señor. Sólo seguí las indicaciones exactas que usted me dio. (Dirigiendo la mirada al infante) Este niño sobrevivirá gracias a usted.


-EIRENE: (Llamando la atención de Polyeidos cogiéndole su brazo con las manos) ¡Cárgame a mí también, abuelito!


-POLYEIDOS: (Descargando al niño y levantando a Eirene) Buen trabajo, Próetus. Ahora has que lo bañen y le curen las heridas. Déjalo descansar por hoy. (Dirigiéndose a los niños) Ahora que ya están los cinco, mañana daremos comienzo a su entrenamiento. Ustedes son mis esclavos, pero recibirán un tratamiento especial. Yo los cuidaré, les daré de comer y les daré una educación mejor que la que reciben los niños más ricos de esta polis. A cambio, ustedes tendrán que obedecerme, y obedecer a Próetus, quien será su pedagogo y pedotriba de ahora en adelante. Él, mi más fiel sirviente y amigo, los convertirá en unos niños diferentes a los demás. Los encaminará a convertirse en hombres formidables, ¡qué gran destino para unos niños como ustedes, que han perdido a sus familias o han sido abandonados en circunstancias lamentables! Sé que a su temprana edad no logran entender a cabalidad mis palabras, pero, si hacen caso a lo que digo, los recompensaré, no sólo otorgándoles la libertad y el estado de ciudadanos una vez sean adultos, sino que, al mejor hombre de entre los cinco le daré a Pegaso, pues aunque dicen que es sólo una leyenda, la verdad es que yo lo tengo en mi poder. Supongo que Próetus ya les ha comentado sobre el hermoso caballo alado que saciaba su sed en las fuentes de las afueras de esta ciudad…


-EIRENE: (Interrumpiendo a Polyeidos) ¡Abuelito, abuelito, yo quiero tener a Pegaso!


-POLYEIDOS: (Sonriendo) No, mi querida Eirene. Ya hemos hablado de eso. Pegaso será la recompensa para estos niños. Tú recompensa será diferente; cuando crezcas lo entenderás.

Polyeidos salió de la habitación con la pequeña Eirene en sus brazos, seguido por Próetus. Los cinco niños estaban inmóviles, escuchando relinchos y el batir de unas alas gigantes en su imaginación. El nuevo integrante del grupo de huérfanos era el más absorto de todos, pues su vida había cambiado completamente en el transcurrir de una semana. En su mente se arremolinaban las innumerables imágenes de caras y paisajes nuevos, que se mezclaban con las borrosas figuras de un caballo alado, de sus difuntos padres, y de un jinete enmascarado que cabalgaba en una oscuridad inundada en los gritos mortales de las personas que había torturado y asesinado.

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