Wednesday, 6 January 2010

XXI. Decisiones al atardecer

XXI.
Decisiones al atardecer


Cuando Delíades abrió los ojos se sorprendió al ver un techo de paja que nunca antes había visto. Recordó que se encontraba en el Santuario de Atenea, en su primer día de entrenamiento como aprendiz de Santo y se puso entonces de pie, sintiendo un dolor terrible en su espalda y pecho. Sus ojos buscaron desesperadamente a su hermano gemelo en aquel pequeño e iluminado lugar de cuatro paredes de adobe, piedra y arcilla.

Al primero que vio, fue a Kalós, quien estaba a su lado y aun se sostenía la mano herida. El joven sonrió cuando vio que Delíades había abierto los ojos, pero pronto disimuló su sonrisa y miró seriamente a los otros acompañantes. A pocos pasos de Kalós, Delíades vio los rostros preocupados de Abel y de Beler, iluminados por los débiles rayos de un sol que comenzaba a apagarse y que se filtraban por la entrada de aquella morada.

-DELÍADES: ¿Dónde está mi hermano? ¿Por qué no está con nosotros?

Al no obtener respuesta y ver que sus amigos no eran capaces de soportar su mirada sin inclinar o girar la cabeza y mirar a otro lugar, Delíades recordó los hechos en aquella zona repleta de estanques donde había comenzado su entrenamiento y comprendió lo ocurrido con Ganímedes. Entonces una voz femenina y firme habló desde la sombra de una de las esquinas de la casita de adobe.

-BERENICE: No pude llegar a tiempo para salvar también a tu hermano, lo siento mucho…

Todos en la morada voltearon sus rostros hacia la mujer que había salvado a Delíades de morir ahogado. Sin duda era una mujer hermosa que no pasaba de los veinte años, pero la forma en que había aparecido y sacado a los gemelos del agua daba testimonio de sus cualidades excepcionales. Su cabellera roja y trenzada aun estaba húmeda por sumergirse en el estanque, y la seria expresión en su rostro les demostró a los jóvenes que se sentía mal sinceramente por no haber podido salvar a ambos gemelos.

-DELÍADES: (Con la voz ahogada) ¿Dónde está el cuerpo de Ganímedes? ¡Lo quiero ver! (Dirigiéndose con dificultad hacia la salida de la casita) ¿Y dónde está ese Santo? ¡¿Dónde está Apis?!

-BERENICE: ¡Espera, muchacho! No te precipites. Estás muy malherido, tanto como tus compañeros y lo mejor será que…

Cuando Delíades salió del lugar vio que se encontraba en la ladera de una colina que contaba con unos pocos olivos. Al afinar un poco la mirada divisó a lo lejos un ave planeando en el cielo carmesí del atardecer, y distinguió también otras casas diminutas de adobe en colinas cercanas, todas unidas por caminos de piedra. Al mirar a su derecha, vio las espaldas de cuatro individuos que se encontraban conversando. “Conozco a tres de ellos, pero ninguno de estos hombres es Apis,” pensó Delíades mientras se dirigía a su encuentro para preguntarles por el paradero de su maestro y del cuerpo de su hermano gemelo.

-BERENICE: (Saliendo de la casita seguida de los otros tres jovencitos) ¡Espera, pequeño hermano! Tienes varias costillas rotas y es peligroso que no cuides tus movimientos. Y tu maestro ya no se encuentra aquí.

-DELÍADES: (Con lágrimas de rabia en los ojos) ¿A dónde se ha ido? ¿Y dónde está el cuerpo de mi hermano?

Mientras Berenice se le acercaba, Delíades sintió un nudo en la garganta y no fue capaz de continuar hablando. Su hermano, la única familia que le quedaba, había muerto y no había nada que pudiera hacer para traerlo de vuelta. Beler, Abel y Kalós, todos tres tras la mujer de cabellos rojos, sintieron ganas de llorar al ver la imagen quebrada del que siempre había sido el más fuerte y más enérgico de ellos. “Tu hermano ha sido llevado al cementerio del Santuario; incluso sin haberse convertido en Santo, tu hermano tendrá un lugar allí. Cuando te recuperes te llevaré para que veas dónde yace tu hermano…” le dijo Berenice al afligido Delíades mientras lo abrazaba y lo ayudaba a ir de vuelta a la casita de adobe.

Una vez que Delíades y Berenice habían regresado al interior de la casa, los cuatro hombres se acercaron a los niños. Se trataba de Aldebarán, Sham e Índika, quienes estaban acompañados por otro joven de piel clara y de cabello castaño, corto y ondulado, que portaba una cinta escarlata alrededor de la frente y una armadura de bronce y cuero como las del resto de guardias y aprendices que habían visto en el Santuario.

-ALDEBARÁN: (Dirigiéndose a los tres jovencitos) Creo que vosotros deberíais descansar también como vuestro amigo. Ha sido un primer día en el Santuario muy difícil para todos vosotros, y dormir un poco no os hará mal. A pesar de que no es bien visto que las mujeres anden por estos lugares, Berenice ha aceptado quedarse con vosotros por varios días ayudándoos con vuestra recuperación. Mañana os conseguiré unas medicinas que sé que os harán aliviar pronto de tantos moretones.

-ÍNDIKA: ¿Por qué se quedan en silencio? ¡Agradézcanle al señor Aldebarán sus palabras! No todos en el santuario gozan de su simpatía.

-ABEL: No es eso. Estamos agradecidos con usted, señor. Es sólo que nuestro compañero ha muerto, no sabemos por cuánto tiempo vayamos a sobrevivir el resto de nosotros.

-ALDEBARÁN: Vuestro compañero ha muerto en condiciones lamentables. Pero no podéis dejaros derrotar por eso, y debéis ayudar a vuestro amigo a superar la muerte de su hermano. Os prometo que intentaré que os asignen a un nuevo maestro…

-KALÓS: ¿Lo intentará? ¡Creo que hablo por todos cuando digo que no queremos volver a ver la cara de ese individuo!

-SHAM: Nombrar a su maestro no es una decisión de Aldebarán. Aunque con el desastre que ha causado Apis es posible que logremos que les asignen a un nuevo maestro, niños. Así que tengan esperanzas, mañana se les informará de la decisión.

-ABEL: ¿Y acaso no podría ser usted nuestro nuevo maestro, señor Aldebarán?

Aldebarán entonces miró sorprendido a Abel. Beler y Kalós también se pusieron a la expectativa de la respuesta del Santo. La admiración que los niños sentían por el enorme guerrero era infinita. No sólo por su apariencia física y fuerza, que el mismo Kalós había experimentado al intentar escapar cuando el grupo se dirigía al Santuario. Su gentiliza y comportamiento los hacía sentir que estarían en manos seguras. Abel además sentía un componente bondadoso y cálido en la presencia de Aldebarán, opuesto a lo que sintió emanar de Apis. Y Beler aun estaba intrigado con aquello de que durante todo el trayecto de Pirene al Santuario el enorme hombre viajó a pie sin ser percibido, probablemente cuidándolos de cualquier peligro. Aldebarán comenzó a balbucear, sin saber qué responderle a Abel, cuando Sham habló por él.

-SHAM: Aldebarán es una persona muy importante y ocupada en el Santuario. Pero estoy seguro que si el Patriarca le da la oportunidad de sugerir un maestro para ustedes, propondrá a la persona adecuada. Ahora regresen a la casa con su amigo y escuchen los consejos de Berenice para que se pongan bien y pronto puedan comenzar su entrenamiento como es debido. Mañana Aldebarán les traerá respuestas sobre su nuevo maestro.

-ÍNDIKA: (Dirigiéndose a Beler) ¡Oye, Beler! ¿A dónde crees que vas? Tú vienes con nosotros.

-BELER: ¿Podría quedarme esta noche aquí con ellos? Quizás podría serle de utilidad a Berenice y ayudar a mis amigos a recuperarse de sus heridas.

-ÍNDIKA: (Desaprobando la actitud de Beler) Creo que estás un poco confundido, Beler. En el Santuario las cosas no funcionan así. Tú eres aprendiz de Sham, y debes venir con nosotros. Debes dejar atrás a tus amigos. (Dirigiéndose a Sham) ¿Qué acaso no estoy en lo correcto, maestro?

-SHAM: (Asintiendo con la cabeza) Estoy seguro que con la compañía de Berenice les será suficiente a tus amigos, Beler. Ahora que ya cae la noche debes venir con nosotros; para descansar habrá otro momento.

-BELER: (Desesperándose) ¡No es que quiera descansar! Sólo quiero ayudar a mis amigos. Si hubiera estado con ellos cuando ocurrió lo de Ganímedes quizás él no estaría muerto. Deben entenderlo.

Beler en verdad sentía que si hubiera estado con sus amigos habría podido hacer una diferencia. Cuando dejó solo a Índika para ir corriendo colina abajo en busca de Abel, a quien sentía en peligro, lo aterraba la idea de que le pudiera pasar algo malo. Una vez llegó al lugar y observó el cuerpo húmedo y sin vida de Ganímedes, aunque afligido por la muerte de su compañero agradeció a las estrellas que no había sido Abel el que murió. Ahora sentía que no podía dejar a su amigo solo en aquel lugar, y que tenía el deber de protegerlo. Esa ardiente intención de proteger a Abel se encendió en sus ojos, y fue visible para Sham y sus acompañantes. Al ver que nadie decía nada, Kalós habló y les comunicó su idea.

-KALÓS: Ahora que ese individuo asesinó a Ganímedes, Beler puede entrenar una vez más con nosotros, ¿no?

-ÍNDIKA: Pero ya estaba decidido que se convertiría en un gran arquero bajo la instrucción de mi maestro.

-SHAM: (Viendo la duda en la mirada de Beler) ¿Es eso lo que quieres, Beler? ¿Quisieras estar con tus amigos una vez más y abandonar mi tutoría?

-BELER: (Después de tomarse unos cuantos segundos para reflexionar) Lo siento, señor Sham. Una de las razones por las que quiero convertirme en Santo de Atenea es para proteger a las personas que quiero y necesitan de mi ayuda. Eso lo puedo hacer desde ahora mismo… Entrenaré al lado de mis amigos.
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